En dos momentos, Guillermo Raúl Sosa hizo silencios que se estiraron pesadamente. Venían con la carga de la angustia que, con seguridad, le trajo rememorar el asalto que él y sus padres, dueños de la empresa de transporte “María del Rosario”, sufrieron hace ya más de cuatro años, el 4 de mayo de 2011, por el que ahora juzgan a Cristian “Jipi” Giménez. Uno fue cuando la secretaria de la Cámara del Crimen 1 de San Luis le puso en la mano el revólver que la Policía secuestró y con el que aquel día lo encañonaron tres delincuentes. El otro, cuando le mostró una remera blanca hecha jirones, con la que dormía esa mañana, cuando la banda llegó al predio donde tienen su departamento y el taller y las oficinas de la firma
— ¿Cómo se produjo esa rotura? — le preguntó el camarista José Luis Flores.
— Nos tenía a mí y a mi mamá (Rosa Gladys Gómez) en mi dormitorio. Me habían obligado a tirarme boca abajo en el piso. En un momento, vi que uno tenía un cable y que trataba de ahorcar a mi madre… No sé cómo hice, no sé lo que podría haber pasado, pero me levanté y puse mi mano entre el cable y el cuello de ella. Ahí se dio un forcejeo, en el que me agarraron de atrás y me rompieron la remera. Nos encañonaron. Nos pedían la plata. Mientras estábamos en el piso nos golpearon mucho. A mi mamá la patearon en las piernas. A mí, muchísimo en la espalda.
El joven, que es contador y lleva los números de la empresa familiar, aseveró que ese momento en el que uno de los delincuentes intentó estrangular a su madre fue quizás el más violentos de esos 20 ó 30 minutos que la banda permaneció en la propiedad.
El martes, en la primera audiencia, su madre y su padre, Gregorio Ubaldo Sosa, dieron testimonio de lo sufrido aquella mañana. El relato de Raúl no distó mucho del de ellos en cuanto a la cronología. Dijo que él y sus papás descansaban en sus respectivos dormitorios cuando su madre, que entraba al baño a ducharse, fue sorprendida por uno de los ladrones.
Las posteriores acciones que la banda desplegó se centraron en dos espacios, el dormitorio del joven y el de su padre. Más tarde, cuando ya no oyeron ruidos y pudieron deshacerse de las ataduras, fueron al patio, donde se encontraron con los empleados que habían sido reducidos por un tercer cómplice.
Sosa describió al asaltante que lo amenazó, al que tuvo más cerca, como un hombre más bajo que él, morocho, de cabellos oscuros y cortos, con “una mirada profunda, fuerte”. Estaba a cara desnuda. Dijo, además, que tenía una cicatriz en la cara y una particularidad en las orejas, “como si una estuviera más abierta que la otra”.
Ése, que lo intimidaba con un arma, vestía ropas oscuras, evocó. No pudo dar muchos detalles de ella, pero sí expresó que le pareció que tenía puesta una camisa. Ayer le exhibieron una prenda de ese tipo, secuestrada por la Policía. No pudo asegurar que era la que tenía puesta el delincuente que tuvo más cerca. Cuando le mostraron una campera de gimnasia de la Selección Nacional dijo que le parecía que así era la que vestía el otro ladrón.
Raúl estimó que se robaron más de cien mil pesos.
Más Noticias