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Estamos en democracia ¿o no?

El filme de Santiago Mitre sobre el Juicio a las Juntas militares cuenta los miedos, la valentía, la decisión y el alegato del fiscal Julio César Strassera. 

Por Astrid Moreno
| 03 de octubre de 2022

Estamos en democracia, ¿o no?”, le responde irreverente la hija adolescente de Julio César Strassera a su hermano, Julián, cuando le pregunta por qué se maquilla para ir al colegio si no está permitido. Sobre esa pregunta retórica girará buena parte de “Argentina, 1985”, la nueva película de Santiago Mitre preseleccionada por la Argentina para llegar a la Academia de Hollywood. 

 

Si bien uno de los pilares del cine argentino moderno fue el de ficcionar relatos, vivencias y dolencias vinculadas a la dictadura militar, pocas producciones se animaron a transitar por los engorrosos nueve meses que duró el juicio a las juntas militares, el primero de la historia en condenar al terrorismo de Estado. Mucho menos se preocupó hasta ahora el cine nacional en contar la historia del fiscal que lo llevó a cabo y que popularizó el “Nunca más”. 

 

Ese es uno de los méritos que se lleva Mitre. Después hay muchos más dentro del filme además de la obvia, pero acertada, elección de Ricardo Darín para interpretar a Strassera, a quien le decían “Loco”, apodo poco conocido hasta el momento, por sus salidas humorísticas y ácidas, en el mismo calibre. Un ejemplo: uno de sus colaboradores en el juicio, Lucas Palacios, contó que llamaba a abogados haciéndose pasar por militar y cuando le preguntaban el nombre él respondía “el capitán Poronga”. 

 

El mismo humor que tenía el fiscal, fallecido en 2015, Mitre lo representó en la pantalla grande. Así como priman sus comentarios irónicos durante el juicio. En la ficción, Strassera hace señas pornográficas y saca la lengua a la defensa, una licencia del director que lejos de molestar aporta a la identidad del personaje. A pesar de que “Argentina, 1985” está catalogada como un drama, tiene salidas cómicas recurrentes.  

 

La palabra "facho", repetida con frecuencia a lo largo del filme, introduce uno de los conflictos iniciales. Strassera se enfrenta a un sistema judicial que está corrompido; ningún abogado, juez o integrante del sistema de Justicia quiere formar parte —por miedo o por cuota de responsabilidad en las atrocidades cometidas— del equipo que se encargue de enjuiciar a los militares. Por fortuna, estaban en democracia.

 

“Son todos fachos”, concluye con su amigo, el dramaturgo argentino, Carlos Somigliana, de vital importancia en el filme y exquisitamente personalizado por Claudio Da Passano. Pero ¿acaso no hicieron esos funcionarios judiciales lo mismo que Strassera durante la dictadura? Nada. 

 

Incluso, el mismo fiscal se refugia en su oficina e intenta, hasta última instancia, evitar ser quien lleve adelante el juicio. “Claro que tengo miedo”, le manifiesta en la intimidad a su pareja, Silvia, interpretada por Alejandra Flechner. En la vida real la esposa del fiscal se llama Marisa y es uno de los pocos personajes que no conserva su identidad original en la producción.

 

Estaba en lo correcto Strassera al tener miedo. Amenazas telefónicas, cartas con el membrete de la Armada y una bala que aparecen en el living de su casa, y hasta un coche bomba frente a Casa Rosada son algunas de las presiones más explícitas. Otras suceden dentro del edificio donde se realizó el Juicio y desde el Ministerio de Seguridad que le pide implícitamente dejar por fuera de las condenas a los representantes de la Fuerza Aérea. Nuevamente, y por fortuna, estaban en democracia ¿o no?

 

Otro detalle, no menor, es que nada se le escapa a Mitre y su equipo de dirección de arte que colocó los artefactos adecuados en el momento preciso. Desde los televisores antiguos y los temidos Ford Falcon verdes hasta los ascensores de jaula de metal que todavía se pueden encontrar en algún edificio antiguo del microcentro porteño; todo ocupa su lugar correcto para demostrar algún recuerdo en quienes vivieron la época.

 

Odiado y amado por igual, de héroe a incriminador de quienes "salvaron la Patria", la sociedad argentina de 1983, año en el que inicia el filme, mantiene una dualidad que en la actualidad podría compararse con la tan nombrada grieta. Un personaje que pasa casi desapercibido, "El Ruso", interpretado por Norman Briski, un abogado mayor que al final se encuentra en su lecho de muerte expresa: "Hace 50 años que el país está dividido". Debería sumarle 40 más. 

 

Dos horas y media dura “Argentina, 1985” y el llanto y la risa están distribuidos en un equilibrio que fascinaría a cualquier físico. Los relatos de las víctimas de la dictadura son, por supuesto, de los más emotivos; sin embargo, el alegato final que lee Darín, en la piel de Strassera, es quizá el mejor momento no solo de la película, sino de toda su carrera actoral. 

 

Dejar la lectura completa sin posibilidad de interrupción es un gran riesgo en cámara, pero el actor, protagonista de las tres producciones locales que en lo que va del siglo fueron nominadas a los Oscar, supo mantener la atención en sus ojos celestes, enmarcados en unos rectangulares lentes marrones; en sus manos acusatorias que señalaron en una oportunidad a Jorge Rafael Videla mientras leía la Biblia en silencio y, sobre todo, en sus palabras, que le dieron sentencia a un inconsciente colectivo.  

 

Con ese clímax “Argentina, 1985” tenía un cierre perfecto, pero se extiende durante unos 15 minutos más con las condenas y la decisión de apelar de Strassera. Por lo único que se justifican las escenas finales es por la declaración de su hijo: "Papá, metiste preso a Videla". 

 

La escena inicial y la final fueron encabezadas por los dos personajes más jóvenes del filme, quizás fue una fortuita coincidencia o tal vez, el director, el elenco y los productores quisieron resaltar un mensaje importante que deja entrever los jóvenes asistentes del fiscal. La Argentina de 1985, que sentenció a los responsables del genocidio más grande del país, es la que dejaron como ejemplificadora para las generaciones de la época y las que siguieron. Ahora, son ellas las que deben mamar a la libertad. 
 

 

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