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Caso García Campoy: pidieron que procesen a 2 gendarmes

Por redacción
| 01 de diciembre de 2015
Misterio de un viernes 13. La familia de Andrés aún no reconstruye de modo completo qué pasó en la ruta 7.

Ramiro Villalba, el nuevo abogado de la familia de Andrés García Campoy, el chico que se crió en San Luis y que murió de un disparo en la cabeza, en un puesto de control de Gendarmería Nacional, en Mendoza, comparte el parecer de los parientes del muchacho fallecido. No tiene dudas de que Andrés, de 20 años, fue ejecutado por un joven efectivo de ese cuerpo, Maximiliano Alfonso, y que éste lo hizo “en presencia y con el beneplácito de otro”, Corazón de Jesús Velázquez. Por ello, Villalba jugó una carta fuerte el jueves: le pidió  al juez federal que investiga el caso, Walter Bento, que les revoque a ambos la falta de mérito que les había dictado y los procese por homicidio agravado, por ser cometido por efectivos de una fuerza de seguridad.

 


Los imputados “no se imaginan a quién mataron. Andy era un ángel. Un chico bueno, un muy buen estudiante, alegre, lleno de proyectos, que hacía amigos en todos lados. Si van a la escuela ‘Rosenda Quiroga’, donde estudió, les van a poder decir quién era. Justamente porque no saben quién era Andy nunca creímos esa mentira que inventaron para tapar el crimen, que mi hijo se había suicidado. (Los sospechosos) no saben con quiénes se metieron. No nos vamos a quedar quietos. Vamos a hacer todo para que la verdad salga a la luz y se haga justicia”, prometió ayer Mónica, mamá de Andrés y vecina de La Punta.

 


Mónica contó que hace menos de un mes contrataron a Villalba, para que se hiciera cargo del caso. El penalista les dijo que estudiaría el voluminoso expediente que inició el viernes 13 de junio del año pasado, cuando Andrés recibió una bala que salió de una vieja carabina, una reliquia heredada de su familia paterna, que llevaba aquel día en la parte trasera de su Peugeot 504 verde. Los parientes suponen que el muchacho iba a venderla y que se topó con los gendarmes cuando iba a encontrarse con el comprador, en la ruta nacional Nº 7, a la altura del kilómetro 1060, en jurisdicción del departamento de Luján.

 


En el documento que presentó la semana pasada al magistrado, Villalba enumera una a una las nuevas pruebas incorporadas tras el dictado de la falta de mérito, que, a la luz de todo lo que ya hay en el expediente, sostienen su teoría de que Andrés no se suicidó, sino que fue víctima de un homicidio.

 


El magistrado, al parecer, prefirió analizar y valorar los testimonios de los allegados a Andrés después de tener la autopsia psicológica. Esa prueba ya fue sumada. La psicóloga que la realizó, Marta Mula, del Cuerpo Médico Forense de la Justicia de Mendoza, concluyó que “desde el punto de vista psicopatológico, a tenor de los antecedentes recolectados y el estudio de la personalidad de Andrés García Campoy, se puede inferir en términos de probabilidad que no presentaba un síndrome pre suicida en su último periodo de vida”, citó Villalba en su escrito.

 


La profesional especificó en su informe que el muchacho no había tenido internaciones psiquiátricas y que “no había indicadores previos de trastornos psicopatológicos personales ni familiares”.

 


Dijo, además, que no se registraban intentos de quitarse la vida, tendencias suicidas o de autoagresión o conductas de riesgo. “Por el contrario –expresó Mula– se destaca un manejo correcto y respetuoso con proyecciones futuras”. Al momento de fallecer, Andrés cursaba el primer año de la Licenciatura en Seguridad e Higiene, en la Universidad del Aconcagua, en Mendoza. Llevaba la carrera a término, con excelentes notas, recordó su mamá.

 


“Se reconstruye una vida sana, activa, responsable con una niñez y adolescencia normal, sin acontecimientos traumáticos –especificó la perito psicóloga–. Compartía gran parte de su tiempo con su grupo familiar, aquí en Mendoza, y con el resto de su familia, en San Luis. Esto lo hacía sentir contenido, aceptado y protegido (…) Se observan rasgos que lo caracterizan como una persona alegre, cariñosa, tímida al comienzo de las relaciones, respetuosa de límites (…)”.

 


Entre el 6 y el 10 de junio, el muchacho había estado de La Punta, visitando a su mamá, Mónica, a su “papá del corazón”, Jorge Peralta, y a sus dos hermanos menores, Juan Manuel García Campoy y Agustín Peralta. “Cuando estuvo acá renovó el carné de conducir. Y esa noche que lo mataron tenía un festejo, al que iba a ir. Al lado del taller mecánico en el que trabajaba hay una vinoteca. Allí le compró un vino de regalo a su amigo que cumplía años. Llevaba la botella en el baúl del auto. Estaba pensando en un parcial que tenía que rendir. Programó un viaje conmigo a San Francisco. Una persona que se va a suicidar no se comporta de ese modo”, aseveró Mónica.

 


En su escrito, Villalba transcribió una parte del informe de la pericia psicológica que le hicieron a Alfonso, quien, para él, sería quien gatilló la carabina. En el estudio se destaca que, si bien Alfonso fue a todas las citaciones de manera puntual, “se detecta durante las mismas un elevado monto de tensión y colaboración acotada. Presenta un discurso en el que predominan los aspectos racionales, despojados de contenido emocional, mostrando un estilo sobrecontrolado. Se muestra rígido, con actitud defensiva, intentando enfatizar sus virtudes y negar sus conflictos. Presenta escasa capacidad introspectiva y de autocrítica, con elementos de omnipotencia. Apela a la racionalización para justificar situaciones de conflicto”.

 


Según el informe, el imputado Alfonso tiene “escasa tolerancia a situaciones ambiguas y novedosas, experimentando ante las mismas un incremento de tensión frente a la cual intenta ejercer un control rígido”. “Si los mecanismos defensivos fallan –prosigue el perito–, puede manifestar conductas poco reflexivas y hostiles. En los vínculos busca obtener la aprobación de los demás, si esto no sucede, puede experimentar inseguridad y manifestar conductas hostiles cuando no satisfacen sus demandas”.

 


“Todavía no me cabe en la cabeza por qué le pegaron un tiro”, dijo Mónica, para quien esa descripción de los rasgos conductuales del gendarme da fuertes pistas. Hasta hoy no sabe con exactitud qué pudo haber pasado en el control, qué sucedió. Sólo sabe que su hijo era un chico tranquilo y respetuoso y halló la muerte de modo sorpresivo, en la plenitud de su existencia. “No tendría que haber estado allí, ese asesino no tendría que haber estado allí”, aseguró.

 


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