SAN LUIS - Sabado 02 de Agosto de 2025

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Un puntano en la presidencia

El militar nacido en San Luis en 1920 fue designado por la Junta de Comandantes para conducir el país tras la caída de Onganía. Fue el segundo sanluiseño en ser presidente. Juan Esteban Pedernera lo había sido de la Confederación y Adolfo Rodríguez Saá en el actual período democrático.

Por Gustavo Luna
| 08 de octubre de 2018

Para junio de 1970, cuando fue designado presidente de la Nación, el general de brigada Roberto Marcelo Levingston era un desconocido para la opinión pública nacional. Tanto que, según cuenta el historiador Félix Luna, cuando la junta de comandantes lo eligió para reemplazar nada menos que a Juan Carlos Onganía, junto a su currículum tuvieron que distribuir una foto suya. No obstante ser consciente de que el general Alejandro Agustín Lanusse lo usaba de comodín, para que no fuera evidente que era él quien había decidido desplazar al anterior presidente de facto jaqueado por el “Cordobazo”, Levingston aceptó la propuesta.

 

Así, el militar nacido el 10 de enero de 1920 en San Luis se convirtió en el segundo puntano en ocupar la presidencia de la Nación, si se tiene en cuenta que el brigadier general Juan Esteban Pedernera también había ocupado el cargo, aunque fuera en forma breve, transitoria (entre el 5 de noviembre y el 12 de diciembre de 1861), y en tiempos en que el país era la Confederación Argentina, de la que estaba separada la provincia de Buenos Aires. Adolfo Rodríguez Saá fue el tercero, tras la caída de Fernando de la Rúa, en diciembre de 2001.

 

Hijo de Guillermo David Levingston Sierralta y Carmen Laborda Guiñazú, Roberto Marcelo había emigrado de San Luis a los 18 años, después de cursar la secundaria en el colegio Don Bosco, para ingresar al Colegio Militar de la Nación, del que egresó en 1941 con el grado de subteniente de Caballería. Dos años después se casó en Buenos Aires con Bety Andrés Llana, con quien tuvo tres hijos.

 

El que fuera presidente de facto tenía dos hermanos, Enrique y Guillermo Matías. Enrique también emigró para ser militar y llegó a comodoro en la Fuerza Aérea. Guillermo Matías se recibió de escribano. “Mi papá fue escribano general de gobierno durante la gestión de su primo, el gobernador Matías Laborda Ibarra, y se jubiló como secretario del Superior Tribunal de Justicia”, cuenta el abogado Guillermo David Levingston, hijo de Guillermo Matías, el único de los tres que se quedó en la provincia.

 

Roberto Marcelo y Enrique no volvieron a vivir en San Luis, pero “venían todos los veranos a descansar en la casa que mis padres tenían en El Trapiche”, recuerda el sobrino.


 

 

Guillermo conserva una imagen nítida de sus tíos. A Enrique lo evoca como un poco más jovial que a Roberto Marcelo, que “era más rígido, muy serio” y conservaba siempre los modos adustos de su carácter militar.

 

Acaso una muestra de la severidad con que fue templado en el Ejército, aunque hiciera cuarenta grados de calor o diez grados bajo cero, el soldado que llegó a ocupar “el sillón de Rivadavia” se bañaba siempre con agua fría, recuerda su familiar.

 

Guillermo cuenta que aunque la familia tenía en claro que era parte de un gobierno de hecho, le causó satisfacción que Roberto Marcelo llegara a ocupar nada menos que el cargo de presidente de la Nación.

 


“Lanusse tenía que disimular”

 

La presidencia de facto de Levingston –el segundo presidente de la llamada “revolución argentina” que había derrocado a Illia– transcurrió entre el 18 de junio de 1970 y el 23 de marzo de 1971 y, como el “onganiato”, terminó por la resistencia popular que, con epicentro en Córdoba, y con una típica humorada cordobesa, pasó a la historia como “el Viborazo”

 

como “el Viborazo”. El anuncio de que Levingston ocuparía la Presidencia se dio tras cinco días de incertidumbre. El general de brigada supo desde el primer momento que Lanusse pretendía usarlo como instrumento para sus propios designios. Se lo admitió al diario La Nación, en 2005, cuando ya tenía 85 años, en una de las escasas entrevistas que concedió. Lanusse lo llamó por teléfono el 13 de junio de 1970 para ofrecerle que se hiciera cargo de la Presidencia: “´El que tiene el poder, que lo use’, le dije, refiriéndome a él, que había relevado al general Onganía. Pero me contestó que eso no podía ser. Lanusse tenía que disimular ante los otros miembros de la Junta”.

 

Levingston no pertenecía al grupo de oficiales de caballería y su función como agregado militar en Washington lo mantenía alejado de las disputas por el poder.

 

En los años previos, durante el tironeo entre “azules” y “colorados”, el puntano se había enrolado entre los primeros, que propiciaban una limitada participación del peronismo en la vida política, con miras a la normalización institucional. Los segundos, más extremistas, identifican al partido de Perón con la extrema izquierda y pretendían su eterna proscripción.

 

Sin embargo, a poco de asumir el poder, el puntano demostró su decisión de “profundizar la revolución” y retardar el retorno a la democracia. Lo ratificó en setiembre, cuando confirmó que los partidos políticos seguirían proscriptos y admitió que, a su modo de ver, la “revolución” duraría cuatro o cinco años más. Para armar su gabinete, Levingston había convocado a militares, políticos y economistas de distintos partidos. Designó al nacionalista desarrollista Aldo Ferrer, recordado por su postulado “Vivir con lo nuestro”, en la cartera de Obras Públicas, pero luego se convirtió en su ministro de Hacienda, en reemplazo del liberal Carlos Moyano Llerena. En Interior asumió el brigadier liberal Eduardo McLoughlin; el peronista Juan Alejandro Luco en Trabajo y Francisco “Paco” Manrique en Bienestar Social.

 

Probablemente más decidido a gobernar de lo que a Lanusse le hacía gracia, el presidente puntano anunció algunas medidas importantes, como una reforma a la Constitución para incorporar el balotaje para la elección presidencial, la unificación de los mandatos en cuatro años y la posibilidad de la reelección presidencial.



Roberto Marcelo Levingston recibiendo al ex presidente Arturo Frondizi.

 


La dirigencia política estaba a la expectativa de las acciones de Levingston en relación a la normalización institucional. Se entrevistó con Frondizi, José María Guido y Farrell. Illia, el presidente depuesto por la “revolución argentina”, y Onganía rechazaron la invitación del presidente de facto, que no envió invitación a Madrid para el líder del peronismo.

 

En tanto, la guerrilla seguía activa. Apenas días antes de que Levingston asumiera, Montoneros había hecho su aparición en la vida política con el secuestro y ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu.

 

El gobierno de facto pulseaba con dos fantasmas de amarga vigencia actual: la inflación y el precio del dólar. Moyano Llerena actualizó el valor del dólar a cuatro pesos, pero igual ese reajuste ya estaba superado por el alza del costo de vida.

 

Ferrer tomó el timón en Economía e intentó un plan nacionalista. El 9 de noviembre dispuso una reducción en las importaciones, para impulsar el mercado interno y mejorar la balanza comercial. Buscaba saldos exportables, aplicó una veda de consumo carne vacuna y estimuló el de sustitutos. Trató de mejorar el salario de los trabajadores e impulsó políticas de compra del Estado en el mercado interno, a través de la Ley de “Compre nacional”, emitida el 28 de diciembre.

 

Consecuente con su filosofía nacionalista, el ministro procuró aumentar la exploración y detección de reservas petroleras y la explotación de las ya existentes. La política de expansión de las exportaciones fracasó ante la decisión del Mercado Común Europeo de restringir la compra de carne argentina.

 

En materia política, a medida que avanzaba el año, Levingston no lograba hacer pie. Ignoraba a los partidos y a Onganía y se resintió su relación con Lanusse cuando discutieron sobre el previsible festejo peronista del “Día de la lealtad”. Aunque él no lo admitiera, pareciera que tampoco quería que Perón en persona participara en eventuales elecciones.

 

El radical Ricardo Balbín es el símbolo del antiperonismo. Sin embargo, negoció con el delegado de Perón, Jorge Paladino, para firmar un reclamo conjunto de que se vuelva a la normalización institucional. Fue “La hora del pueblo”, firmada el 11 de noviembre de 1970.

 

El poder militar queda en jaque. En febrero de 1971, Balbín declara que Levingston debe renunciar.

 

Un incidente en Córdoba precipitará las cosas. El 1º de marzo el presidente designó gobernador de Córdoba al oligarca José Camilo Uriburu, quien proclama que “el marxismo es una serpiente anidada en La Docta, cuya cabeza cortaría de un solo tajo”. Quince días después, en la capital mediterránea estalla “el Viborazo”, ante lo que parece una actitud llamativamente pasiva de Lanusse.

 

El jefe del Estado Mayor Conjunto, brigadier Ezequiel Martí- nez, hombre de Lanusse, estuvo en contacto con gremialistas y el 18 de marzo hubo un paro general por lo que la crisis interna ya no tiene retorno. El 22, Levingston se reúne con Lanusse y lo acusa por los hechos del 15. Lo reemplaza por el general Jorge Cáceres Monié y Lanusse queda virtualmente detenido.

 

A las 2 de la mañana del 23 de marzo de 1971, la Junta de Comandantes desplaza de la Presidencia de la Nación al hombre de San Luis. La democracia tendrá que esperar otros tres años, ya que Lanusse es designado como el próximo presidente de facto.

 

Fuera del gobierno, Levingston siguió pensando en política. “En las reuniones familiares no hablaba de política, pero después de que lo sacaron del gobierno tenía un grupo de estudios políticos que asesoraba, en Buenos Aires. Es lo poco que recuerdo, porque yo era chico y en esa época los padres no nos dejaban meternos mucho”, recuerda su sobrino Guillermo.

 

Roberto Marcelo Levingston murió a los 95 años, el 17 de junio de 2015. Al día siguiente fue sepultado en La Chacarita, justo cuando se cumplían 45 años de la fecha en que había llegado, aunque no por la vía democrática, a la máxima jerarquía del país.

 

Levingston, que era jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército durante el gobierno de Illia, no se hizo responsable del golpe que derrocó al presidente radical, pese a haber sido uno de los tres militares que ejercieron la presidencia durante la dictadura de la “revolución argentina”: “Yo no soy quien realizó el golpe, sino que formaba parte de las Fuerzas Armadas, que se hicieron cargo del gobierno”, le dijo al diario La Nación.

 

Poco dispuesto a conceder que los golpes de Estado son una violación a la ley y a la Constitución que proclamaba respetar, Levingston decía que su gestión estuvo legitimada por la acción de gobierno. No le molestaba que lo consideraran un dictador: “Un gobierno militar en realidad es una dictadura. Pero una dictadura no es una tiranía”, dijo.

 

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