SAN LUIS - Sabado 28 de Junio de 2025

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Las habilidades de Jonathan para escaparse sin violencia

Por redacción
| 08 de marzo de 2015
Siempre enfrentado a la Justicia. Vogel en una audiencia, en un juicio por robos a mano armada.

Tal vez Jonathan Lucas Vogel no sepa que su apellido significa pájaro, en alemán. Pero está claro que no le gusta que lo tengan enjaulado. La del miércoles pasado fue su segunda fuga de la cárcel de San Luis en once años. Ésta fue más espectacular que la primera: salió escondido en una cómoda que él había fabricado con otros internos. Pero se parece a aquélla del 26 de marzo de 2004 en que contó con la complicidad de agentes penitenciarios para lograrla.
Eso da una idea de la habilidad de Jonathan para tejer relaciones con presos y guardiacárceles en la Penitenciaría puntana: en su legajo campean las anotaciones “Muy bueno” y “Ejemplar” en las evaluaciones periódicas sobre su conducta y el concepto que tienen de él dentro del penal. Llegó allí el 14 de enero de 2002, dos semanas después del asesinato del comisario mayor Máximo Aníbal Sosa, por el cual fue condenado a prisión perpetua el 14 de julio de 2003.
Vogel optó por no incluir violencia en sus relaciones con sus pares y con los penitenciarios. El miércoles, ocho horas después de su fuga, el jefe del Complejo Penitenciario Uno, alcaide Gustavo González Ontiveros, dijo que el prófugo siempre fue “respetuoso”.
No le fue tan mal a Vogel con esa elección: logró que “la vista gorda” de los encargados de custodiarlo no registrara el momento en que salió de la cárcel sin permiso legal, la primera vez. 
El sábado 27 de marzo de 2004, horas después de que Vogel se evaporara del penal, aparecieron dos huecos de treinta centímetros de lado en dos cercos perimetrales. Por allí escapó, dijeron los celadores. 
Lo llamativo es que si se fue por allí, debió romper cercos imposibles de saltar que aparecieron sanos, debió pasar entre dos torres de vigilancia en las que supuestamente a toda hora había un francotirador apostado y debieron olfatearlo los perros que estaban en ese sector.

 


"Me fui por la puerta"
El propio fugado contradijo después la versión de los guardiacárceles. En una entrevista que El Diario de la República le hizo en mayo de 2008 dentro del penal, al que había vuelto luego de ser capturado el domingo 24 de julio de 2005 en Luján de Cuyo, Mendoza, Jonathan dijo: “Me fui el sábado por la puerta de enfrente, entre medio de la visita”. “Antes no se pedían los documentos como se piden ahora, ahora hay un montón de seguridad más. El guardia no me reconoció porque me puse anteojos, me teñí la ceja (la derecha es mitad blanca), me puse anteojos, me teñí el pelo”, aseguró. 
“Había venido en la visita un pibe que tenía ese aspecto, salí con el número, retiré el documento, no te miraban el documento, no te miraban la cara. Usted pedía el documento, pasaba y salía. Ese chico no era conocido mío, estaba en la visita, lo había visto un par de veces. Me fui usando esa estrategia, le pedí el número de documento y tenía yo una tablita que se entregaba como contraseña”, relató.
Pero Vogel también mentiría con esa versión, probablemente para no deschavar a sus cómplices. Un penitenciario que declaró en la investigación policial por aquella evasión dijo –días después del hecho– que el sábado a las 7 de la mañana, cuando tomó la guardia y fue a hacer el recuento de presos, sus camaradas recurrieron a un artilugio para impedirle hacer el conteo en el sector donde debería haber estado Jonathan en su celda. Eso hace presumir que, a esa hora, el interno ya no estaba.
Once años después, las habilidades de Vogel para ganar complicidades quedaron en evidencia. Debe haber contado otra vez con “la vista gorda” de los celadores para regentear, desde su celda y con un celular que los internos no deberían tener, la banda que traficó desde Paraguay el mayor cargamento –134,5 kilos– de marihuana secuestrado en San Luis.
La misma “miopía” debe ser la que les impidió a los guardiacárceles advertir que durante semanas el preso fabricó una cómoda cuyos cajones eran la mitad de la profundidad que el mueble tenía. Y no los dejó percibir, el miércoles, que en los cuarenta centímetros restantes del fondo se acomodó un hombre de un metro setenta, de ochenta kilos, para que alguien después clavara la madera que lo ocultaba, en pleno taller central de la carpintería, en la claridad de las diez de la mañana.

 


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