15°SAN LUIS - Viernes 26 de Abril de 2024

15°SAN LUIS - Viernes 26 de Abril de 2024

EN VIVO

El otro cura gaucho

Además de Brochero, en San Luis hubo un sacerdote que se ganó ese apodo. Recorrió a pie y a caballo el norte puntano y más tarde se convirtió en una figura clave de la historia reciente de villa mercedes. Murió hace casi seis años de diabetes.

Por Juan Luna
| 20 de noviembre de 2018
El padre más querido, a través de los años. Fotos: Chiche Herrera

vida. A punto de dejar su San Luis natal para ingresar al seminario menor de Río Cuarto, donde recibiría la formación para convertirse en sacerdote, se despidió de su madre Matilde y de su abuela, probablemente las dos personas que más le contagiaron la fe. Al llegar a la esquina, sintió el impulso de darse vuelta para saludar por última vez a las mujeres que lo observaban desde la puerta de su casa. Entonces recordó el evangelio de Lucas: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”. Respiró profundo, se contuvo las ganas de una última mirada y siguió su camino.

 

Corría el año 1947 y a esa corta edad, el niño que más tarde se convertiría en el Monseñor Miranda, uno de los curas más influyentes en la historia reciente de Villa Mercedes y de muchas partes de la provincia, mostraba la determinación y el carácter que lo identificaron hasta el último de sus días.

 

Su voz ronca y potente, su cuerpo robusto y un gesto adusto en el rostro contribuían a forjar la imagen de un hombre rígido, inamovible en sus principios e incluso testarudo. “No tenía mucho empacho en decir las cosas, incluso durante la homilía. Se lo reconoce por eso, por tener una autoridad moral muy fuerte que ha marcado a muchos”, recordó Matías Rocha, un feligrés que colaboró con el sacerdote durante más de veinticinco años. Pero él y todos los que lo acompañaron de cerca en su vida pastoral, llegaron a conocer lo que había debajo de la corteza: la sensibilidad de un padre, un amigo de sabios consejos y una personalidad dulce.

 

De modo que con el ímpetu de ir siempre al frente pero con un espíritu afable, el sacerdote realizó una obra inmensa, reconocida incluso por aquellos que no profesan la religión católica ni ningún otro credo. Fue el principal impulsor de la construcción de cuatro templos y una decena de ermitas repartidas en distintos barrios de Villa Mercedes; en 1991 integró la Convención Constituyente que elaboró la Carta Orgánica que regula toda la legislación de esa localidad; y en 1997 fue nombrado “Prelado de Honor de su Santidad”, un reconocimiento honorífico que El Vaticano otorga a los presbíteros y que le valió ser llamado con el título de Monseñor; fue distinguido como “Hijo Dilecto” de la ciudad por el Senado de la Nación en 2006; y el Diario de la República le otorgó el reconocimiento como “Destacado” en dos ocasiones.

 

Pero probablemente su legado más importante sea intangible: la formación de toda una generación de jóvenes que luego ocuparían roles claves en la sociedad puntana, entre los que incluso se cuentan intendentes y senadores.

 

Miranda nació el 24 de julio de 1934 en la ciudad de San Luis y empezó a forjar su destino desde muy pequeño. “Entre los 7 y 11 años ayudó todos los días como monaguillo a las Hermanas del Buen Pastor. Él siempre contaba que se levantaba a las 5:30 de la mañana, la madre le daba al desayuno y a las 6 lo pasaba a buscar un sacerdote. Ayudaba en misa y después se iba a la escuela. Pero a la tarde, volvía a ir a misa. Decía que no sabía por qué, pero le gustaba mucho estar en el altar”, contó Rocha.

 

A pesar de que cursó sus estudios religiosos en Córdoba, siempre tuvo en claro que volvería a la diócesis de San Luis para ejercer su sacerdocio. Por lo que una vez ordenado, su primer destino fue Renca, donde permaneció apenas un año. Luego vivió sus primeras experiencias en Villa Mercedes como cooperador en la Iglesia Nuestra Señora de la Merced, y ya en 1964 comenzó una travesía de cuatro años por el norte de la provincia, donde habitó en la Iglesia “Santa Bárbara” de Concarán pero atendió las necesidades espirituales de varios pueblos y parajes de esa región, como San Martín, La Laguna, Las Chacras, Tilisarao, Naschel, San Pablo, La Toma y Paso Grande, entre otros.

 

 

 

Fue poco tiempo el que permaneció en esas coordenadas, pero fue suficiente para que se ganara el apodo de “cura gaucho” en las crónicas de la época y en el recuerdo de muchos pobladores. El locutor Jorge Sacchi, quien integra la Junta de Estudios Históricos de Villa Mercedes, escribió en una publicación del 2015 que Miranda “tuvo una destacada tarea pastoral y de promoción humana. La comunidad católica lo recuerda por haber recorrido el norte puntano, llegando a visitar pequeños pueblos para dar esperanza y perdón al corazón de sus habitantes… Forjó su vocación en el campo, donde recorrió a pie, a caballo o en sulky diferentes puntos de la provincia con su mensaje de fe”.

 

Natalia Aguilar, otra parroquiana que logró entablar una amistad con el cura, agregó que muchas veces también se valía de una motoneta para atravesar los caminos empedrados que unían las localidades, que en esos tiempos no gozaban del auxilio del asfalto ni de la luz.

 

Rocha también sostiene que el sacerdote no sólo desempeñaba un rol religioso en cada pequeño poblado que visitaba. “Para cada novena, el padre se instalaba durante once días en los pueblitos, donde no había luz ni muchos entretenimientos. Como él tenía proyector con diapositivas, pasaba películas sobre la vida de santos al aire libre. La plaza se llenaba y llegaba gente de otros lugares, porque eso se convertía en todo un acontecimiento social. También hacían bautismos, casamientos, comuniones y a veces confirmaciones”, relató.

 

Cuando le tocó regresar a la ciudad de la Calle Angosta, en 1974, el hombre tuvo que lidiar con otra particularidad en su tarea: lo nombraron párroco de una parroquia que aún no existía. En esa época, sólo había tres iglesias (La Merced, San Roque y San José) y Miranda tuvo la misión de levantar un nuevo templo para llegar a los nuevos barrios que crecían en la incipiente urbanización.

 

Así, empezó una cruzada para Así, empezó una cruzada para construir la Parroquia del Sagrado Corazón, que en la actualidad es uno de los edificios más coquetos y valiosos arquitectónicamente que hay en la provincia.

 

Pero para eso primero necesitaba gente que lo acompañe. Le habían prestado una pequeña habitación en el colegio homónimo que ya funcionaba sobre la avenida Mitre y empezó a celebrar misas con la idea de formar una comunidad. “El primer domingo sólo había ocho personas y el padre lloró mucho porque él creía que iba a estar lleno de gente. Pero no se rindió. Al otro día, pidió los nombres y la dirección de cada familia que estaba en su jurisdicción, e hizo unas tarjetitas personalizadas que repartió casa por casa”, recuerda Petrona Saber, una mujer que todavía conserva la invitación que recibió de manos del cura.

 

 

 

 

La edificación se extendió por años y recién estuvo terminada en 1999. En el medio, Miranda gestionó la construcción de otras capillas que luego se convertirían en parroquias: San Cristóbal, Nuestra Señora de la Paz (que hizo en cumplimiento de una promesa que le hizo a Dios si se disipaba el conflicto con Chile por el Canal Beagle), y Virgen de los Dolores.

 

Ese empuje, la contundencia de sus homilías y su carácter lo volvieron una figura de peso público e incluso político. Hubo una época en la que se corrió un rumor que ubicaba al sacerdote como posible candidato a intendente de la ciudad, algo que nunca fue real pero que sirvió para evidenciar el reconocimiento que tenía en la sociedad, a tal punto que algunas encuestas lo daban por ganador y no faltaron funcionarios, militantes, oficialistas, opositores, religiosos y ateos que se acercaran a ofrecerle su apoyo incondicional.

 

En Villa Mercedes, hay una sala en archivo municipal “Santiago Betbeder” que guarda todas sus pertenencias. Y su nombre quedó inmortalizado en el puente que une a la Ribera con el resto de la ciudad, como una metáfora de alguien que siempre buscó ser mediador entre el cielo y los hombres.

 

Cuando le llegó su hora, la muerte no fue piadosa con el cura. Lo asaltó una enfermedad tan intensa como fue su vida. La terquedad que en otras ocasiones lo hizo permanecer firme en sus convicciones, le jugó una mala pasada cuando no se cuidaba como debía de su diabetes.

 

Aguilar recordó que ese año, en el verano de 2013, ella y su marido habían invitado al padre a vacacionar a una cabaña en Villa Las Rosas. “Habíamos preparado todo para el viaje pero no lo vimos del todo bien. Le dijimos que se hiciera unos análisis para irnos tranquilos. El día que nos íbamos pasamos a buscar los resultados al Sanatorio La Merced, y nos dijeron que esperáramos. Ahí empezamos a preocuparnos” recordó.

 

Quisieron internarlo esa misma mañana, pero Miranda no quiso dejar de dar la misa que tenía programada para las siete de la tarde. En la última homilía que dio, y que escribió a mano, pidió a sus fieles que rezaran por él. Esa noche lo internaron y unos días después lo trasladaron al Hospital Austral de Buenos Aires. Menos de veinte días después, el 25 de febrero de 2013 a las 19:15, el sacerdote se fue a encontrar con el Dios al que tanto tiempo y esfuerzo le dedicó, y al que le entregó su vida cuando era un niño de doce años que no quiso mirar hacia atrás.

 

LA MEJOR OPCIÓN PARA VER NUESTROS CONTENIDOS
Suscribite a El Diario de la República y tendrás acceso primero y mejor para leer online el PDF de cada edición papel del diario, a nuestros suplementos y a los clasificados web sin moverte de tu casa

Suscribite a El Diario y tendrás acceso a la versión digital de todos nuestros productos y contenido exclusivo