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Naturaleza sangre: los crímenes de dos pobres corazones

Uno de los momentos más emocionales de la serie sobre la vida de Fito Páez retrata el asesinato de sus madres postizas. Como con todo lo que sucedió en su vida, el rosarino escribió canciones al respecto.

Por Miguel Garro
| 15 de mayo de 2023
El amor después del amor", la serie basada en la vida de Fito Páez. Foto: Internet.

El tiempo que la narración de “El amor después del amor” -la serie de la que habla todo el mundo- le dedica a los asesinatos de la abuela y la tía abuela de Fito Páez demuestra lo trascendente que fue el violento acontecimiento y el modo en que lo marcó, tanto en su carrera artística como en su vida personal. Criado por ellas con todo el amor que dos señoras pueden tener ante el único niño de la casa y de sus vidas, el músico descendió a los infiernos del dolor cuando se enteró de la noticia.

 

Más que la relación con su padre, más que el amor no tuteado con Fabiana Cantilo, más que su éxito como tecladista de Juan Carlos Baglietto y Charly García, más que la grabación del disco más vendido de la historia del rock nacional, más que su menos intempestuoso vínculo con Cecilia Roth, todo lo apaciguado que puede ser un romance entre un rockero a punto de ser exitoso y una actriz que había vivido el destape madrileño; la serie hace mucho pie en el doloroso momento en que Delia Zulema Ramírez de Páez y Josefa Páez fueron brutalmente asesinadas por un excompañero de la escuela del músico. Con ellas también murió Fermina Godoy, la empleada doméstica de la casa, embarazada de tres meses.

 

Los asesinatos fueron cometidos por Walter de Giusti en complicidad con su hermano Carlos, quienes vivían a pocas cuadras de la casa. Sucedieron el 7 de noviembre de 1986 al mediodía, mientras el músico estaba en Brasil de gira.

 

Los De Giusti eran plomeros y entraron a la casa de las señoras con la excusa de arreglar una cañería, pero apenas ingresaron apuñalaron a las parientes de Fito y le dieron un tiro en la cabeza a Godoy. El móvil fue el robo, aunque la pesquisa policial indicó que se llevaron pocas cosas: un videograbador y un collar de perlas, clave para la dilucidación del caso.

 

La Policía de Rosario tardó casi un año en descubrir al asesino y, por supuesto, fuerza policial al fin, sospechó en un momento del propio Páez como posible autor. La luz empezó a verse en el caso cuando un travesti fue sorprendido en la calle con el collar robado en la casa de las víctimas y le dijo a los investigadores que se lo había regalado su novio, Walter.

 

Para entonces, De Giusti había cambiado de profesión. Ya no era plomero, sino agente de la Policía, a la que se había enrolado un mes después de los femicidios. Cuando lo detuvieron, confesó que, una semana antes de matar a las abuelas de Fito y a la empleada, había hecho exactamente lo mismo con una mujer de 81 años y su hija adoptiva de 31, en otra casa de Rosario.

 

Condenado a perpetua, luego beneficiado con una rebaja y más tarde con una conmutación de pena, en 1997 De Giusti -que tocaba el bajo en una banda heavy en su adolescencia- pudo cumplir prisión domiciliaria tras haber contraído HIV en el penal de Coronda y quedar, supuestamente, ciego. Al año siguiente, lo vieron en un bar de San Luis y Balcarce, en Rosario, al que asistía con frecuencia y le revocaron el beneficio. Murió en junio de 1998.

 

En 1994, el acusado brindó una entrevista a la revista Gente en la que negó su participación en los asesinatos, aseguró que la Policía le armó la causa en su contra y dijo que quería hablar con Páez para contarle su parte de la historia. En esa charla, el condenado brindó la poquísima información que se sabe de su hermano Carlos, menor de edad al momento de los crímenes y absuelto por la Justicia. Dijo que por entonces estaba por recibirse de Licenciado en Ciencias Económicas. En el perfil de LinkedIn de un hombre con ese nombre -que por el número de DNI coincide en edad con el hermano de Walter-, se dice que trabaja en una prestigiosa consultora de Rosario.

 

 

La reacción musical

 

Como todo en su vida, Fito contó en canciones sus sentimientos tras los brutales hechos. Son pocos los artistas argentinos que se animaron a contar tan directamente, a veces tan descarnadamente, lo que sucedía a su alrededor; sea con descripciones generales, aunque la mayoría en torno a las situaciones individuales.

 

La primera canción de su primer disco se llama “Del 63”, como el álbum, en referencia a su año de nacimiento y es una narración en primera persona de cómo llegó a ese momento. Para su segundo opus, Páez le avisó a Buenos Aires que ofrecía su corazón en forma de chacarera y entre otros himnos (“DGL”, “Giros”, “11 y 6”, “Cable a tierra”), preparaba el terreno para descargar su furia.

 

Sus enamoramientos, sus hijos, sus obsesiones, sus rupturas, sus vicios, sus canciones, su carrera, su ciudad, sus ídolos, su mundo, tienen su propia canción en la discografía de Páez. 

 

La reacción a todo lo que Fito vivió tras noviembre de 1986 fue contado en “Ciudad de pobres corazones”, el disco que editó en junio de 1987 y que representa el más oscuro y furioso de su carrera. La primera estrofa del tema que titula el disco es una descarga de ira (“En esta puta ciudad…”) con la melodía más rockera que Páez se animó a hacer en su carrera y una referencia a una bolsa de marihuana que la Policía encontró en la casa de las señoras con las que trataron de involucrar al músico.

 

La infantil decisión policial de investigar a Fito se vio reflejada en “Track track”, la última canción del disco, que tiene una preciosa versión de “Paralamas”. Entre el inicio y la despedida del álbum, Páez -quien compuso los temas en Tahití, donde huyó del asedio mediático por las muertes- dedicó la cariñosa “De 1920” a sus madres postizas; “Gente sin swing” a la Policía y a los medios de comunicación; y “Bailando hasta que se vaya la noche”, “Dando vueltas en el aire” y “Nada más preciado” a la penosa situación que estaba viviendo.

 

Redacción / NTV

 

 

 

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