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Las sombras del escritor que quiso toda la luz

Un recorrido por la vida desconocida del narrador y poeta puntano que entregó su vida a la educación. Nació en Santa Rosa, vivió 50 años en Córdoba y murió un domingo luminoso tomando leche. Ahora descansa en una misma tumba con su hijo asesinado en la dictadura, al que buscó sin suerte durante casi tres décadas.

Por redacción
| 10 de septiembre de 2018
Fotos: gentileza familia Godoy Rojo

Martes 31 de julio de 2007. Ciudad de Córdoba, barrio Panamericano, calle 7 de Septiembre. Casa un poco venida a menos, mesa rectangular, mantel rojo con adornos verdes. Globos de un cumpleaños reciente colgados en la pared. Un sofá envejecido. Decenas de libros y papeles acopiados en anaqueles y muebles. Un piano en un extremo. Y al fondo, la cocina.

 

Dora Angélica Ponce prepara café. No es alta –mide algo más de un metro cincuenta– y tiene 85 años, pero parece más joven. Hace frío y lleva un saco abrigado.

 

–Vinimos a esta casa en 1962, hace 45 años –dice.

 

Habla de su familia. De su esposo, el escritor puntano Polo Godoy Rojo, y de sus cuatro hijos: Osvaldo Ramón, Mirtha Dolores, Estela del Valle y Mario Alberto, el “Petiso".

 

El barrio viejo, habitado en su mayoría por trabajadores, respira lento con el bullicio de los autos que pasan lejos. La casa es cálida, aunque los rincones lucen apagados.

 

A veces, lo que nos lleva a otras partes no son ni las palabras ni las imágenes: son los huesos.

 

***

 

Primeros meses de 2005. Provincia de Buenos Aires, partido de Quilmes, cementerio de Ezpeleta.

 

Integrantes del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) revisan los registros que van de los años 1976 a 1982. Un cuerpo está anotado como NN, es decir sin nombre, en el área 215 bis. Dos datos son llamativos: hombre joven, un metro cincuenta. Pero eso es todo. Es uno entre otros cientos que recibieron sepultura sin ser nunca identificados.

 

Vienen después las excavaciones. Hay tumbas clandestinas. Aparecen restos humanos entreverados en fosas individuales. Muchos corresponden a cadáveres de indigentes. Otros –más adelante lo van a revelar las técnicas forenses– pertenecen a militantes políticos desaparecidos en la última dictadura.

 

***

 

Marzo de 1954. Ciudad de Córdoba, barrio Talleres. Polo Godoy Rojo vive con su esposa y sus hijos en una casa de familia. Trabaja como maestro en una escuela de la zona. Los estudios del magisterio los cursó en Villa Dolores, en su adolescencia. Quiso ser cantante porque su voz es melodiosa, pero no tuvo suerte. También jugó al fútbol y así conoció a la mujer con la que está casado desde 1938. Viene con ella desde Concarán, San Luis, pueblo en el que fue arquero del club Dolores B.A.P. Pero es originario de una ciudad cercana, Santa Rosa, donde nació el 26 de enero de 1914, el mismo día en que murió el Cura Brochero.

 


La familia de Polo en el casamiento de Osvaldo
 

 

El traslado a una escuela cordobesa, después de enseñar en los ambientes rurales más crudos, es una gentileza del músico puntano Atilio Jofré. Polo debió elegir entre dos o tres destinos. Para tomar su decisión, sólo pensó en una cosa: la universidad para sus hijos.

 

Es una época de tensiones y fricciones políticas. Son los días que germinan las décadas futuras de violencia en Argentina. Militares, radicales, conservadores, comunistas, anarquistas, buena parte de la Iglesia: todos conspiran para derrocar al gobierno de Juan Domingo Perón.

 

***

 

Viernes 12 de mayo de 2006. Ciudad de Córdoba. Los hermanos Osvaldo y Estela Godoy entregan muestras de sangre en la sede del EAAF. Por su edad, su madre Dora lo hará días después, sin salir de su casa.

 

Los exámenes y los trámites van a demorar casi un año. Son los que hacen falta para que la Cá- mara Federal de La Plata ordene la restitución de los restos encontrados en Ezpeleta si por fin quedan asociados a un nombre y un apellido.

 

***

 

31 de julio de 2007. Ciudad de Córdoba, barrio Panamericano, calle 7 de Septiembre.

 

–Con la desaparición de mi hermano mi padre había entrado en un cuadro de mucha tristeza. Fue un golpe duro. Estuvo mucho tiempo en silencio, y casi no salía –dice Osvaldo, buzo azul, chaleco gris y la mirada ocupada en una birome a la que hace girar entre sus dedos.

 

Su sobrina Emilce Charras explica que la narrativa de Polo tal vez expresa mejor su preocupación permanente por los problemas sociales; en cambio, en su poesía descarga dolores más íntimos y personales.

 

Osvaldo lee entonces partes de un poema viejo, titulado “Fe, esperanza y caridad”. Por supuesto, es de su padre y está dedicado a Mario Alberto. Es una plegaria y es la resignación de un hombre doblegado por la tristeza.

 

Medianoche; un auto se detiene/ Oigo pasos./ ¿Será que por fin, hijo, /regresas al hogar? /Espero… nada …¡Nada! /¿Fue un sueño, nada más?

 

Después lee una poesía que suena premonitoria, escrita por su hermano en julio de 1969.

 

No sé/ si mi canto/ verá la luz/ que quiere/ algún día…/ tal vez/ me sumerja/ en el abismo/ aterciopelado/ y sin salida de la muerte/ Pero mi Muerte ya no será triste/ mi Muerte será un canto/ un latido de Amor/ un disparo de fusil/ un grito de victoria.

 

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Lunes 8 de marzo de 1977. Provincia de Buenos Aires. En una calle de Bernal, Mario Alberto Godoy muere por el impacto de una bala que entra por su espalda en un supuesto enfrentamiento armado. Tiene apenas 29 años.

 

Su padre, su madre, su esposa, su hijo, ninguno de ellos sabrá en los siguientes 30 años lo que acaba de suceder. Su cuerpo queda en manos de sus captores, que lo van a enterrar desnudo y sin nombre en el cementerio de Ezpeleta.

 

***

 

Mediodía del viernes 27 de julio de 2007. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Patricia Bernardi, una de las fundadoras del EAAF, explica cómo la ciencia le sustrajo otra identidad a las muertes que los militares represores imaginaban tapadas y olvidadas para siempre.

 

–El secuestro y el asesinato ocurrieron en simultáneo. Mario Godoy nunca estuvo en un centro clandestino. Por distintas fuentes supimos que lo habían matado en la zona sur, cerca de donde vivía. Buscamos entonces en qué cementerio podía estar sepultado, en un determinado rango de fechas. Podía ser en Avellaneda o en Ezpeleta. Por su descripción, cutis blanco, un metro cincuenta, cabellos claros, nos llamó la atención un acta de defunción que registraba características similares. Encontramos los huesos y así vino la investigación genética, la prueba de ADN con sus familiares.

 

Acostumbrada a que le cuenten su historia los cráneos, los fémures, las tibias, las vértebras, las mandíbulas y las pelvis, la antropóloga Bernardi explica que la causa de la muerte del hijo de Polo fue un disparo de proyectil que entró por la espalda.

 

–Sus restos estaban bien conservados –dice– aunque en estos casos los enterraban sin cajón. Los huesos estaban un poco erosionados y sin partes blandas. No tenían ni objetos ni ropa asociados. Pero eran huesos articulados; estaban tal como habían sido sepultados.

 

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Fines de la década del ‘60. Ciudad de Córdoba. Mario Godoy estudia una ingeniería en la Universidad Católica. Milita en la Agrupación de Estudios Sociales (AES) y reniega de la dictadura de Juan Carlos Onganía. Influyen sobre su ideología algunos docentes. Uno en especial: Gastón Robles Toledo, a la larga otra de las víctimas del terrorismo de Estado en la Argentina.

 

“Los negros van a ir con armas. Están dispuestos a matar o morir”, le cuenta a su hermano Osvaldo, un par de días antes del Cordobazo.

 

La mayoría de los integrantes de AES están o estuvieron vinculados a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). El hijo de Polo conoce en esos grupos a su amigo Mariano Pujadas, uno de los 19 militantes que va a ser asesinado tiempo después, el 22 de agosto de 1972, en la base naval Almirante Zar de Chubut, en la conocida “Masacre de Trelew”.

 

***

 

Provincia de La Rioja. Ya recibido de ingeniero agrónomo, entre los años 1973 y 1974 Mario Godoy vive en el barrio 4 de Junio, al oeste de la capital. Es un caserío humilde, de fervores peronistas, que no conoce ni el asfalto ni las grandes luces del centro. Ocupa una pieza en el terreno de un matrimonio de militantes justicialistas: Pedro Corzo y Carmen Mazzarelli.

 

También practica karate todas las mañanas y de vez en cuando toca la guitarra y canta, más que nada temas de Los Olimareños.

 


Dora Angélica Ponce preparando el café de la tarde.
 

 

Integra el Comando Tecnolológico, que está formado por los profesionales que arman planes para el gobierno de Carlos Menem y Libardo Sánchez, electo el 11 de marzo del ‘73.

 

Años más tarde, en el barrio lo van a recordar los chicos que subieron por primera vez a un auto: su Citroën Mehari rojo bermellón.

 

Su pieza es epicentro de tareas típicas para esta época: reuniones de estudio sobre la realidad, análisis de textos políticos, discusiones sobre los documentos redactados por la organización Montoneros.

 

Es estricto y es austero. Pero cuando Menem lo deja cesante tiene que volver a Córdoba. En esa ciudad, a fines del ’75, el riojano “Yopo” Illanes, militante de la JP igual que él, lo cruza a la salida de un cine. Acaba de ver “La Tregua”. Son los meses en que el “Petiso” decide casarse con María Mercedes Castiglione, la “Peca”, hija de un conocido artista cordobés, el pintor Mauro Castiglione. Pronto van a tener un bebé: Mariano. Igual que Pujadas

 

***

 

Viernes 6 de julio de 2007. Ciudad de Córdoba, terminal de ómnibus. A las ocho y media de la mañana Patricia Bernardi baja de un colectivo de larga distancia que viene de Buenos Aires. Su equipaje es una valija con rueditas, que oculta una caja de madera. Es la urna que trae los huesos recuperados del hijo de Polo.

 

En un cementerio parque de Villa Allende, a unos 25 kilómetros, esperan sus familiares y viejos compañeros de militancia. Entre ellos están Nicasio “Chingolo” Barrionuevo y su esposa Ada Maza, senadora nacional por La Rioja.

 

La ceremonia es íntima y cerrada, sin periodistas. El viaje más largo lo hicieron María Mercedes y su hijo Mariano, que hace años viven en España. Todos leen poesías o mensajes preparados para ese día.

 

– Me impactó mucho cuando vi la urna –dice Estela Godoy, que en el transcurso de esa mañana, al fin, llora.

 

***

 

Martes 31 de julio de 2007. Ciudad de Córdoba, barrio Panamericano, calle 7 de Septiembre. Dora Ponce mira fijo un punto en la mesa cubierta por el mantel rojo y los adornos verdes. Busca algo entre las ondulaciones de su memoria. Cuando rearma la historia de la muerte de su esposo la cuenta otra vez, con una estructura simple y honda.

 

–Vino a casa la enfermera que lo atendía y le dio el desayuno. Salió de la habitación muy contenta porque se había tomado toda la taza. Entonces me dice: llévele agua para que se enjuague la boca. Pero cuando fui estaba muerto. Era la mañana del 4 de julio de 2004, un domingo de mucho sol. Como era goloso, murió tomando la leche.

 

Dora, profesora de música jubilada, no lo menciona. Pero su esposo también murió, a sus 90, con el dolor de no saber lo que había pasado con su hijo, el “Petiso”.

 

***

 

Lunes 3 de septiembre de 2018. Provincia de Córdoba, cementerio Parque Lomas de Villa Allende. Polo Godoy Rojo, cuyo nombre bautismal es Policarpo Segundo Godoy, está enterrado en una misma tumba con su hijo menor, asesinado y desaparecido en la última dictadura.

 

Hace 11 años que sus huesos reposan juntos.

 

 

Nota de Marcelo Alcaraz

 

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