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Una familia se salvó de morir intoxicada con monóxido

Por redacción
| 14 de octubre de 2015
El tiraje tapado está arriba de su departamento. Por eso, Carlos instaló ayer una salida propia. | Foto: Alejandro Lorda

Sandra Edith Saromé se levantó a las 06:15 de la cama matrimonial y a medida que caminaba hacia el comedor sintió que el malestar se acrecentaba. Tenía dolor de cabeza, las piernas flojas y unas incontenibles ganas de vomitar. La extrañeza se convirtió en preocupación cuando se dio cuenta de que su esposo Carlos Flores y sus hijos Alexis y Juan Pablo también habían empezado el martes 13 con una gran descompostura. Fue Carlos quien sospechó que estaban intoxicados. No había otra explicación posible. Un rato después, un bombero se lo confirmó: había una obstrucción en el tiraje del calefón y el monóxido de carbono producto de la combustión, al no poder salir hacia el exterior, había copado el departamento. La familia se había salvado por poco de morir. 
El monóxido de carbono no tiene olor ni color y es altamente tóxico. Justamente su imperceptibilidad es lo que lo hace letal. Por eso ha sido bautizado popularmente como “el asesino silencioso”. 
Los Flores-Saromé viven en un departamento ubicado en la planta baja del monoblock 2 de la manzana 1 del barrio José Hernández, en la zona noroeste de San Luis capital. La noche anterior, Sandra, de 46 años, y su marido, de igual edad, se acostaron dejando a  Juan Pablo y a Alexis despiertos. Los chicos iban a bañarse antes de ir a la cama. Juan Pablo, de 18 años, tenía escuela a la mañana temprano. 
“Puse el despertador y me levanté a las 6:15, como todos los días, para despertar a Juan Pablo. Me dolía mucho la cabeza. Escuché que Alexis, de 13 años, se quejaba, como si estuviera soñando entre dormido. Le pregunté qué le pasaba y me fui a la cocina a prepararle el desayuno. Ahí empecé a sentir el mareo y me dieron arcadas”, contó Sandra. 
Carlos se levantó a socorrerla. Pero no estaba en condiciones muy distintas a su mujer. Pero “él se dio cuenta que estábamos así porque seguramente había algo raro en el aire de la casa. Abrió la puerta de la cocina, me sacó y me dejó sentada afuera”, relató Sandra. 
Después, el jefe de familia fue buscar a sus hijos a sus habitaciones y los llevó al patio. El nene más chiquito vomitaba y el más grande apenas si podía sostenerse en pie. “Me decía ‘estoy bien, mamá, estoy bien’. Pero inmediatamente se tumbaba”, recordó la mujer, que agradece que la intoxicación no fue tan aguda como para desvanecerlos. “Cuando la persona se adormece y pierde el conocimiento, la muerte sobreviene en pocos minutos”, explicó ayer el oficial principal Rafael Godoy, jefe del cuerpo de bomberos de la Policía. 
Por la hora, la mayoría de los vecinos del monoblock aún dormían. Por eso, Carlos no ubicó rápidamente a gente que pudiera ayudarlo. Pero vio y le pidió ayuda a un hombre que vive en un departamento próximo, que en ese momento salía a trabajar. Carlos también llamó  al 911 desde el teléfono fijo del departamento. 
Los primeros en llegar fueron los agentes de la Comisaría 6ª. Después fue una ambulancia. Y más tarde, los bomberos de la Policía.
Por los síntomas que tenían, a Sandra y a Alexis los trasladaron al Hospital del Oeste. “Me volvieron los vómitos y me desmayé en la cocina”, recordó Sandra. Alexis tenía baja la presión y las pulsaciones, detalló Carlos. Madre e hijo estuvieron en observación hasta las 10:30, cuando les dieron el alta. 
Los bomberos hicieron una inspección y corroboraron que el tiraje del calefón –que está en la parte superior del departamento– “se había tapado con basura y una paloma muerta”, dijo Godoy. Sin poder salir por la cañería, el gas tóxico se dispersó adentro de la vivienda y llegó a las habitaciones mientras la familia descansaba. 

 

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