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El cordobés más sanluiseño

"El Flaco" Pailos presentó "Solo de humor". Profundo conocedor de la provincia, el cómico incorporó modismos y acentos puntanos a su espectáculo.

Por redacción
| 23 de agosto de 2021
Burbujas de humor por donde quieras. El público en las butacas y Pailos, en el escenario. El humorista pasó el fin de semana en la provincia. Foto: Marianela Sánchez.

Luego de un encuentro exitoso en el teatro Molino Fénix, de Villa Mercedes, Fernando “El Flaco” Pailos regresó a los escenarios de San Luis capital el sábado por la noche con la presentación de “Solo de humor”, un espectáculo que lo trajo con el viento, las risas y el aforo permitido en el auditorio “Mauricio López” de la UNSL.

 

La puntualidad fue la estrella de la noche, otra de las variables de la situación actual que restringe los horarios de las reuniones nocturnas. Cuando el reloj marcó las 21, las luces se apagaron con sigilo. Luego de que el locutor lo presentara como uno de los mejores humoristas del país, el cordobés, amante de las costumbres puntanas por excelencia, apareció en el escenario vestido de negro y acompañado por un perchero, una mesa repleta de sombreros y los aplausos estruendosos del auditorio, dividido en burbujas.

 

Los chistes giraron alrededor de distintos temas, pero el principal —y quizás el hilo conductor de toda la velada— fue la pandemia y las miles de anécdotas, peripecias, nuevas costumbres y relatos desconocidos que dejó en su camino. Para “El Flaco”, las sonrisas de aceptación se transformaron en pestañeos y ojos iluminados arriba de un barbijo inquietante, pero obligatorio, una herramienta que el público tuvo que utilizar y a la que se acostumbró con el pasar de los meses.

 

Para resaltar aún más la puntualidad de la noche, el humorista usó la llegada tardía de un espectador, quien fue descubierto en el momento justo por el comediante cuando se acomodaba en su silla junto a su acompañante. “Disculpá por empezar temprano”, expresó el artista y todas las miradas se fijaron en la del hombre, quien le siguió el juego con una risa de ocasión.

 

Entre disfraces y sombreros, “El Flaco” pudo ir y volver en el tiempo con sus chistes nuevos y algunos que todos conocían. Su tonada cordobesa también fue un punto extra en la noche, porque cualquier palabra que Pailos dijo en el espectáculo se tornó graciosa al escucharla con el golpeteo de las sílabas al hablar. También tuvo tiempo de chicanear con el acento puntano y jugar un poco con las costumbres de la ciudad, un recurso que logró nuevamente la carcajada general.

 

Aunque no fue el punto fijo, como en otros espectáculos de su autoría, el sexo y sus derivados no pudieron faltar en la hora y media de comedia. Las referencias excesivas a los genitales y a las relaciones íntimas, como también a la comunidad LGBTIQ+ siguen siendo motivo de chiste para Pailos, aunque supo mermarlas con el paso de los años. “Les pido disculpas a las mujeres si las ofendí”, dijo el humorista, luego de contar un chiste con algo de sexista, pero que pasó desapercibido gracias a su buena educación.

 

Las caracterizaciones sirvieron para contar varias anécdotas de su infancia y los años gloriosos de su juventud. Desde un circo venido abajo, al que recordó como su fascinación por las funciones dentro de carpas coloridas, hasta las series que miraba frente al televisor sobre el Lejano Oeste y la lucha entre vaqueros, Pailos repasó su historia y no dejó que la risa dejara de ser lo central y lo más buscado de la noche.

 

También se disfrazó de pirata, de borracho y de un mosquetero con una espada hecha con una antena de radio. Cada representación tuvo chistes, música y luces a tono. Desde la cabina de sonido se sintió un fuerte acompañamiento al humorista, por más que en el escenario estuviera solo con su sombra, el vestuario y su innegable carisma.

 

Pasadas las 23, Pailos contó la última historia, entrelazada con las costumbres cordobesas, el cuarteto, el fernet y la picardía. Y se despidió con alegría y una selfie de agradecimiento por las entradas agotadas y la calidez del público, que lo saludó con las manos arriba y los ojos achinados, que escondían una sonrisa detrás de los barbijos.

 

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