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"Empecé a descansar y me convertí en una persona feliz"

José Manuel herrera (58) comenzó con insomnio a los 10 años. Lo diagnosticaron a los 40, cuando ya llevaba más de una década tomando ansiolíticos, a los que era dependiente.

Por redacción
| 30 de julio de 2017
José trabaja en el hospital que lo ayudó. Foto: Gentileza.

A los 10 años, José Manuel Herrera no podía dormir ocho horas seguidas sin despertarse cada tres o cuatro. Cuando llegaba a la escuela (en el turno mañana), empezaba a los cabezazos sin retener en su cabeza las tablas, o lo que fuera que le enseñaran. No sabía qué nombre concreto ponerle a lo que le pasaba y la época no ayudaba, era 1969. El contexto tampoco: vivía en una zona rural de San Juan. A partir de ahí comenzó un proceso en el que dormir bien nunca figuró en su vida. Fue recién en 1999, cuando llegó a San Luis, donde le diagnosticaron insomnio. Tenía 40 años y su vida dio un giro de 180 grados.

 

“Actualmente, si un niño tiene somnolencia varios días seguidos en la escuela, la maestra le avisa a los padres, interviene alguna psicóloga o algo pasa. O cuando menos le preguntan qué lo lleva a bostezar. Cuando yo era chico, en el grado pensaban que era burro. No me costaba aprender, pero sí memorizar. Estaba cansado y nadie se daba cuenta”, contó Herrera.

 

Al llegar a la adolescencia, y sin haber logrado modificar su descanso, dos hechos lo marcaron y empeoraron un insomnio, que todavía no era detectado.  Primero falleció su hermano y después ocurrió una catástrofe que hizo que varios “saltaran de la cama”: el terremoto de 1977 en San Juan. “Fue un antes y un después peor”, expresó.

 

“En mi juventud ya vivíamos en un pueblo de La Pampa.  Allí comencé a tratarme por una afección de sueño. No había psicólogos, ni psiquiatras. Sólo un clínico que me recetó pastillas. Empecé con un comprimido,  después aumenté. No me hacían nada y ya era adicto a algo que no solucionaba mi problema real. Seguía sin poder pegar el ojo por varias horas, sin interrupción”, recordó.

 

Luego de varios años, llegó a San Luis. Ya había superado la dependencia a los ansiolíticos, pero no lo otro. Fue a una consulta con un médico en el Policlínico, que lo derivó al psiquiatra. “Pensé lo que cualquiera en esas circunstancias: ‘Yo no estoy loco’, pero le hice caso. A las 15 de ese día entré al Hospital de Salud Mental. Me atendió un profesional, me hicieron estudios y le coloqué por fin un nombre mi realidad”, dijo feliz.

 

José sigue tomando medicamentos, pero esta vez los correctos. Ahora tiene una rutina en la que pernocta correctamente y eso lo llevó, según él, a ser más sociable. Trabaja como bibliotecario en el hospital que lo ayudó a cambiar su vida, sale con su familia, y pudo volver a mirar su infancia con otros ojos. “Todo cobró un sentido distinto. Por eso y por lo que me pasó,  suelo aconsejar a los papás que si ven que sus niños tienen dificultades al irse a dormir, les hagan un estudio para ver si algo les pasa”, finalizó. 

 

Escrito por Julieta Franco (jfranco@grupopayne.com.ar)

 

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