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Desde Fraga hasta el otro lado de la Cordillera

Ana De Batista y su esposo Javier Suárez producen equinos para uso deportivo.  Apuntan sobre todo al Rodeo, una disciplina que es furor en Chile y que ha ganado terreno en Cuyo. Sus ejemplares han llegado a lucirse en el país vecino.

Por Juan Luna
| 07 de julio de 2019
Amazona y domadora. Ana De Battista prepara a los equinos en el oficio del Rodeo. Vive en Fraga con su familia y sus caballos.

Los caballos de la cabaña Don Facundo son especialistas en romper barreras. Porque desde el suelo de Fraga han logrado cruzar la Cordillera de los Andes y lucirse en Chile, que es la cuna y meca del Rodeo, una disciplina que es furor en el país vecino, pero que apenas se conoce en nuestras tierras.

 

Por eso, el trabajo que Ana De Battista y su esposo, Javier Suárez, realizan en los umbrales de la localidad de Departamento Pringles desde hace más de una década, también ha servido para derribar los obstáculos que aparecen cuando se hace una actividad que no es netamente propia de nuestra cultura.

 

Es muy sencillo llegar a la sede principal del establecimiento, que al mismo tiempo es el hogar del matrimonio y de su pequeño hijo, el que le prestó para siempre su nombre a la cabaña: Facundo. Basta con llegar al pueblo por la Autopista de las Serranías Puntanas y adentrarse unos metros. Reconocer la casa tampoco es difícil: el estilo rústico y al mismo tiempo coqueto sobresale en un predio que ocupa prácticamente toda una cuadra.

 

En el interior, la decoración, los muebles y los recuerdos que cuelgan de las paredes también son una demostración inequívoca de que ahí habita gente que siente un amor especial por los caballos y los deportes ecuestres.

 

"Nosotros nos conocimos gracias a los caballos criollos", reveló Ana, como para dimensionar aún más la importancia que estos animales tienen en sus biografías individuales y en la que comparten.

 

 

Ana y Javier tienen a la ganadería y a la agricultura como principal actividad económica, pero su pasión son los equinos y los deportes ecuestres.

 

 

La mujer es nativa de la ciudad de San Luis e hija de padres que siempre se dedicaron a la agricultura y a la ganadería. Pero no fue por herencia genética que ella adquirió el gusto por los galopes y las riendas. "Al contrario, a mi papá no le gustan. Él prefiere los autos de carrera, igual que mis dos hermanos varones. En cambio, las tres hijas le salimos locas por los caballos", admitió.

 

En su participación en el Ateneo Juvenil de la Sociedad Rural de San Luis fue en donde más acrecentó una pasión que terminó de colmarse cuando organizaban exposiciones de la raza Criolla. “Se fue armado un grupo de amigos con los que venían de Mendoza. Ahí conocí a Javier, surgió la relación y de a poco se vino a la provincia. Mi papá tiene campo en La Cumbre, estuvimos un tiempito ahí y después, por las cosas de la vida, llegamos a Fraga”, contó.

 

Aunque nació en la capital mendocina, el hombre viene del sur de esa provincia, una zona en la que hay una gran influencia de la cultura chilena por la cercanía entre ambos puntos del mapa.

 

Extrañamente, el amor por los equinos a él tampoco se lo contagió ningún familiar. “Mi padre era ingeniero agrónomo y estaba dedicado más bien a la parte vitivinícola. Esto fue algo que siempre me gustó a mí y empecé como pude. Tuve la suerte de conocer a mi señora y de venir para San Luis, donde pudimos dedicarnos más y tener un espacio para hacerlo”, completó Suárez sobre su mitad de la historia.

 

Ahora, como matrimonio, también tienen a la producción mixta de hacienda y cultivos como principal sustento económico. Pero no son ni las vacas ni la soja o el maíz lo que les mueve la aguja del motor interno, el del corazón. Ana y Javier, y también el pequeño Facundo en su medida (tiene diez años), ponen tiempo, esfuerzo y dinero en una actividad que no les resulta para nada rentable, pero que sostienen por pura afición.

 

En 2003 empezaron en un campo alquilado a incorporar yeguas y padrillos y con el tiempo pudieron formar un plantel en sus propias tierras. Hoy tienen una tropa que ronda siempre entre las 15 y 20 madres, que dan crías para uso exclusivamente deportivo. "Tratamos de tener poco y en lo posible bueno. Apuntamos a la parte funcional del caballo y no tanto a la parte morfológica que se ve en las exposiciones. Son cosas que van de la mano, porque lo ideal sería lograr algo bonito y bueno y hemos tenido algunos ejemplares muy destacados, pero lo principal es la función que cumplen", explicó el hombre.

 

 

Pasión sin rodeos

 

Sus animales son destinados a varias disciplinas tradicionales en las que participan los caballos criollos, como las pruebas de rienda y el corral de aparte, principalmente.

 

Pero en la que ponen todas sus fichas  es en el Rodeo, el deporte que ha logrado unir al campo chileno con el argentino. Porque aunque sea una tradición propia del país vecino, desde la década del noventa se fue introduciendo en los establecimientos locales y, sin prisa pero sin pausa, cada vez gana más adeptos de este lado de la cordillera.

 

Por su cercanía con la frontera, Cuyo fue la región que primero se hizo eco de esa vieja costumbre. El Rodeo chileno surgió del trabajo mismo con la hacienda, cuando llegaba el invierno y había que bajar a los animales de la montaña para darles de comer ante la falta de pasto.

 

Para hacerlo, había que apartar los novillos y las vacas a lomo de caballo en corrales de pircas. Y como sucede con otras tareas rurales, lo que era un trabajo pesado se terminó convirtiendo en un entretenimiento, una forma de hacer más llevaderas las tareas. Los arrieros empezaron a armar competencias para demostrar quién era el más hábil y elegante para atajar la hacienda.

 

 

De tal palo, tal astilla. Facundo ya empezó a entrenar junto con su madre en la medialuna que tienen en su establecimiento.

 

 

"Muchas veces también intercambiaban mulas argentinas por caballos chilenos. Entonces, ahí se fueron mezclando las tradiciones", agregó.

 

En pocas palabras, en el Rodeo participan dos jinetes que forman una dupla o collera. En una pista circular, pero en la que solo se utiliza la mitad como parte determinante (por eso le dicen media luna), tienen que lograr atrapar a un novillo y dejarlo totalmente quieto, pero no de cualquier forma ni en cualquier lugar.

 

Desde un pequeño corral llamado apiñadero, largan al vacuno y lo hacen dar dos o tres vueltas antes de abrirle las puertas. Uno de los jinetes tiene que ir delante, a la mano, del bovino y el otro lo debe llevar arriando. El que va por detrás, tiene que ir con el caballo en postura, es decir con los dos pechos apuntando hacia el novillo, hasta llegar a unas zonas delimitadas de la pista que miden doce metros de largo. En ese sector deben atajar al novillo y recibirán una puntuación dependiendo de en qué parte lo toquen, si en la paleta, en la panza o en la verija. Luego de ese primer intento, siguen por la circunferencia hasta completar el mecanismo dos veces más, pero los montadores deben intercambiar sus roles.

 

En Chile es uno de los deportes nacionales, hay cientos de criaderos que se especializan en estos caballos y representa no solo un mercado impresionante, sino también un universo social con sus propias lógicas y reglas. Según el sitio de su Federación, anualmente asisten 2.000.000 de personas como público, existen 40.000 caballos inscriptos en competencia, participan 370.000 novillos y genera 12.000 empleos directos y más de 90.000 indirectos.

 

En suelo argentino, Mendoza fue la puerta de entrada para los que empezaron a difundir la actividad y a practicarla en sus establecimientos. Para ello formaron la Asociación Cuyo, una agrupación que nuclea a los amantes de este deporte, pero que enarbolan la bandera celeste y blanca.

 

Javier empezó a disfrutar de la disciplina hace unos veinte años en su tierra natal y fue el principal impulsor del deporte cuando anidó en San Luis, al punto que hoy la familia tiene en su casa la única medialuna que hay en la provincia. El año pasado, se disputó una de las fecha del campeonato nacional por primera vez en la historia.

 

 

La casa de la familia y sede de la cabaña está ubicada en la entrada de Fraga. También tienen un campo en donde crían a los caballos antes de empezar a amansarlos.

 

 

Pero la difusión del Rodeo empezó primero entre los suyos. "La que primero empezó con los caballos criollos fue María Fe, la hermana menor de Ana, y le fue muy bien. Clasificó, llegó a Palermo, fue campeona de una categoría,  volvió a ganar al año siguiente hasta que subió a la primera división con apenas 16 años. Con muy poca experiencia y en poco tiempo, llegó a estar entre las seis mejores del país en las pruebas que hay en la Argentina", repasó.

 

Fue en ese tiempo, una década atrás, en que Ana quedó embaraza y dio a luz a Facundo. Por eso, dos años después, cuando pudo volver a montar, la mujer empezó a competir y a probar suerte en las diferentes competencias. Rápidamente también lució su calidad como amazona: fue campeona argentina de Corral de Aparte y de Rienda.

 

"Cuando arranca, una quiere hacer todo y de a poquito va eligiendo qué seguir, qué te gusta y para qué sirve tu caballo. Yo considero que el rodeo es el más difícil, porque participan dos jinetes, hay un novillo en el medio, tenés un montón de reglas sobre cómo debe estar el caballo al momento de atajar y en qué parte de la pista. Son muchas cosas que hay que hacer en fracciones de segundo y en las que también juega el factor suerte", repasó De Battista.

 

Además de tener un buen manejo y dominio del caballo, el montador también debe estar en buen estado físico. "Yo trato de cuidarme mucho, porque uno va arriba del caballo y mientras más liviano estés, es más cómodo. No dejás de ser un deportista. Al principio, terminaba de correr y me dolía todo el cuerpo, con moretones, y tenía dos o tres días para volver a arrancar. Hoy monto dos o tres caballos por día y después trato de hacer un poco de gimnasia para estar en forma", reveló Ana.

 

Tanto esfuerzo y tantas horas de entrenamiento le terminaron dando su recompensa, porque este año logró uno de sus principales anhelos y el sueño de cualquier jinete que participa del Rodeo: llegar a competir en las medialunas de Chile.

 

En la Argentina se realiza una competencia mensual, que casi siempre se concentra en diferentes localidades de Mendoza. Los participantes acumulan puntos a lo largo del año y si al finalizar han conseguido el suficiente reconocimiento, acceden a una clasificatoria a nivel nacional en suelo chileno.

 

 

En el nombre del hijo. La cabaña lleva el nombre del pequeño Facundo, de diez años.

 

 

Ahí todas las duplas se dividen en tres zonas: norte, centro y sur. En cada una participan alrededor de 150 colleras. Después de tres días de contienda y un repechaje, quedan solo entre 25 y 30 parejas que llegan a la gran final en la localidad de Rancagua, que tiene una importancia tan grande para este deporte como lo tiene el Mundial para el fútbol.

 

Ana y su compañero de collera, Ariel Scibilia, no llegaron a la última instancia, pero hicieron un gran papel en la clasificatoria. Además, De Battista logró otro hito: fue la primera mujer argentina en estar en esa competencia.

 

"Fue una experiencia fantástica. Llegar es muy difícil porque allá hay muchos jinetes y criaderos, pero quedamos muy contentos. Al ser la única mujer, sentí los aplausos y que la tribuna se levantaba", expresó, aunque admitió que al principio tenía miedo. "Pensaba que no estaba preparada todavía, pero me dije 'la vida es una sola', así que fuimos y le pusimos muchas ganas", contó.

 

No es la primera vez que la cabaña Don Facundo está bien representada en la meca del Rodeo. "Mariachi" y "Que Lolo", dos caballos del establecimiento,  cumplieron todos los requisitos y llegaron a la máxima pista chilena en la temporada 2016/2017, montados por Scibilia y Javier Salinas. Fue la primera vez que jinetes y equinos argentinos conseguían medirse con los mismísimos creadores de la disciplina en sus propias tierras.

 

A Suárez y De Battista todavía se les nota el orgullo cada vez que hablan de lo que han cosechado en poco más de una década, y al tomar conciencia de que el trabajo que hacen a diario empieza a dar sus frutos.

 

 

La nobleza de una raza

 

Una de las mayores dificultades que encuentran a la hora de preparar sus caballos es que no hay demasiadas personas capacitadas en San Luis para un oficio tan particular como el Rodeo. Esa fue una de las razones por las que decidieron empezar a ser ellos mismos quienes criaran sus ejemplares.

 

El proceso para conseguir un animal que esté listo para competir es bastante largo y demora por lo menos unos seis años. En primer lugar, tratan de incorporar la mejor genética que esté a su alcance para obtener buenos especímenes. "En esto no hay mucho que inventar. En todas las competencias ecuestres a nivel mundial, hay sangres que van haciendo punta. Tratamos de llegar a eso, en la medida de nuestras posibilidades", aclaró Javier.

 

Durante los dos primeros años de vida de las crías, los empleados del campo les hacen una doma básica que puede tardar entre seis meses y un año hasta que el potro o la yegua estén mansos de andar.

 

"Después pasa a otra etapa. Siempre digo que es como si fuera un niño: va a jardín, después a primer grado, luego a segundo. A un chico de cinco años no se le puede querer enseñar a multiplicar y dividir el primer día. El caballo es igual, es un proceso que lleva tiempo, no se lo puede apurar y llevarlo a una prueba si no está preparado", explicó.

 

Por eso recién ahí llegan a las manos de Ana, quien se encarga de hacer una selección de los mejores ejemplares y realizar el entrenamiento más específico para el deporte. "Empezamos a darles un oficio", agregó.

 

La mujer trata de combinar de la mejor manera la rutina con los caballos con la de su hogar. Por eso, se levanta bien temprano antes de que se despierte su hijo y trabaja a dos o tres animales por día. Los ensilla, los monta, les enseña a moverse, a flexionarse y también a ser ágiles y veloces.

 

 

Pionera. El 8 de marzo, Ana se convirtió en la primera mujer argentina en competir en Chile en una clasificatoria de Rodeo.

 

 

Tienen que pasar otros dos años para que el equino empiece a interactuar con un novillo topero, que es un vacuno de la raza Holando que también está preparado especialmente para la actividad.

 

Sin embargo, "hay caballos que nunca llegan. No todos están hechos para todo, cada uno se destaca en algún deporte. Eso depende también de la mano del que lo agarre, porque son muy inteligentes y se dan cuenta de cómo los tratan. Yo he ido aprendiendo a leer lo que el animal necesita", afirmó.

 

En el aspecto nutricional, Suárez aseguró que no hay ningún secreto especial para tener un buen ejemplar: "Un buen pasto, una buena alfalfa y avena. Nada más. Es muy sano", sostuvo. Aunque aclaró que no se utiliza ningún tipo de anabólicos, que de hecho están prohibidos por la Federación Chilena, que hace controles antidoping en las competencias.

 

La sanidad no es complicada, pero también muy estricta. Deben realizarle un test de anemia infecciosa equina cada vez que salen de la provincia, aplicar una vacuna semestral contra la Influenza y una anual contra la Encefalomielitis, más los desparasitarios que se aplican cada seis meses.

 

A los cuidados, la cabaña le agrega un buen confort para sus caballos: "Un lugar amplio, una cama cómoda, agua limpia, bañarlos todos los días, que se les laven las colas y las tusas, y siempre bien herrados", enumeró el mendocino.

 

Un hecho que muestra cómo valoran a sus ejemplares en Don Facundo es que no los venden. Les han hecho varias ofertas por algunos, pero ellos prefieren dejarlos en el campo hasta que se "jubilen". Por eso Suárez aclara que ellos no lucran con los equinos y no persiguen ninguna rentabilidad.

 

 

Fue una experiencia fantástica. Como era la única mujer, escuché los aplausos y cómo la tribuna se levantaba", dijo Ana De Battista, que este año compitió en Chile.

 

 

"Los dejamos en el establecimiento o se quedan para Facundo. Son caballos profesionales en el deporte, saben lo que tienen que hacer y a un jinete nuevo le enseñan, porque es el animal el que forma al montador y no al revés. Porque además este es un deporte que te enseña mucho sobre la vida, te da un orden y te arma como persona", dijo.

 

El hijo del matrimonio ya empezó a demostrar un interés fuerte por los deportes ecuestres y en especial por el Rodeo. Por eso, Ana sumó un compañero para ensillar y montar en esas rutinas que hace todas las mañanas, de lunes a sábados, sin más descanso que los domingos. "Estoy más que feliz, porque Javier está abocado al trabajo en el campo y no puede acompañar tanto en esto", explicó la mujer.

 

Así, ese legado que tanto quieren transmitir, parece empezar tranqueras adentro, como una pasión. Se vive una especie de tradición para ellos y para otros compatriotas, aunque sea una costumbre que haya nacido del otro lado de la Cordillera.

 

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