SAN LUIS - Viernes 27 de Junio de 2025

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El boxeo y el tango lloran a dos de sus apasionados protagonistas

Por redacción
| 13 de abril de 2016
Miguel Ángel Herrera. "Come Clavos" le peleó de igual a igual a Pascualito Pérez.

Dicen que la música y el deporte van unidos y tal vez tengan mucho de cierto. Dicen que el boxeo y el tango caminan de la mano y que muchos trabajadores del ring, se inspiraron en la letra de algún tango a la hora de entrenar. O algún tanguero volcó las corcheas y las semicorcheas en el pentagrama en busca de una letra entradora. Y también puede ser cierto.

 


En San Luis, ocurrieron dos hechos que van tomados de las manos por donde se lo mire. La familia Herrera perdió al máximo exponente de “los Herrera”: el “Come Clavos”, aquel exquisito boxeador que supo llenar el Guay Curú con su sola presencia, aquél que nació para pegarle piñas a la vida, aquél que de chico supo ganarse el pan en la casa de los Cangiano, de Hipólito Yrigoyen y Belgrano, donde oficiaba de chico de los mandados o “boyerito”. Se fue de este mundo para mirarnos del más allá.

 


Aquél que le hizo una gran pelea a Pascualito Pérez cuando éste se preparaba para combatir por el título del mundo en Japón frente a Yoshio Shirai, a quien en noviembre de 1963 le ganara por puntos consagrándose campeón ecuménico.

 


“Come Clavos” solía decir que para esa pelea se había preparado como nunca y que los hermanos Miranda, Ernesto y Carlos, le ofrecieron 13 mil pesos. Entre risas contaba que por esa plata los peleaba a todos juntos. Herrera tenía esposa, hijos y estaba sin trabajo; vivía de changas. La pelea fue en el Guay Curú y hubo un lleno total. Fue un combate espectacular, los dos dieron todo y se dijo que lo mejor hubiera sido un empate, pero no fue así.

 


Miguel Ángel Herrera combatió con los mejores de su época en su corta carrera pugilística (de los 18 a los 24 años). Con suerte dispar combatió con el sanjuanino Federico Ripoll, el mendocino  Guido Granizo, el sanluiseño Salustiano Suárez, al tucumano Ramón Suárez en el Luna Park y en Paraguay con “Kid Pascualito”, entre otros.

 


 Por eso,  por mucho más, y como dice el tango: Adiós muchachos, compañeros de mi vida, /barra querida de aquellos tiempos/me toca a mí hoy emprender la retirada, /debo alejarme de mi buena muchachada. /Adiós muchachos. Ya me voy y me resigno/contra el destino nadie la talla/se terminaron para mí todas las farras, / mi cuerpo enfermo no resiste más.

 


Y allá muy capaz que lo esté esperando un tanguero de ley, Juan D'Amico, aquel histórico peluquero que siempre decía: ”Hay dos tango que me hacen vibrar: 'Por una Cabeza' y 'Volver'". Y seguía haciendo sonar su tijera en la mano derecha y en la izquierda, un fino peine negro.

 


Juan era el peluquero del barrio, (avenidas Justo Daract y Ejército de los Andes) y gustaba atender a sus clientes escuchando tangos, mostrando su local donde sobresalían piezas arqueológicas, criollas, cuadros, almanaques, trabajos artesanales, pinturas, fotos viejas amarillentas, y lógicamente su invalorable colección de música del dos por cuatro.

 


D'Amico no sólo era un buen peluquero, era además un apasionado del boxeo (tuvo un hermano boxeador) y su figura no faltaba nunca de la tanguería donde era muy popular. Alguien dijo: “Si no llega Juan, parecería que falta alguien en la pista”.

 


El famoso peluquero solía transformar su local en un improvisado gimnasio cuando le ponía punto final al horario laboral. Eso demostraba su interés por el duro deporte de los puños.

 


A Juan D'Amico le decían "El Chingolo", tal vez por su contextura física y porque le gustaba mucho silbar, tenía amigos por todos lados y siempre estaba rodeado hablando de lo que más le gustaba: el tango y el boxeo.

 


Y dice el tango que más le gustaba; Por una cabeza/ de un noble potrillo/ que justo en la raya/ afloja al llegar, / y que al regresar parece decir: / No olvidés, hermano, / vos sabés, no hay que jugar. Por una cabeza, / metejón de un día/ de aquella coqueta/ y burlona mujer, / que al jurar sonriendo/ el amor que está mintiendo, / quema en una hoguera/ todo mi querer.

 


Tal vez del bar de los Irusta, o de la casa del "Rengo" Flores y de lo Abdala, lo estén mirando como en su local hacer un dos por cuatro y se preparara para ir a la tanguería. Ése era Juan  D'Amico, un tanguero de ley.

 


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