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El sueño de hacer cumbre

Gabriel Menocheo y su hijo Juan Pablo subieron al Aconcagua en enero de 2020. Fueron nombrados embajadores de la paz por una ONG internacional. Sueñan escalar el Cho Oyu, una de las montañas más altas del Himalaya.

Por Johnny Díaz
| 05 de septiembre de 2021
Ángel Gabriel Menocheo. "Hacer cumbre en el Aconcagua fue cumplir una promesa que había hecho hace 8 años". Fotos: Marianela Sánchez/Gentileza.

Por un instante sus ojos se ponen brillantes, tan brillantes que del fondo aparecen pequeñas lucecitas que lentamente se transforman en lágrimas al recordar aquella memorable fecha.

 

Todo comenzó hace más de ocho años, cuando su hijo Juan Pablo tenía 12. “Cuando tengas los 18, y si tu madre lo autoriza, haremos algo grande, escalaremos el Aconcagua”, dijo en ese entonces Ángel Gabriel Menocheo.

 

 

Así comenzó todo. Y hoy, Menocheo recuerda con orgullo cuando se refiere a aquel épico momento que se coronó el 21 de enero de 2020 a las 13:20, cuando los dos se abrazaron eternamente en la cumbre del Coloso de América —a más de 6.900 metros— y dieron por cumplido el proyecto que llamaron “La cumbre para todos”.

 

Hoy, Gabriel dice que esa promesa le había nacido del alma en 2014, cuando vio a Juan Pablo ponerle empeño al senderismo y el trekking. Con apenas 12 años había escalado el San Bernardo, de más de 4.300 metros.

 

“El montañismo es un viaje de ida, no hay retorno. Me atrapó de tal manera que hoy es mi estilo de vida, se lo he transmitido a mis hijos y siento orgullo por ello", cuenta a modo de presentación. "Eso nos daba la tranquilidad de saber que estábamos en la misma senda, pero no garantiza el objetivo”.

 

“La planificación comenzó en octubre, noviembre y diciembre de 2019, cuando viajábamos a Mendoza para aclimatarnos. Para el 11 de enero de 2020 estábamos preparados, o eso creíamos. La ansiedad y el nerviosismo nos consumían. Cuando teníamos que estar en el ingreso al parque, se nos rompió la camioneta. Un amigo nos hizo la gauchada de acercarnos cuando el tiempo de ingreso se nos agotaba. Cerraba a las 17. Si no hubiese sido por esa gente, todo el proyecto se derrumbaba”, recuerda el puntano.

 

“Estuvimos dos días en el Confluencia, el primer campamento. Después portamos equipos hasta Plaza de Mulas, donde acampamos cuatro más. Hicimos lo propio a Canadá, ubicado a los 5 mil metros, donde dejamos agua, algo muy esencial e importante. Nos rodeamos con los mejores equipos de escaladores del mundo que van y vienen por todos lados. Nuestra gran preocupación, como la de muchos, eran los sanitarios, verdaderas letrinas que no cumplen su objetivo. Fue un mal momento, porque debíamos procurarnos del agua y hacer la comida en medio de la nada”, comenta Gabriel.

 

Al día siguiente ascendieron 800 metros al refugio Nido de Cóndores, un trayecto de muchos desniveles y de unas cinco horas de caminata. Hicieron noche y descendieron a Canadá por seguridad y para recuperarse del esfuerzo. Al otro día ya habían recuperado la esperanza, con vistas al objetivo.

 

Menocheo recuerda: “Hicimos el check-in médico y quedamos listos para una fase más de nuestro proyecto". Y pone una cuota futbolística al tema: "Esto es como un campeonato mundial de fútbol, vas de fase en fase hasta llegar a la gran final”.

 

“Nos reencontramos con Eduardo Rivas, un sanjuanino amigo que buscaba descender pero la montaña le pasó factura. Dijo que se sentía quebrado psicológicamente, le agarró el "mal de la montaña" y decidió abandonar. Como no teníamos teléfonos satelitales, le pedí que avisara a nuestra familia, que les llevara tranquilidad porque estábamos bien”.

 

Rivas era un amigo de Menocheo que soñaba con ascender con su hijo el monte Everest. El año pasado, mientras se entrenaba para un ascenso, sufrió un accidente que le causó la muerte. En un gesto que resalta el espíritu del montañés, Rivas le había dejado pago en el campamento Plaza de Mulas una noche del hotel con sus respectivas comidas.

 

En Nido de Cóndores estuvieron dos días con temperaturas de más de 15 grados bajo cero, con un viento blanco difícil de describir. Muchos bajaban y otras expediciones ascendían.

 

Los sanluiseños buscaban el momento exacto de emprender lo que faltaba. “Nosotros somos de los denominados montañistas rústicos, antiguos, no teníamos teléfono satelital. Llevamos dos carpas, una para dos personas y otra para tres. Nuestros equipos no eran de los mejores. Mis botas dobles eran prestadas", reconoce Gabriel.

 

“A las dos de la mañana, mientras cenábamos unas sopas, decidimos que saldríamos a las once, después de que pasara el viento blanco. Seguimos con una carpa para tres, nos acompañó un neuquino en esa parte del recorrido hasta Cólera, donde nos encontramos con Luciano Merino, un porteador que nos ayudó mucho. Mientras armamos el equipo derretimos nieve para generar agua e hidratarnos”. A esta altura del relato, Menocheo destaca la labor que cumplió Johana Aguirre, la nutricionista que planificó la alimentación del dúo.

 

Al otro día, a las dos de la mañana, los sanluiseños comenzaron el chequeo del equipo para el asalto final al Coloso: las mochilas con comida, frutas, agua, café y jugos. Nada podía quedar librado al azar en un sitio en el que no se puede improvisar. El montañista recuerda: “Bien temprano, con linternas en mano, empezó el ascenso a Portezuelo del Viento, donde las ráfagas eran tremendas. No se podía creer, mi hijo me dijo que no sentía ni los dedos de las manos. En ese momento, la cabeza cumple un rol preponderante, todo pasa por estar bien preparado”.

 

Menocheo relata que se sentían muy bien para dar el gran golpe. Consensuaron que si uno de los dos decaía, ayudaba al otro. La toma de decisiones era en conjunto: subían juntos y regresaban juntos.

 

“En la cueva, a eso de las diez de la mañana, nos encontramos con una inglesa que bajaba. Aprovechamos para preguntarle cómo estaba todo más arriba y nos dio más aliento para hacer cumbre: nos faltaban unos 300 metros, pero era una eternidad, como tres horas de caminata. Estábamos listos para dar el gran salto. Fuimos despacio, conscientes del momento que vivíamos. Nos quedaba muy poco y era una pena no llegar. Estuve un poco retrasado. Juan Pablo un par de metros más adelante, miraba hacia atrás para no perderme y me daba gritos de aliento. Así fueron los últimos metros. A las 12:55 mi hijo estaba ante la cumbre, siempre mirando hacia donde yo subía. A las 13:20 hicimos cumbre, nos fundimos en un abrazo interminable, la emoción y las lágrimas nos ganaron por varios minutos. Lo logramos después de más de seis horas de caminata”, recuerda emocionado.

 

Y evoca: “Habíamos hecho ‘La cumbre de todos’. El sueño, el proyecto estaba cumplido. Estuvimos unos 25 minutos, desplegamos nuestras banderas y documentamos el momento. Era nuestro objetivo”.

 

Cuenta que el descenso fue más rápido de lo esperado; optaron por bajar en una sola jornada. Descansaron, recuperaron fuerzas en el campamento Cólera y aprovecharon para enviar un mensaje alentador: "¡Cumbre! ¡cumbre! ¡cumbre!", y al otro día, a las seis de la mañana, iniciaron el regreso. Hablaron con unos porteadores que tenían mulas para que bajaran el equipo. Pagaron 3 mil pesos y emprendieron la caminata. A las 21 estaban de regreso. Abajo los esperaba la familia y un grupo de amigos. Llegaron a Mendoza, cenaron y emprendieron la vuelta a San Luis.

 

La gran aventura había comenzado cuando se presentó ante Carina Jofré, la directora de Gabriel en la Escuela "Camino del Peregrino", y le manifestó su intención de subir al Aconcagua. "Quería generar algo para que fuera representativo de la escuela. Se armó un proyecto y comenzamos a trabajar. Al poco tiempo, todos los docentes estaban consustanciados en lo que haríamos. El establecimiento necesitaba un nuevo SUM debido a la gran cantidad de matrículas que anualmente se suman, pero vino el tema de la pandemia y demoró el inicio", recuerda el montañista.

 

De todas formas, ya tenían en mente llevar los logos de la escuela y de la paz. Las imágenes recorrieron el mundo y las captó la organización Mil Milenios por la Paz, que los nombró embajadores de la causa. "La ceremonia fue el 15 de abril en el Senado de la Nación, pero no asistimos por la situación que vive el país. Eso fue el inicio de todo”, admite orgulloso.

 

Menocheo es el director de Refugio Serrano, una pyme pedagógica y de formación que comenzó su actividad hace unos 20 años y está dedicada al trekking, senderismo y montañismo, que integra un equipo de unas diez personas. Es técnico instructor internacional de primeros auxilios y está terminando en la Universidad de Salamanca una diplomatura de turismo sostenible.

 

El grupo, que tiene página web y redes sociales, posee un calendario fijo de actividades y, de acuerdo a las necesidades, trabaja con escuelas del medio y organiza capacitaciones al aire libre.

 

Cuentan con un programa destinado a padres e hijos que se llama trekk-papis-hijos, que sirve para promover el aspecto de cómo, a través de una actividad con la naturaleza, el chico se vincula afectivamente con madre y padre en diferentes actividades.

 

“Es una educación sin paredes, es una enseñanza totalmente diferente a la que se hace en la escuela”, dice el docente.

 

Capacitan a personas físicas, grupos o empresas, con proyectos acordes a cada intención: subir el Champaquí, el Retama, el cordón del Plata o el Aconcagua.

 

"Hicimos excursiones o salidas a otras provincias, como por ejemplo Tucumán o Mendoza. En Refugio Serrano todo sirve; somos docentes, nuestra misión es enseñar. Ahí todos tiramos para el mismo lado. Es la misma base del equipo que inició este proyecto hace 20 años, mantenemos la mística y la esencia propia de quienes tenemos un solo objetivo. Se hace un diagnóstico para saber si la persona o el grupo está apto para esa actividad. Queremos que disfrute el momento, no que lo sufra”, asegura Menocheo.

 

El montañista dice que no es partidario de grandes grupos, porque entiende que hay que cuidar el medioambiente y el impacto que genera.

 

Al hombre le resta cumplir un sueño en el que está trabajando: “Queremos ascender el Cho Oyu, de unos 8 mil metros, al que se conoce como la 'Diosa Turquesa', una de las montañas más altas del Himalaya. Hoy es un sueño... mañana, no sé”.

 

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