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Producen hortalizas para cosechar conocimiento

Los cultivos a campo o en invernaderos son las claves en la formación de los alumnos de ingeniería agronómica, que no llevan lo que aprenden al aula y los libros a la práctica.

Por Juan Luna
| 24 de marzo de 2019

Del aula a la huerta, de la teoría a la tierra, y de la cosecha nuevamente a los libros. En la Universidad Nacional de San Luis (UNSL), los estudiantes de la ingeniería agronómica transitan ese camino de ida y vuelta una y otra vez cuando de horticultura se trata. En un extenso terreno y en dos invernaderos del campus de Villa Mercedes, los alumnos y los docentes realizan cultivos para convertir la práctica en conocimiento, en una época en la que, de a poco, la producción de verduras vuelve a ser una alternativa concreta en la provincia.

 

“Uno muy bien puede mostrar un cultivo a partir de una imagen en un Power Point, pero nosotros tratamos de que el alumno tenga la mayor experiencia posible con la mayor cantidad de especies”. De esa manera, la profesora Patricia Bazán trató de explicar una de las misiones que tiene la materia de horticultura de la carrera que se dicta en la Facultad de Ingeniería y Ciencias Agropecuarias (FICA). La cátedra la encabeza la especialista Bazán como profesora adjunta, y la completa el ingeniero Alejandro Luna como auxiliar de primera, y el estudiante Dario Pérez como auxiliar de segunda. Está en cuarto año de los cinco que tiene de extensión el plan de estudios, pero lo curioso es que se cursa de forma anual pero desfasada. “Empiezan en agosto y terminan en junio del año siguiente. De esa manera, nos hemos ajustado a los ciclos biológicos y tratamos de que el alumno vea todo el proceso en la mayoría de los cultivos”, contó la docente.

 

En ese exigente trayecto que los estudiantes hacen para convertirse en profesionales del agro, la formación práctica es tan importante como la teórica. Por eso, los alumnos salen de las aulas y van al terreno a aprender las técnicas de siembra, barbechos, riego, poda de las diferentes plantas, formas de cosecha, entre otros tantos pequeños grandes saberes que se ponen en juego a la hora enfrentar un cultivo.

 

Para ello, el campus de la FICA, ubicado en el extremo norte de la Autopista 55 en Villa Mercedes, cuenta con un gran predio destinado a las clases prácticas de las diferentes asignaturas, aunque también sirve como base fundamental para desplegar los proyectos de investigación que realizan los docentes y los alumnos avanzados.

 

Básicamente, tienen dos tipos de superficies para hacer la producción. Por un lado, poseen un lote que mide aproximadamente media hectárea y, por otra parte, hay dos invernaderos que gozan de la protección de una cubierta de polietileno y una malla antigranizo. “Elegimos las especies más rústicas para hacerlas a campo, y las de hoja que son más sensibles las llevamos bajo techo”, explicó Luna.

 

Tomates, zapallos, ajos, pimientos y espárragos son algunas de las verduras que esta temporada se asoman por el suelo universitario y que además se usan para realizar ensayos comparativos, medir rendimientos, probar variedades, tipos de fertilizantes y métodos de barbechos, entre otros aspectos fundamentales en cualquier siembra.

 

Los lotes de espárrago, por ejemplo ya tienen más de diez años de existencia y es uno de los cultivos más antiguos que realizan a campo. Pero cada año varían las especies para analizar el comportamiento de diferentes variedades de semillas que ofrezca el mercado, o que estén en pleno desarrollo, o simplemente las que tengan al alcance de la mano pero que sirvan para estudiar otras variables.

 

Esa es la misión de la plantación de tomates que tienen actualmente, pero también de los ensayos con zapallitos, cebollas, batatas y alcaucil, entre otros, que ya han realizado. Al mismo tiempo preparan un ensayo de ajo, en el que analizarán el comportamiento de tres variedades, ya que la institución forma parte de una red nacional de evaluadores de la especie.

 

Otro de los estudios que realizaron en el 2018, fue el efecto de tres tipos de mulching (negro, blanco y transparente) en cultivos de lechuga. "Es una cobertura de suelo, puede ser plástico u orgánico como cascarilla de arroz, heno, rollos de alfalfa", explicó el ingeniero.

 

 Para solventar los gastos de las diferentes siembras, los docentes aprovechan las donaciones que realizan algunos organismos nacionales como el Inta, más los recursos con los que cuentan los proyectos de investigación que son subsidiados por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad. “Siempre tramamos de hacer convenios a través de los cuales determinadas empresas o marcas nos den los productos, que suelen ser costosos, y nosotros los evaluamos. De esa forma se puede sustentar la producción”, explicó Bazán.

 

Así, por ejemplo, pronto recibirán un nuevo tipo de fertilizantes biológicos que está cobrando fuerza en el mercado y que está hecho a base de los residuos frigoríficos.

 

Los datos que surgen en esas investigaciones no tienen desperdicio. En primer lugar porque le sirven como información valiosa a los alumnos en su formación como profesionales, pero también porque sirven para asesorar a los productores de la región. Por lo general, los docentes presentan los resultados en diferentes congresos vinculados a la actividad, tanto en el país como el exterior. Además forman parte de una red internacional de universidades, en la que las casas de estudio intercambian cursos, asesoramiento e incluso materiales.

 

Pero además, las huertas les abren las puertas a muchos estudiantes avanzados para realizar pasantías por fuera del horario curricular obligatorio, que tiene el efecto directo de brindarles mayor experiencia para su historial académico, pero también les sirve como un posible disparador para la formulación de sus tesis para recibirse. "Siempre le estamos ofreciendo estas posibilidades a los alumnos, que le permitan tener un proyecto y que vayan descubriendo que les gusta más. Mediante estas pasantías, los datos que obtienen quedan para ellos y los pueden usar cuando llegue el momento de hacer su tesis. Recomendamos que mientras cursan los últimos años puedan ir viendo les gusta más e ir y que no lleguen al último año sin una idea", contó la profesora.

 

Uno de los principales frutos de ese trabajo en las parcelas, es que los chicos se terminan entusiasmando tanto que muchos luego optan por desarrollar alguna producción propia, aunque sea a baja escala, cuando finalizan sus estudios.

 

Bazán sostuvo que la horticultura es uno de los campos laborales a los que pueden ingresar los agrónomos cuando egresan, sobre todo en la actualidad cuando hay un fenómeno de volver a promover la producción de frutas, verduras y flores en la provincia.

 

"En cualquier explotación, cuando los contraten, en la fase profesional, ellos van a dirigir a alguien. Pero para dirigir tenés que saber hacerlo, es la forma de medir si lo hacen bien o mal. Siempre tratamos de que tengan una gran impronta práctica. Somos una carrera con pocos alumnos, pero cada uno tiene una gran importancia, hacemos un seguimiento de cada uno en particular. Que todos tengan contacto con los cultivos", planteó.

 

La docente opinó que desde la universidad ven con muy buenos ojos los intentos que hacen diferentes organismos públicos por promover las huertas, ya sean de forma casera para la alimentación de las familias o para explotaciones más grandes con fines comerciales.

 

Pero en ambos casos, la ingeniera sostuvo que "siempre tiene que ir del apoyo de los gobiernos, municipales, provinciales y nacionales. Las producciones hortícolas son pequeños o medianos productores. Tiene que estar acompañado por políticas. Hay un gran auge con las parcelas hortícolas, hay muchos alumnos que han egresado y que están trabajando en eso", sostuvo.

 

De hecho, uno de los proyectos de investigación que tienen en la FICA se llama "Kilómetro cero" y apunta a que entre la producción y el consumo de alimentos haya la menor distancia posible.

 

"En países desarrollados eso se favorece mucho, porque si tengo que traer un tomate que viene desde mil kilómetros, para producirlo contamino. Eso es lo que llamamos huella de carbono y huella hídrica", explicó.

 

Además, los docentes coincidieron en que la Provincia de San Luis tiene buenas condiciones climáticas y edáficas para producir hortalizas, que no son muy diferentes a las de otras provincias de Cuyo desde donde generalmente se importa lo que se consume. Aunque, "Villa Mercedes es bastante especial, porque tenemos temperaturas extremas de frío y calor. San Luis tiene las mismas características que Mendoza y San Juan, es fundamental la provisión de agua. Toda esa nueva política de producciones, represas de agua, creo que va a fomentar la producción hortícola y frutícola", intuyó.

 

Otro efecto colateral del aprendizaje de los chicos en las huertas, es que terminan por ampliar sus gustos culinarios. Al comienzo de la cursada, la cátedra realiza una pequeña encuesta en la que le pregunta a los chicos por la cantidad de hortalizas que consumen. Y al finalizar el ciclo lectivo, vuelven a hacer la misma consulta y en la mayoría de los casos, los alumnos han incorporado muchas nuevas especies a su dieta cotidiana. “Sucede que mucho de lo que cosechan se lo lleva a sus casas y lo consumen. Entonces conocen verduras que antes no sabían que existían, porque lo que queremos es que los alumnos consuman más hortalizas”, enfatizó.

 

El tomate bajo la lupa

 

Desde mediados del año pasado, José Boffa y Cristian Sala agregaron una actividad más a la hora de organizar su agenda universitaria. Los jóvenes, ambos oriundos de Justo Daract y estudiantes avanzados de agronomía, destinan entre dos y tres mañanas por semana para un proyecto que mezcla trabajo manual con investigación.

 

Como parte de una pasantía con la Cátedra de Horticultura, los chicos empezaron un cultivo de diferentes variedades de tomate, que además de brindarles experiencia en la huerta, también les servirá como un posible disparador para la realización de sus tesis para recibirse.

 

El estudio consistió en comparar los rendimientos de tres tipos de cultivares en tres condiciones diferentes de siembra, para evaluar los rendimientos en cada uno de los escenarios.

 

Así, destinaron una primera parte del invernadero para plantar las semillas luego de hacer un barbecho con un producto químico que combate los nemátodos, un tipo de gusanos que suele hospedarse en el tomate que ataca la raíz y termina por secar la planta.

 

En el control y estudio de esos invasores se centró la investigación de Cristian, porque aunque realizan juntos el ensayo, cada uno tiene objetivos específicos sobre los que ponen la lupa y la atención.

 

En cambio, el objeto de estudio de José son los cultivos y sus resultados en sí mismos. Por eso, hicieron una segunda prueba que se fertilizó únicamente con urea y se dejó como “testigo”. Mientras que una tercera fracción del terreno fue sembrada sin ponerle nada más que una aplicación de un producto personalizado a cada semilla para formar lo que se conoce como un cultivo orgánico.

 

Todo ese trabajo le ha llevado varios meses a los estudiantes, que arrancaron en setiembre de 2018 con el conteo de las semillas, luego las llevaron al invernáculo y las inocularon, las colocaron en bandejas para que los plantines se desarrollen durante dos meses aproximadamente, antes de llevarlas al terreno.

 

"Desde ahí, el trabajo constante ha sido desmalezar, venir dos o tres veces por semana a colocar el riego por goteo, fertilizar y podar", enumeró Boffa.

 

En enero, los muchachos realizaron la primera cosecha y hasta el momento ya han tenido unas siete. Incluso, una fue tan abundante que recogieron unos 200 kilos de tomate. Estiman que seguirán obteniendo frutos por lo menos hasta finales de abril.

 

Pero el trabajo no termina ni con la hortaliza en la mano. Con los resultados, José tiene que llenar planillas en donde debe tomar nota de la producción, de la calidad de la cosecha, la sanidad, la dureza, la coloración, la uniformidad vegetativa, entre otros aspectos que dan un panorama más claro del rendimiento de cada planta más allá de la cantidad de kilos generados.

 

Aunque todavía quedan los últimos tramos de la investigación, ambos estudiantes están más que conforme con los resultados y con la experiencia. "Dejás de lado el libro para aprender las cosas que pasan en la realidad. En mi caso es la primera vez que hago una pasantía y me gustaría terminarlo como tesis, aunque si surgen otras posibilidades las voy a evaluar", explicó Salas.

 

Boffa, en cambio, tiene en claro que este proyecto será la base fundamental del trabajo final de su carrera. "Ha sido una hermosa experiencia, y estamos agradecidos porque en estos últimos años hemos notado que muchos docentes de agronomía están ofreciendo pasantías para los alumnos, no solo en horticultura sino también en otras materias. Como estudiantes lo valoramos muchísimo porque nos están dando un espacio", reflexionó.

 

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