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"Tengo que poner voluntad para salir"

Por redacción
| 18 de diciembre de 2016

La presión sube, aumentan las palpitaciones y parece que me quedara sin aire. Era una desesperación tremenda porque se te endurece la mandíbula y te tiembla todo el cuerpo”. Delia Argüello describe con detalle los síntomas que padece cada vez que el pánico la invade y se apodera de ella. La mujer de 52 años es una de las tantas personas que vive en carne propia los embates continuos de los trastornos de ansiedad. Pero afirma que gracias a su religión y el amor por su familia, logró “salir adelante” y que los ataques son cada vez menos frecuentes.

 


Delia habla con voz baja y calma, como si tratara de que los efectos que enumera en su relato no se trasladen a su cuerpo nuevamente. Por más que dice haber dejado atrás la mayor parte de los ataques, admite que todavía la asaltan algunos miedos y fobias. Pero se anima a contar su experiencia para incentivar a otros que sufren lo mismo a poner “voluntad” para superarse.

 


Para ella, sus males tienen un denominador común: la tristeza. “Empecé a sentir depresión a los 15 ó 16 años y me agarró más fuerte cuando falleció mi papá en 1999. Al poco tiempo tuve una fractura de tobillo y debí permanecer encerrada y en cama como un mes. Ahí empezó la ansiedad”, recordó.

 


Esa combinación de emociones hizo que se le empezarán a disparar ataques de pánico. “El primero lo sufrí cuando mi hija mayor cumplió 15 años (hoy tiene 30). Mis sobrinas la llevaron a bailar a un boliche y yo no dormí en toda la noche pensando que les podía pasar algo, temblaba de miedo hasta que volvió”, contó, todavía con angustia.

 


Los episodios se volvieron cada vez más habituales hasta convertirse en una constante e impregnar todos los ámbitos de su vida. Confesó que tiene miedo a las alturas, a realizar viajes largos en cualquier vehículo y a estar completamente sola. Admitió también que “no puedo salir de noche cuando es muy tarde porque me da miedo. Para colmo ando en bicicleta con mi nieto, lo traigo volando porque no veo la hora de llegar, es una desesperación. Siento miedo a que se me aparezca algo o alguien”.

 


La mujer deambuló por distintos consultorios de psicólogos y psiquiatras durante años. Tomó medicación para la depresión, la ansiedad y el sueño, pero sin demasiado éxito. “No encontré ahí la solución. Los médicos me decían que no había ninguna pastilla mágica que me fuera a curar de un día para el otro. Yo lloraba y decía que a mí nadie me entendía. Después comprendí que tenía que poner mi voluntad para salir”, expresó.

 


Delia es soltera y tiene tres hijos que ahora son adultos, pero que en su niñez tuvieron que convivir con los episodios de su madre. Los continuos ataques de pánico y el desgano le impedían trabajar y una hermana suya fue la que durante mucho tiempo se hizo cargo de los chicos.

 


Fue en la vida espiritual donde encontró las fuerzas para superar la ansiedad. Comenzó a frecuentar una Iglesia Evangélica donde encontró la paz y pudo salir a flote. "Pero también hay que poner parte de uno. Yo no quería tomar medicamentos y andar como un zombi todo el día. Ya me había cansado verme así”, dijo con seguridad.

 


Después de muchos años duros, Delia dice haber superado la tristeza. “En mis nietos encontré las fuerzas. Ellos necesitan que yo los cuide”, sostuvo. Y aunque dice que los ataques de pánico se repiten de vez en cuando, afirma que es más fuerte y combate para no caer en el pozo en el que estuvo hundida.

 


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