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Santiago Saín: "Trabajar en El Diario fue un gran orgullo”

Por redacción
| 16 de julio de 2016
"El turco". Saín entró al Diario como galeronista de la mano de monseñor Carlos María Caferatta y se retiró como tipógrafo armador.

Santiago Saín fue uno de los primeros empleados que tuvo El Diario de San Luis cuando salió a la venta en 1966. “El turco”, como todos lo conocen, había llegado a San Luis de la mano de monseñor Carlos María  Caferatta del sur sanluiseño.

 


Ingresó a trabajar ante una recomendación del obispo, que había hablado con Mario Hernando Pérez, dueño del emprendimiento periodístico ubicado en Mitre y Pedernera. También era propietario  de un canal de televisión de circuito cerrado que tenía en la calle San Martín al 600.

 


“El turco” dice que justo en su fecha de cumpleaños, el 1º de mayo, tuvo su estreno laboral a las ocho de la mañana.  El diario era con el clásico sistema denominado “caliente”, con tres linotipos funcionando con temperaturas de hasta 380 grados para derretir el plomo. A ello se sumaba una roto plana y toda la tipografía que, para armar los títulos, se hacía de parado. “Yo pasé directamente a ser galeronista, una tarea que comprendía recibir el material que tipeaban los linotipistas, limpiarlo y pasarlo a los correctores. Cada material de esos tenía una clave o un número que era a qué página correspondía”.

 


Así Saín empezó a recorrer el edificio todas las tardes, donde vio bajar grandes máquinas, bobinas de papel y le llamaba mucho la atención los operativos policiales a cargo de “El Turco” Elías, “El Negro” Pérez y “El Pavo” Robledo, famosos efectivos de la década del '60.

 


“Más allá de los dueños, los principales jefes o cabezas visibles eran de Buenos Aires, especialmente del diario Crónica: Mario García era el jefe de taller; Chandía, un rosarino estaba a cargo de la roto plana; y Carlitos, jefe de mecánicos. Hasta los primeros linotipistas fueron traídos de afuera. No querían dejar nada librado al azar", dijo sobre el personal del debut.

 


Saín recuerda que el primer diario salió la calle a las 10 de la mañana, tal como estaba calculado porque querían que estuvieran las principales autoridades, como el escribano Jofré Papaño, secretario General de la Gobernación de San Luis, que recibió uno de los primeros ejemplares.

 


“Fue una verdadera fiesta, había cientos de personas esperando la salida del diario, entre ellos los canillitas, ‘El Violín’ Puertas, ‘El Chacho’ Miranda, Esther Vescia, don Castro que tenía su kiosco en la puerta de Ocean, entre otros. Había gente por todos lados, fue todo un acontecimiento”, detalla con la misma emoción de aquella jornada.

 


Con el correr de los días, Saín y compañía se fueron amoldando y sumando experiencia. "La gente de Buenos Aires estuvo un tiempo perentorio para capacitarnos y después quedamos solos. El diario contrató a linotipistas del Boletín Oficial, entre ellos a Germán Quintero, César Miranda, José Maldonado y Haydee Sánchez, la primera mujer linotipista que se recuerde en San Luis. Trajeron de armador a Carlos Jofré, que trabajaba en la imprenta San Luis de la calle Pringles, ‘El Colorado’ González, el mendocino Rojas que además era un ex boxeador en su provincia. Todos poníamos énfasis en aprender las tareas del taller”, garantiza.

 


“Yo me preocupaba por aprender, no era lo mismo ser galeronista que tipógrafo. Si bien es cierto que en mi legajo figuraba como linotipista, nunca lo fui, yo me retiré como tipógrafo-armador, empecé a practicar en la composición de títulos, era una tarea que se hacía de parado, toda la tipografía estaba en galeras especiales y había mucho que memorizar. El diario sumaba mucha publicidad con las fiestas patronales de los pueblos. Me sumé a esa movida, la del armado de avisos y posteriormente de las páginas”, dijo sobre las labores que desempeñó.

 


Había llegado de San Juan un nuevo jefe de taller, de apellido Morales, quien le dio lugar para armar una página que no era de urgencia; la de los avisos fúnebres y de clasificados, era una de las últimas en cerrarse. Al tiempo me pasaron a la página cinco que era Policiales.

 


“Para capacitarnos y tener experiencia, empecé a practicar componiendo títulos, toda la tipografía se hacía de parado, en mi legajo figuraba como linotipista, pero en realidad fui tipógrafo-armador. Como el diario llegaba a todo el interior, comenzó a entrar publicidad de los pueblos y de sus fiestas patronales, había mucho trabajo”, reconoce.

 


Detalla que el plantel de periodistas estaba compuesto por Rubens Lavandeira, Rubén Isaías Pérez Muñoz, Juan Otero Alric, Enrique Capella, Eduardo Brovarone, Jorge Alberto Gómez Pérez y Carlos Emilio Bassi, entre otros.

 


“Vivimos penurias y miserias, y lo digo con orgullo, hubo desfasaje en la administración de la empresa, los altos sueldos que se pagaban a la gente que venía de Buenos Aires y deudas que se fueron contrayendo llevaron al diario a ser una bomba de tiempo, ajustaron el cinturón y los sueldos comenzaron a ser pagados fuera de tiempo y en cuotas. 

 


Entonces Mario Pérez habló con la gente del taller y nos ofreció que todo el dinero que ingresara por la venta de avisos fúnebres y clasificados se repartiera entre nosotros y así fue. El ‘Loco’ Tula, uno de los dueños de la empresa fúnebre Guevara y Tula –única en San Luis por esos años- nos traía a nosotros los avisos fúnebres. Era una forma de ayudarnos”, reconoce.

 


“La situación económica no era de las mejores ‑continúa‑, por eso se implementó ‘la diaria’ que fue otra forma de poder cobrar nuestros haberes. Todos los sábados nos daban una suma de dinero. Como el diario no salía los domingos, para nosotros ese día era de fiesta. Lo recibíamos con orgullo porque era muestro sacrificio. Aprendimos a vivir en la prosperidad y en la adversidad, el lunes veníamos todos contentos a trabajar como si cobráramos los mejores sueldos”.

 


"El turco” Saín va desgranando su vida en la actividad gráfica y recuerda con precisión varios hechos que marcaron a los empleados de la empresa. “Una vez había dos avisos similares en todo, tipografía, estilo, tamaño y página, en uno debía decir: ‘necesito señorita’; en el otro, ‘vendo chapas de primera clavadura’ y salió publicado; ‘Necesito señorita de primera clavadura’. En otra oportunidad se publicó un aviso que decía: ‘médico especialista en alegría’ y debía decir ‘médico especialista en alergia’. Nos querían matar, fueron errores que se cometieron sin ninguna mala intención. Fueron errores y lo reconocimos”, dice con hidalguía.

 


En su repaso no quiso olvidarse de los personajes que había en el taller: ‘Cigarrito’ Garro, ‘Carcamán’ Altamirano, ‘El Tarta’ Arroyuelo.  Y citó un hecho curioso. "En una oportunidad llegó un empleado nuevo, muy curioso y mirón. Yo estaba componiendo títulos, se me paró al lado y me hice como que no encontraba una letra. Recuerdo que me dijo: 'Turquito, ¿ le puedo ayudar en algo’? Sí, le respondí, ayudame a buscar una letra O cuadrada. Estuvo un buen rato hasta que se dio cuenta porque todos nos reíamos de la ocurrencia”.

 


Rememora que el propietario del por entonces El Diario de San Luis hizo venir de San Rafael al chileno Frey, dueño de una ludow (una máquina titulera), con ella se ganó en rapidez y calidad. El chileno vivía en el barrio Luz y Fuerza, en una casa alquilada por el diario. Su tarea era hacer los títulos. Además llegó Martha Estefanini, una linotipista del Diario de Cuyo de San Juan, que estuvo poco tiempo. Otro que  arribó fue el chileno Rigo, a quien catalogó de "excelente linotipista", que también estuvo un par de años.

 


Saín se prendió en el juego de la calificación de sus compañeros. De Mario Pérez sólo tiene palabras de agradecimiento porque lo considera un padre. A Ruffa lo definió como "un señor del respeto"; a Alberto Domeniconi como "un puntano de ley"; a Francisco ‘el Gitano’ Trani, "un verdadero amigo"; a Luis Amitrano, un "amigo y compañero"; y a Carlos Maqueda, un "señor con todas las letras".

 


Quien fue uno de los tipógrafos-armadores más destacados que tuvo este matutino en sus primeras dos décadas admite que nació en Anchorena, pero a los 19 años se trasladó con su familia a Arizona por una cuestión política. "Mi padre y todos nosotros abrazamos la causa peronista desde el inicio, pero la llamada Revolución Libertadora de 1955, nos obligó al forzado traslado", añade.

 


En Arizona siguió sus estudios y se relacionó con unos grupos misioneros que llegaban en esos años debido al avance del Mal de Chagas, que estaba azotando principalmente a los departamentos Ayacucho, Belgrano y  Dupuy. El grupo que venía de Buenos Aires pertenecía a la Acción Misionera Argentina (AMA), y su función dentro de su apostolado estaba la de ayudar a los enfermos del terrible mal. Con ellos, trabajó  cuatro años.

 


“Era común que cada vez que terminaba una misión, al finalizar, fueran las máximas autoridades de la Iglesia Católica, así conocí a monseñor  Carlos María Caferatta, y al padre Josué Beltrán, que hablaron con mi padre –Manuel Saín- que era musulmán, pero tenía muy buena relación con los católicos, para que me dejara venir a San Luis y después continuar mis estudios en un seminario de Santa Fe: no quiso, el primer pedido fue un fracaso aduciendo de que era muy chico”, apunta.

 


Monseñor insistió con el pedido una vez más hasta que el padre dejó ir a Santiago por 15 días. "Pasado ese tiempo, monseñor le escribió una carta a mi padre diciéndole que me había conseguido un muy buen trabajo, que me tenía que quedar. Y me quedé”.

 


Así, “El turco” Saín se vino del sur provincial y se quedó a vivir para siempre en la capital. Hoy tiene 72 años, está casado con Mirta Nelva Becerra, cuatro años más chica, y tiene cuatro hijos: María Fátima, Yamile, Amira y Santiago, que ya le dieron ocho nietos.

 


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