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Burnout de fin de año: cuando el cansancio deja de ser normal y el cuerpo pide frenar

A medida que el año se acerca a su final, el cansancio deja de ser solo una molestia pasajera y empieza a sentirse como una carga permanente. No alcanza con dormir un poco más ni con tomarse un día libre. El cuerpo sigue agotado, la mente saturada y la sensación de estar siempre corriendo detrás de algo se vuelve cotidiana.

 

Distintos relevamientos muestran que nueve de cada diez trabajadores argentinos se sienten “quemados” por su trabajo y que el país lidera el ranking regional de desgaste laboral por cuarto año consecutivo. El síndrome de burnout —también llamado síndrome del quemado— no es una exageración ni una moda: es un estado de agotamiento físico, mental y emocional con impacto directo en la salud. La Organización Mundial de la Salud lo reconoce desde hace años como un factor de riesgo laboral.

 

El cierre del año potencia este escenario. Se acumulan balances, plazos, compromisos y expectativas. El multitasking deja de ser una habilidad y se convierte en una exigencia constante. Aparecen el insomnio, la fatiga persistente, las contracturas, los dolores de cabeza y la dificultad para concentrarse. El cuerpo empieza a dar señales claras, pero la lógica del rendimiento empuja a seguir.

 

No todo el estrés es negativo. Existe un estrés saludable que activa, motiva y prepara para afrontar desafíos. El problema aparece cuando esa activación se vuelve crónica. El distrés —el estrés sostenido en el tiempo— supera la capacidad de adaptación del organismo y se traduce en irritabilidad, ansiedad, apatía y un cansancio que no se resuelve con descanso.

 

El burnout es el paso siguiente. En diálogo con la Dra. Evelyn Zamorano (M.P.M. 05448), médica clínica y especialista en medicina del estrés, explica que se trata de una fase de colapso de los mecanismos adaptativos. Mientras el estrés crónico acelera, el burnout frena: es el organismo diciendo basta después de una exposición prolongada a exigencias sin recuperación adecuada.

 

Desde el punto de vista biológico, el estrés sostenido altera la regulación hormonal, incrementa la inflamación de bajo grado y afecta al sistema inmune. Por eso se asocia a trastornos del sueño, ansiedad, fatiga persistente y mayor vulnerabilidad a distintas enfermedades. No se trata solo de una percepción subjetiva: hay procesos físicos concretos detrás del agotamiento.

 

Las causas suelen ser múltiples: sobrecarga laboral, presión constante, conflictos con superiores, falta de identificación con el trabajo o la sensación persistente de no estar a la altura de lo que se espera. Aun así, una parte importante de los trabajadores no realiza ninguna acción para aliviar ese desgaste, como si vivir exhaustos fuera parte inevitable de la rutina.

 

Es clave desarmar una idea muy instalada: el burnout no es debilidad ni falta de voluntad. Es el resultado de una sobreexigencia sostenida en el tiempo. Escuchar al cuerpo a tiempo puede prevenir consecuencias más graves. A veces no se trata de hacer más, sino de aprender a frenar.

 

Bajar un cambio no implica abandonar responsabilidades, sino recuperar regulación. Respirar de manera lenta y profunda, cuidar el descanso, poner límites y aprender a decir que no son gestos simples que ayudan a salir del estado de alerta permanente.

 

En ese proceso, la actividad física regular, sin sobreexigencias, es una herramienta terapéutica comprobada. Caminatas de 20 minutos, estiramientos suaves, yoga, pilates o bicicleta a ritmo tranquilo pueden reducir el estrés, mejorar el estado de ánimo, atenuar el agotamiento emocional y favorecer un sueño reparador. Lo importante es la regularidad, no la intensidad.

 

También resultan claves las micro-pausas activas durante la jornada laboral y una alimentación antiinflamatoria, rica en verduras, frutas, pescado, aceite de oliva, frutos secos y legumbres. Este tipo de dieta ayuda a disminuir la inflamación sistémica y a conservar la energía, al tiempo que se recomienda reducir el consumo de alcohol, café y alimentos ultraprocesados, especialmente aquellos con harinas refinadas, grasas trans, exceso de grasas saturadas, sal o aditivos.

 

Por último, la práctica regular de atención plena o mindfulness ha demostrado modificar circuitos cerebrales implicados en la regulación emocional, facilitando una mejor tolerancia a las exigencias diarias, según destaca la American Psychological Association.

 

Llegar bien a fin de año no depende de tachar todas las tareas pendientes, sino de cuidar la energía con la que se las enfrenta. El cuerpo habla todo el tiempo. La pregunta es si estamos dispuestos a escucharlo antes de que nos obligue a parar.

 

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