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A prueba de crisis

En el viejo continente cuatro mandatarios renunciaron en un mes. Una ola que preocupa y ocupa a la política internacional

Por Agustina Bordigoni
| 15 de agosto de 2022

En un lapso de tres semanas, cuatro mandatarios europeos renunciaron a su cargo. Al primer ministro búlgaro Kiril Petkov le siguieron el británico Boris Johnson, la primera ministra de Estonia Kaja Kallas y el de Italia, Mario Draghi. Mociones de censura, pérdida de apoyo de sus partidos, casos de corrupción y condiciones nacionales e internacionales adversas son los denominadores comunes de estos casos a la vez particulares.

 

 

Una emergencia generalizada

 

La crisis internacional, causada por la guerra en Ucrania, y la consecuente suba del gas y combustibles empeoraron situaciones nacionales que ya estaban deterioradas y no se habían recuperado de la pandemia.
En los últimos días el gas llegó a precios récords —se multiplicó por siete en lo que va del año— luego de que Rusia anunciara un nuevo corte en el suministro. Ahora, el gasoducto Nord Stream 1, que provee la mayor parte de este recurso a Europa, funciona a la quinta parte de su capacidad.

 

 

 

El aumento del precio del gas y su escaso suministro puso en jaque no solamente a grandes economías como la de Alemania —cuya industria depende, en gran medida, de este recurso que importa desde Rusia en un 50 por ciento—, sino también a la Unión Europea, muchas veces incapaz de tomar medidas conjuntas.

 

Frente a este último recorte del suministro (Países Bajos, Finlandia, Bulgaria y Polonia ya no reciben gas ruso) el bloque regional decidió impulsar un ahorro de energía del 15 por ciento desde agosto de este año hasta marzo de 2023, de manera que Europa pueda sobrevivir el invierno. La medida, a la vista insuficiente para paliar la crisis, no fue aceptada por unanimidad, por lo que se establecieron múltiples excepciones: quienes no cuenten con conexión a un gasoducto de otro país miembro, tengan industrias sensiblemente críticas a la baja del suministro o hayan aumentado menos de un 8 por ciento su consumo podrían quedar exentos.

 

A corto plazo, la reducción del consumo y la búsqueda de proveedores alternativos y de otros tipos de energía como la del carbón o la nuclear disminuyeron la dependencia, pero no solucionaron el problema de fondo. El resultado: aumento de precios, escasez y temor de que la recesión se agudice en los próximos meses.

 

 

Realidades particulares

 

El primero en salir en este lapso de tres semanas fue el mandatario de Bulgaria, Kiril Petkov. La coalición de partidos que gobernaban el país se disolvió y, tras una moción de censura, el primer ministro decidió renunciar en un contexto de crisis, marcada más que nunca por la guerra. En abril, Rusia cortó todo suministro de gas a este país, que se negó a pagar el recurso en rublos.

 

 

 

En Reino Unido, Boris Johnson también perdió el apoyo: “Está claro que la voluntad del Partido Conservador es que debería haber un nuevo líder del partido y un nuevo primer ministro… Estoy muy orgulloso de los logros de este gobierno, desde ejecutar el Brexit hasta arreglar nuestras relaciones con el continente por más de medio siglo”, dijo el mandatario al dimitir, el 7 de julio.

 

La última y determinante crisis de las muchas que vivió Johnson derivó en la renuncia de más de 50 ministros y funcionarios, luego de que se conociera un escándalo sexual en el que estaba involucrado el número dos del Partido Conservador, Chris Pincher, nombrado en el cargo por el primer ministro. Las acusaciones contra Pincher impactaron directamente sobre el mandatario, que estaba al tanto de denuncias contra el líder conservador cuando decidió nombrarlo. Pero la situación del británico ya venía resentida: un mes antes, en junio, había enfrentado una moción de censura convocada por su propio partido después del “Partygate”, un escándalo en el que Johnson terminó multado por participar de múltiples fiestas en diferentes edificios gubernamentales en pleno confinamiento, y en un país que fue el más afectado en cuanto a muertes por la pandemia en Europa.

 

La situación económica también se presenta como preocupante: la inflación del 9 por ciento, la crisis causada por los coletazos del Brexit, el aumento de algunos impuestos y la guerra en Ucrania, que avivan los temores de una gran recesión.

 

El caso de Kaja Kallas fue un tanto diferente, presentó su dimisión el 14 de julio, pero con la idea de formar un nuevo gobierno, el cual sigue dirigiendo con otras alianzas partidarias. La crisis dentro de la coalición de gobierno no escapa a la situación general: las consecuencias de la pandemia, la crisis energética y una inflación del 22 por ciento interanual.

 

Al mismo momento, el primer ministro italiano, Mario Draghi, presentó su renuncia tras perder el apoyo del Movimiento Cinco Estrellas, parte de la coalición de gobierno. Como otras crisis dentro de las fuerzas gobernantes, la italiana también estuvo marcada por la inflación (6 por ciento interanual) y las consecuencias de la guerra.

 

 

Repercusiones internacionales

 

La crisis, el aumento de los precios y el hartazgo que se exacerba en este contexto de creciente inflación también llegaron a otros lugares del mundo. A principios de julio, miles de manifestantes tomaron el palacio presidencial en Sri Lanka, cansados del aumento del costo de vida y de la corrupción. El presidente, Gotabaya Rajapaksa, huyó del país y renunció a su cargo desde el exilio.

 

Las imágenes de la multitud ingresando al palacio y utilizando las instalaciones impactaron en el mundo entero. Las condiciones de vida fuera de ese edificio tan lujoso eran realmente contrastantes: la inflación, del 30 por ciento, sumada a una escasez de alimentos, medicamentos y combustibles (que obligó a cerrar incluso las escuelas), azota a la gran mayoría de los 22 millones de habitantes que tiene el país.

 

 

 

Tras la huida del presidente, el primer ministro Ranil Wickremesinghe, quien fue nombrado como presidente interino, declaró el estado de emergencia en todo el país.

 

En la región la emergencia y las protestas no llegaron a derrocar ningún gobierno, pero se sintieron en países como Panamá, uno de los más ricos (pero desiguales) de Centroamérica, y poco acostumbrado a este tipo de manifestaciones.

 

 

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