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Enemigos íntimos

A cuarenta años de su llegada al poder y a casi 16 de su asesinato, algunos aspectos de la vida del dictador iraquí siguen siendo un misterio de doble sentido. Un tirano que fue amigo, rival, alumno y víctima de las mismas potencias.

Por redacción
| 15 de julio de 2019
El rostro pétreo de Saddam.

Por: Agustina Bordigoni

 

 

El 16 de julio de 1979 Saddam Hussein asumió en Irak los cargos de presidente de la república, secretario general del Baaz (Partido Socialista de la Revolución Árabe) y presidente del Consejo de Mando de la Revolución. El título de dictador y tirano aparecería mucho tiempo después y sería otorgado por quienes, en definitiva, lo formaron como tal. Y es que Saddam fue un criminal por propia decisión pero también un producto de los colonialismos: primero del europeo y luego del norteamericano. En muchos sentidos, el uno no hubiera sido posible sin el otro.

 

De socios naturales a enemigos acérrimos, pasando por aliados funcionales según el contexto, la relación entre Hussein y los gobiernos de los EE.UU. resume en parte la política del país del norte hacia Irak en particular y hacia Medio Oriente en general.

 

 

El germen de su propia destrucción

Irak fue un producto del colonialismo británico surgido tras la Primera Guerra Mundial. El reparto de territorios y recursos derivó en la unificación de Mosul (mayoritariamente kurdo), Bagdad (predominantemente suní) y Basora (de mayoría chiita). Eso sentaría las bases de lo que luego fue el territorio iraquí, un conglomerado de naciones que también entrarían en conflicto entre sí. La monarquía sobrevivió hasta 1958, año en el que se proclamó la República.

 

Durante ese período el petróleo del país también fue repartido entre los países europeos y los EE.UU., cuyas compañías controlaban casi la totalidad de los recursos. De hecho, mientras los ingresos petrolíferos aumentaron considerablemente, la mayoría de los iraquíes (85%) eran analfabetos: una prueba cabal de que las riquezas no se utilizaban en beneficio de la población. Entre esa cantidad de niños que no habían tenido acceso a la educación se encontraba Saddam Hussein, que no aprendió a leer hasta los 10 años.

 

 


El paisaje urbano de Irak con la presencia del dictador.

 

 

En ese contexto de dominación extranjera, los partidos nacionalistas fueron ganando fuerza. Los nacionalismos surgidos en Medio Oriente fueron en definitiva consecuencia del reparto territorial que impulsó a los otros nacionalismos (los de las potencias) a repartirse recursos y territorios.

 

El joven Hussein, miembro del partido nacionalista Baaz, llegó al poder como vicepresidente y hombre fuerte del gobierno de Ahmad Hassan al-Bakren 1969. Fue después de haber participado en varios intentos de golpes de Estado en la década anterior, por los que tuvo que huir a Siria primero y a Egipto con posterioridad. Allí se convirtió, por primera vez, en aliado de los EE.UU.

 


Enemigos, pero no tanto

La relación de EE.UU. con Irak se puede explicar por las intenciones de la gran potencia en la región: la defensa de su aliado Israel, la estabilidad en el territorio y el acceso al petróleo marcarían la historia. Peor aún: forjarían la figura de Saddam Hussein.

 

Refugiado en Egipto, Saddam sería informante de la CIA sobre los movimientos del presidente de su país, Abdel Karim Qassem, a quien derrocarían en 1968. Las puertas estaban abiertas para la llegada al poder del dictador.

 

Las atrocidades cometidas por Saddam Hussein no eran desconocidas por EE.UU. y Gran Bretaña, que colaboraron con armamento, información militar y préstamos al nuevo presidente iraquí decidido a emprender una guerra contra Irán desde 1980. Para entonces ya Hussein había hecho una “depuración” de los miembros de su partido y mostrado su lado menos humano.

 

 

 

Los intereses en la guerra estaban puestos en Irán, antiguo bastión estadounidense en la región que había cambiado su situación con el derrocamiento del sah Reza Pahleví a manos del ayatolá Jomeini. Hasta entonces el sah cumplía un doble objetivo: contener cualquier intento de ataque a Israel y frenar el avance de otro líder en la región.

 

Eso convirtió a Irak en el aliado impensado. Gracias al aporte de las grandes potencias, la guerra duró 8 largos años y devastó económicamente a ambos países.

 

Pero no todo salió tal lo planeado: el armamento proporcionado a Irak permitiría a Hussein mantenerse en el poder y emprender otra aventura expansionista. En 1990 invadió Kuwait, aunque los resultados no fueron los mismos.

 

Entendiéndolo como un intento de extender el poder de Irak en la región, EE.UU. lideró una coalición de países que derrocó al ejército de Saddam en 1991. Hussein se convirtió nuevamente en enemigo y se volvió a agregar a Irak en la lista negra de países que propiciaban el terrorismo (de la que había sido sacado en 1982). Pero la pelea no fue total: como el derrocamiento de Hussein podía fortalecer a Irán, las manifestaciones internas fueron brutalmente disipadas y el dictador continuó siendo el mal menor.

 

 

 

A la larga, las pretensiones de Hussein no podían llegar tan lejos para perjudicar los intereses de EE.UU. Y su desaparición sería una consecuencia lógica: no por contar con armas de destrucción masiva (que no se encontraron, pero que de existir hubieran debido su presencia a los propios EE.UU.) ni por violar sistemáticamente los derechos humanos (situación que se prolongó en el país por lo menos durante dos décadas). Tampoco por la democracia. Saddam Hussein fue destruido por sus propios creadores, sus antiguos aliados, sus renovados íntimos enemigos.

 

Los atentados del 11 de setiembre brindaron la excusa para atacar las pretensiones de avance de Saddam: sobre la región y sobre el control de los recursos a su antojo.

 

Tras la Guerra del Golfo, Irak se comprometió a desmantelar su armamento. Pero siempre quedaron las sospechas de que lo hiciera realmente. ¿Por qué hacerlo en una región tan convulsa? ¿Por qué hacerlo si eso permitía la permanencia en el poder del dictador? Una vez más, el uno funcional al otro. Casi por casualidad, siempre por una causa.

 

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