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El cantar de los poetas y el llorar de las orquestas

Osvaldo Pugliese sería parte imprescindible de una imaginaria agrupación del tango de todos los tiempos. Un hombre íntegro, amado por generaciones posteriores, recordado por sus convicciones y eternizado por una obra imperecedera que tiene un clavel rojo en cada acorde. La sonrisa tenue y las ideas firmes del músico que se despidió del mundo con una caravana a contramano por la avenida Corrientes.

Por Miguel Garro
| 27 de noviembre de 2017

El 25 de julio de 1995 fue martes. “CQC”, el programa conducido por Mario Pergolini que por entonces hacía por América su primera temporada, hizo algo que nunca antes había hecho ni lo haría después: frenó la nota que estaba al aire para anunciar la muerte de Osvaldo Pugliese, quien pocos días antes había sido internado. Y se fue al corte en silencio.

 

El 2 de diciembre de 1905 fue sábado. Y es difícil encontrar en Wikipedia y en los archivos de los diarios de todo el mundo un acontecimiento más importante que el nacimiento de Osvaldo Pugliese, quien con el tiempo sería un estandarte fundamental de la música de Buenos Aires.

Entre el sábado de principios de siglo pasado y el martes del invierno del 95 hubo una vida signada por el tango, las ideas políticas, la verdad y la consecuencia. Pugliese fue un artista que consagró su vida a los ideales comunistas pero sin banderas estrambóticas ni manifiestos gritados. Lo suyo fue el silencio. El perfil bajo. Apenas un clavel rojo sobre el piano cada vez que tocaba en vivo indicaba los colores que abrazaría desde la política y se convertiría en un símbolo de su ideología.

 

Por supuesto que ese ingrediente colorido sobre el negro del instrumento y de su traje impecable estuvo presente en la última presentación que don Osvaldo hizo con su orquesta en San Luis, tres años antes de su muerte, en la sala del Teatro Berta Vidal de Battini. “Pudimos verlo esa noche y fue una cosa realmente emocionante, la sala estaba que explotaba”, recuerda Graciela Guerriera, una bailarina de tango que si bien nació en Buenos Aires pasó mucho tiempo de docencia en San Luis.

 

Ahora, Graciela está con su pareja, el villamercedino Osvaldo Pérez, en Barcelona, donde tiene una academia de tango llamada “La Yumba”, en honor a la creación musical más emblemática de Pugliese. “Su música y su compromiso con el arte y la vida nos guiaron siempre en las decisiones difíciles, como venirnos a vivir acá. Como él, nosotros siempre intentamos tomar el camino de la humildad, la solidaridad y la creación colectiva”, dijeron los bailarines.


Osvaldo y Graciela, los dueños de "La Yumba" en Barcelona

 

 “La Yumba” catalana es un ambiente donde se respira tango argentino a pocas cuadras de La Rambla, el paseo barcelonés por excelencia. Allí, Graciela y Osvaldo armaron un santuario canyengue que tiene como idolatría principal la figura flaca y desgarbada de Pugliese. Los españoles acuden allí a aprender tango y también a bailarlo, en unas célebres milongas donde siempre hay un tema del maestro, además de cuadros, partituras y otros pequeños recuerdos de los músicos más grandes del género.

 

Obviamente, Pugliese se inscribe en ese selecto grupo y en una imaginaria formación de los sueños tanguera. Acaso Mariano Mores y Horacio Salgán le disputen el lugar en el piano en un conjunto que tendría a Aníbal Troilo y Astor Piazzolla –con sus distintos estilos- en el bandoneón, Antonio Agri en violín y Carlos Gardel o Roberto Goyeneche en la voz.

 

Hay una frase célebre del pianista que resume con certeza cómo entendía el tango tocado en grandes formaciones. “Todos somos un tornillo de la maquinaria tanguera”, decía el director de orquesta para ponerse de igual a igual con cualquier otro músico. Esa sentencia es usada con frecuencia por Guerriera y Pérez para introducir a sus alumnos en la filosofía del maestro. “Así empezamos a comentar el legado tan importante que dejó para el mundo del tango artística y humanamente”, explicaron.

 

Otra de las cosas que aprendieron Graciela y Osvaldo de su contacto artístico con Pugliese fueron los valores con los que encararían su carrera. “Nosotros siempre quisimos transmitir a través del tango el respeto, la pluralidad, la convivencia con las diferencias y el amor a la humanidad”, dijo Graciela cuando Cooltura le preguntó qué había aprendido, a la distancia, de don Osvaldo.

 

Los homenajes que la dupla de bailarines le rindieron al sensacional pianista se remontan a los inicios de su carrera artística. El primer nombre artístico de Graciela y Osvaldo fue “Pasional tango” y estuvo inspirado en la versión que la orquesta de Pugliese hizo del tema con voz de Alberto Morán. “Cuando la escuchamos el corazón se nos volvió loco”.

 

Las ideas y sobre todo la coherencia que el pianista exhibió durante su vida causaron una fuerte vinculación con el público joven adepto al tango. El recuerdo que hizo “CQC” el día de su muerte no fue una casualidad y con el tiempo vendrían otros reconocimientos y acercamientos, como la foto célebre que en plena avenida 9 de Julio de Buenos Aires, el suplemento Sí de Clarín hizo para una portada de finales de setiembre de 1989. Allí se lo ve a Pugliese, de brazos cruza - dos y gesto gentil, de traje impecable, y a Fito Páez, quien se describió como un acérrimo fanático, con una campera de cuero, sus bucles todavía largos y un bandoneón en su rodilla.

 

Otra generación de rockeros comenzó a conocer a Pugliese en 2014, cuando Patricio Santos Fontanet, el líder de Callejeros, decidió cambiar el nombre de Casi Justicia Social –la banda que armó tras la tragedia de Cromañón- por la de “Don Osvaldo”, en homenaje al tanguero. La mención era también un intento por escapar de una de las tantas acusaciones que pesaron sobre el rockero en aquellos años: la de yeta.

 

Son muchos los colegas que señalan a “Pato” Fontanet como dueño de una energía negativa que atraería las malas ondas. Y desde su muerte, Pugliese se convirtió en todo lo contrario, una suerte de amuleto para los artistas que consideran que una foto de don Osvaldo en el camarín nunca está de más para atraer las buenas ondas. Cuando León Gieco en “Los salieris de Charly” canta “siempre mencionamos a Pugliese”, se está refiriendo a eso. Don Osvaldo nació en Villa Crespo en una familia donde la música estuvo siempre presente. Sus hermanos tocaron el violín y fue su padre, flautista, quien le enseñó las primeras nociones de solfeo y teoría. En cuarto grado, el niño Osvaldo decidió no ir más a la escuela y años después su padre le consiguió trabajo en una fábrica de juguetes y en una imprenta.

 

Hay una anécdota particular con Adolfo Pugliese, el padre, quien aparece registrado como el autor de “Recuerdo”, una de las grandes piezas de la orquesta de Osvaldo. En realidad, el creador es el sensacional pianista, quien cuando la escribió era menor de edad y en aquellos tiempos las leyes le impedían asentarse como el autor intelectual de una obra artística.

 

Uno de los investigadores más reconocidos de ese tango es nada más y nada menos que Horacio Ferrer, quien aseguró que por métrica, estructura, calidad y estilo, la pieza no puede ser de otro autor que no sea Osvaldo, por más que algunos otros historiadores hagan un nuevo esfuerzo y mencionen a Vicente “Fito” Pugliese, hermano mayor del maestro, como el verdadero compositor.

 

Controversias al margen, Pugliese edificó desde pequeño una carrera que lo tuvo en permanente ascenso entre las orquestas típicas del género en Buenos Aires, hasta que como un designio inevitable del destino alcanzó a dirigir la propia. En esas formaciones se rodeó de excelentes acompañantes como el contrabajista Aniceto Rossi, dueño de un swing muy particular para el estilo; el bandoneonista Osvaldo Ruggiero, quien permaneció muchos años en las filas y el violinista Enrique Camerano, a quien alguien calificó como “nacido para tocar con Pugliese”.

 

Cuando tuvo que elegir cantores para sus formaciones, don Osvaldo inició sin querer uno de los pocos vínculos que tuvo con la provincia. Luego de Roberto Chanel y Alberto Morán –la más recordada de las voces-, llegó a la orquesta Jorge “El Negro” Vidal, de padre puntano. En paralelo a su sensacional carrera musical, Pugliese tuvo una mirada política y sindical que le valió algunos enemigos poderosos. Enrolado en el Partido Comunista, al que se afilió solo, como contrapartida de la Guerra Civil Española, el pianista fue censurado durante años por el gobierno de Juan Domingo Perón lo que explica las razones por las que su obra no haya tenido la difusión y el recibimiento popular que merecía.

 

Le levantaron la prohibición para los carnavales de 1949 y para celebrar ese aire de libertad se presentó en el club Atlético Atlanta, de su barrio, ante una multitud que era parte de las fiestas de febrero en el salón.

 

Fue también el impulsor del Sindicato Argentino de Músicos, del que era el socio número cinco y desde donde abogó por condiciones atinadas de trabajo hasta que encabezó, en 1940, el primer paro de músicos del país, una jornada triste en la que no hubo melodías para disfrutar.

 

Tras esa sonrisa tenue que se adivina en su rostro en los pocos retratos que le hicieron, Pugliese guardaba a un tenaz luchador por las minorías y por los trabajadores. Cuando murió, sus restos fueron velados en el Concejo Deliberante porteño y llevados al cementerio de Chacarita en una soberana caravana que tomó por calle Corrientes a contramano, como había vivido quien se estaba despidiendo.

 

El mausoleo en que descansa don Osvaldo es uno de los más imponentes del cementerio, fue construido con el aporte de amantes del tango de todo el mundo y tiene una estatua de bronce tamaño real que delimita sus elementos más significativos: el traje, los anteojos, el piano y el clavel rojo.

 

AllÍ, todos los domingos se acerca con incansable amor Lydia Eldam, la esposa del maestro y difusora y guarda de la obra, quien junto a la pianista Beba Pugliese, hija de Osvaldo, y Carla Pugliese, la rockera nieta del pianista, conforman la tríada de mujeres decididas a no apagar la llama de una pasión más roja que amarilla.

 

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