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Una plaza abierta a las compras

A dos horas y media en auto desde San Luis, un pueblo de traslasierra recibe todos los sábados a artesanos de todo el país que ofrecen sus productos ante miles de turistas de paso. Una costumbre que permanece en el tiempo.

Por Miguel Garro
| 18 de marzo de 2019
En la plaza del pueblo hay prácticamente de todo. Libros, adornos, ropa, juguetes, joyas, comida, música, entretenimientos, utensilios y hasta toallas femeninas ecológicas. Fotos: Alejandro Lorda

Un joven villamercedino está sentado bajo la sombra de un gazebo, fumando, en la plaza de Villa de Las Rosas. A su alrededor, el verde no es tanto de la pequeña localidad cordobesa si no de su vivero personal, que está en su casa, a tres cuadras de allí. El joven vende tucas, semillas, collares pero sobre todo plantas, de todo tipo, y da a los compradores largas instrucciones para el cuidado y mantención del producto.

 

El negocio del chico nacido en Villa Mercedes –que prefirió no dar su nombre para esta notay radicado hace cinco años en Las Rosas, es uno de los tantos que todos los sábados del año se instalan en la plaza para conformar una de las ferias artesanales más grandes de la región. En la plaza del pueblo ubicado a dos horas y media en auto desde San Luis, por la Ruta Nacional 148, hay prácticamente de todo. Libros, adornos, ropa, juguetes, joyas, comida, música, entretenimientos, utensilios de comida y hasta toallas femeninas ecológicas. Los artesanos empiezan a armar sus puestos a las diez de la mañana y hasta las 16 permanecen como si se tratara de una cita ineludible, no tanto por las ventas que puedan hacer (que son muy buenas) como por el hecho de encontrarse todas las semanas y simplemente verse las caras.

 

Villa de Las Rosas es una localidad de Traslasierra que late económicamente al ritmo de la feria artesanal. El hecho de que todos los sábados un millar de personas pasen por la localidad para visitar los comercios le da un impulso inusual a un pueblo de 4.500 habitantes con población creciente en los últimos años. Hace 23 años, en el lugar no vivían más de dos mil personas.

 

 

 

Como está ubicado al pie del cerro Champaquí –el más alto de Córdoba- y es paso obligado para puntanos y mendocinos hacia Mina Clavero, Carlos Paz y la capital, es frecuente encontrarse en la feria sabatina a sanluiseños en plena recorrida. “No compran mucho los puntanos, pero cuando se enteran que soy de Villa Mercedes por lo menos se quedan a conversar un rato”, dijo el joven del vivero.

 

Otro puesto de la provincia que va con frecuencia a la feria es el de “Piedra libre”, una marca de ropa para chicos que tiene su sede en Los Molles. Allí, las encargadas venden remeras, pantalones, enteritos, baberos y todo lo referido a la vestimenta para nenes con colores vivos y diseños exclusivos.

 

Más allá del origen de los vendedores, la feria artesanal es un lugar donde las familias tienen diversas actividades en una plaza que, en algunos aspectos, tiene al tiempo en aparente estado de detenimiento. De los laterales del espacio público los equipos de música de los autos, amplificados de alguna manera no precisamente tecnológica, surgen Fabiana Cantilo cantando “Adonde quiera que voy”, el tema de Miguel Cantilo que fue un himno hippie en los 70, o Almendra con “Plegaria para un niño dormido”. La música, claro, es una demostración de un perfil de público y de vendedores, como lo es también un puesto donde se venden los pañuelos verdes, símbolos de la lucha a favor de la legitimación del aborto.

 

Por cualquiera de las puntas por donde se ingrese a la plaza habrá una sorpresa. Si la entrada es por la calle contraria a la del edificio municipal, donde hay algunos restoranes y mercaditos, una librería espera a los buscadores de imposibles con obras de Charles Bukowski y ediciones particulares que valen lo que cuestan. Más adentro de la feria al aire libre hay otro puesto literario, con los best seller y los títulos más pedidos.

 

Uno de los materiales más repetidos por los artesanos de Las Rosas es la madera. Hay quienes la trabajan a menor escala –para llaveros, prendedores, ceniceros- y otros que la usan para objetos más grandes como tablas para asado y picadas (que se consiguen desde 250 pesos, según el tamaño) y hasta bicicletas, en una de las grandes sensaciones de la feria. “Las vendemos muy bien porque es un vehículo económico y a los chicos les divierte la novedad”, dijo el encargado del puesto, mientras dos nenes paseaban en los rodados por los costados de la plaza.

 

 

 

El cuero y la plata también abundan en la feria, como los posnets para que los compradores abonen con tarjeta de crédito y débito o por medio de mercado pago en uno de los pocos guiños tecnológicos que hay en el lugar

 

Dos hermanos de unos 40 años, rubios, comparten todos los sábados un pequeño puesto en la feria. Los dos tienen cabellos largos, lacios y entrecanos; barbas extensas pero bien cuidadas, túnicas blancas y profundos ojos celestes. Uno pasa mucho tiempo en la posición de loto; el otro parece más activo: acomoda las cosas, limpia y trabaja con delicadeza alguna artesanía en vivo.

 

Sobre el impoluto mantel blanco, perfectamente acomodados los hemanos dejaron anillos, adornos, aros y gargantillas de una delicadeza extrema. Una mujer, visiblemente entusiasmada, examina el tesoro con ímpetu consumista arrollador y después de una compleja elección se decide por un collar con piedras rojas, pequeño y frágil. “¿Cuánto cuesta”, pregunta.

 

La respuesta del vendedor que apenas abrió los ojos en su posición de loto la hizo abandonar el elemento en el mantel con una desilusión que se le notó en cada movimiento. “Seis mil trescientos pesos”, dijo el hombre con calma extrema y una voz de sereno apaciguamiento. Como el joyero notó el gesto de frustración de su cliente, en el mismo acto aclaró que el elemento elegido era de plata.

 

La explicación no fue suficiente para la mujer, que no ocultó su decepción mientras se alejaba del puesto: “Ja, tan hippies que parecían”.

 

 

 

Artesanías del sabor

 

Una chica sentada en uno de los bancos de la zona central de la plaza escucha algo en sus auriculares. Llegó hasta allí en una bicicleta multicolor que tiene adaptada una heladera en la parte trasera donde guarda helados artesanales para vender. “En realidad vengo a dar una vuelta y a desconectarme, si vendo helados, mejor; pero no es el objetivo central”, enumera la chica ante la consulta de sus prioridades.

 

Bien organizados y en prolijas hileras, los puestos de los alrededores de la plaza son todos gastronómicos y conforman un verdadero cordón de carritos que ofrecen sabores de todo el mundo. Se puede elegir un sándwich vegetariano mexicano, jugos de todo tipo y chapacas venezolanas.

 

También hay puestos de comidas árabes, de bondiolas y de papas fritas en todas sus variantes. Las ofertas de comestibles no se agotan en productos que se pueden consumir ahí mismo: en la feria hay puestos de panes rellenos, alfajores artesanales, dulces de todo tipo y licores de yuyos serranos. Un lugar para pasar las horas.

 

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