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Se aferró a las ovejas para poder sobrevivir

Juan Echanis llegó de La Pampa para criar cerdos en Toro Negro. Luego apostó por las ovejas y consiguió un crédito, que en su momento no pudo aplicar porque el campo se incendió. Compró otro en Las Barranquitas y ahora apuesta por la carne y la lana.

Por Marcelo Dettoni
| 18 de agosto de 2019
Echanis trabaja para cuidar su majada.

Juan Echanis sabe lo que es pelearla bien de abajo. Si bien su vida estuvo relacionada con el campo desde siempre en su pueblo pampeano de Ingeniero Luiggi, debió hacer de todo para salir adelante. Tanto allá en La Pampa como desde que llegó a San Luis, hace ya unos diez años, tuvo varios oficios y nunca le quitó el cuerpo al trabajo.

 

“En Luiggi vivimos en el campo hasta que yo cumplí 18 años, que fue cuando mi papá decidió que era el momento para mudarnos al pueblo. Puso un taller mecánico y una estación de servicio y yo lo ayudaba, pero en 2001 llegó la debacle del país y nos fundimos”, recuerda Juan mientras convida unos mates en su vivienda ubicada cerca de Las Barranquitas, en el ingreso por un camino vecinal.

 

Afuera pasan a una velocidad desmedida varias camionetas 4x4 que están recorriendo la hoja de ruta del rally de El Volcán, que comenzaría al día siguiente. Con cada motor que resuena y se aleja queda una nube de polvo impresionante, que tarda varios minutos en disiparse porque el campo queda sobre un camino de tierra que, con los más de tres meses sin lluvia, es todo un guadal. Más que tierra parece talco lo que vuela y confunde a las aves, que sobrevuelan sin rumbo entre los árboles en busca de la paz perdida. “Es una locura, no veo la hora de que termine esta tortura. Las ovejas se ponen nerviosas, se estresan mucho. Acá suele reinar la tranquilidad absoluta”, reconoce el productor.

 

A los 48 años y con tres hijos, Juan la viene peleando desde que llegó a San Luis. Por estos días está solo con el menor, Iñaki (17), quien lo ayuda con las tareas del campo. Su esposa lleva un par de meses en La Pampa luchando con los problemas de salud de su papá, y los dos más grandes, Ricardo (26) y Eugenia (24), están construyendo sus vidas en la capital puntana. La herencia rural parece estar depositada en el pibe que desafía el frío invernal con una remera de mangas cortas y se muestra dispuesto a hacer lo que le pida el jefe de la familia.

 

 

53 hectáreas son de Echanis del total del campo, que tiene 106. La otra mitad pertenece a su hermana Patricia, que es la que lo convenció de venirse a vivir a San Luis desde La Pampa.

 

 

“Acá siempre tiene que haber alguien, las ovejas comen dos veces por día y además por una cuestión de seguridad. Si yo tengo que ir a la ciudad por algún trámite, Iñaki se hace cargo de todo. Casi siempre es una vez por semana, los otros seis días estoy yo”, cuenta Echanis, mientras relojea la hora para que no se le pase la segunda ingesta del día de la majada.

 

Su relación con San Luis comenzó gracias a su hermana Patricia. “Ella se vino de La Pampa a estudiar, allá por 1983. Formó su familia acá y se quedó. Cuando las cosas se complicaron en mi pueblo, me llamó y me dijo porqué no me venía, que acá había más oportunidades. Y la verdad que no tenía nada que perder, así que levanté a la familia y le hice caso”, dice con una sonrisa, mientras la película de su vida parece estar proyectándose de nuevo en su mente llena de recuerdos.

 

Los comienzos no fueron en el campo, sino en la ciudad. “Entré a trabajar en Previsora San Luis porque mi último empleo en Ingeniero Luiggi había sido en una funeraria, así que tenía experiencia. Después, apenas pude relacionarme con el campo, puse una fábrica de chacinados, pero compraba todo a otros productores porque todavía no estaba en condiciones de comprar un pedazo de tierra. Cuando la cosa no iba bien, abrí una panchería. Siempre me las rebusqué para salir adelante. Incluso haciendo tareas de campo, porque fui tractorista y camionero durante varias cosechas”, repasa con minuciosidad.

 

Lo bueno es que siempre contaba con un ingreso extra, porque su mamá tenía un campo en Larroudé y, tras cada cosecha, repartía las ganancias entre todos los hijos, así que a Juan le tocaba una parte. Cuando pudo asomar la cabeza después de tanta malaria, decidió que era momento para invertir en un campito. Allí apareció la chance de irse a Toro Negro, donde San Luis le rinde homenaje a la Enseña Patria con mucho orgullo. “Compré un lote y puse un criadero de cerdos con 50 madres en producción, siempre me gustó esa actividad”, asegura.

 

Con los vaivenes que siempre tiene la Argentina, un país difícil que suele maltratar a los pequeños productores, fue tirando hasta que le salió la oportunidad de comprar en un lugar mejor como es Las Barranquitas, en el Departamento Pringles, una zona con lluvias más generosas que el árido oeste del Departamento Belgrano, donde se puede pensar en tener agricultura además de animales.

 

“Eran 106 hectáreas, mucho para invertir yo solo, así que con mi hermana Patricia lo hicimos a medias, 53 hectáreas para cada uno”, cuenta Juan sobre ese suelo que estamos pisando en una tarde de sol pleno, pero bastante fría porque corre viento del sur y a medida que corren las horas la temperatura comienza a bajar de manera abrupta. “Era todo agrícola, maíz sobre todo, porque esta es una buena zona para hacer el cereal, aunque hay que rotar con soja para que el suelo no pierda nutrientes y para evitar la erosión”, dice con conocimiento de lo que es trabajar en el campo.

 

Claro, los comienzos fueron muy complicados porque el dueño anterior no había invertido en infraestructura. No había alambrados, ni aguadas, ni tampoco una casa donde vivir. “Todo lo pusimos nosotros, porque yo no quería ir y venir de la ciudad, este es un negocio en el que hay que estar todo el día. Entonces decidí armar el galpón y la casa para mudar a la familia para acá”, agrega Echanis.

 

 

Bienestar animal. El hombre tiene una relación particular con las ovejas. Tiene especial debilidad por un corderito todavía sin destetar.

 

 

Contando ovejitas

 

A Las Barranquitas no lo siguieron los cerdos, prefirió vender todos los animales y recomenzar con otra actividad: las ovejas. “En el último tiempo en Toro Negro había presentado un proyecto para recibir fondos de la Ley Ovina. Pedí un crédito para armar un tambo y una fábrica de quesos, porque ya había decidido cambiar de rubro. Me otorgaron 420 mil pesos, pero tuve la desgracia de que el campo se quemó y comenzaron otra vez los problemas económicos, entonces quedó todo medio parado y recién lo retomé cuando llegué a este campo”, relata el productor.

 

Es raro que se pueda reorientar un plan ya aprobado, pero como San Luis siempre está dispuesto a ayudar a los pequeños productores y cuenta con profesionales capaces que siempre están en contacto directo con ellos, terminó encauzando todo para seguir. “Fue como si retrocediera para tomar impulso y volviera a empezar. Juan Pablo Rey, del Ministerio de Producción, me alentó a tener más ovejas, me mostró que era posible tener una actividad rentable y yo, que no le esquivo el bulto a los riesgos, me metí con todo”, elogia Juan por la colaboración recibida. También recibió la ayuda de la Unidad Ejecutora Provincial, que le "bancó" la reformulación y pudo seguir adelante.

 

 Trajo 10 ovejas de raza Pampinta que había criado en Toro Negro y se lanzó a la compra de más ejemplares en otras zonas de San Luis. “Adquirí 23 en Eleodoro Lobos y otras 42 en Fraga, de varias razas, algunas cara negra y otras criollas. Pero ninguna es tan útil como la Pampinta, porque es triple propósito: carne, leche y lana", enumeró.

 

"La Pampinta es una creación del INTA Anguil, de ahí el nombre, que es de gran ayuda para los productores, porque permite diversificar el negocio”, dice convencido.

 

El nuevo enfoque estuvo orientado a la producción de carne, o sea la cría y venta de corderos, por lo que también destinó una parte a la compra de materiales para alambrar y tener todo en condiciones. Claro, tampoco resigna la explotación de la lana. “Estoy en el sistema Prolana, con una esquila normalizada. La comparsa tiene seleccionadores que la analizan y entonces sabés lo que vendés. Ellos acopian la lana de varias cooperativas”, anticipa.

 

A su lado, como asesor ante la UEP para reformular su proyecto, estuvo Alejandro Vergés, un ingeniero agrónomo que conoce mucho la zona y está junto al grupo ovino del que forma parte Echanis. “La verdad es que la UEP me salvó las papas, porque gracias a ellos pude reconvertir el crédito”, reconoce el productor.

 

 

 Una apuesta por el PRV

 

Más allá del entusiasmo por sumar animales, Echanis está muy comprometido en mejorar el pastoreo, en hacer una cría amigable con el ambiente que le permita contar con buenos suelos todo el tiempo. En su campo cuenta con plantaciones de maíz de un tercero que le alquila una parte y le paga con parte de lo que cosecha del cereal, así que parte de la alimentación de las ovejas, sobre todo lo que hace a la suplementación, lo tiene cubierto. El desafío es mantener el forraje suficiente para la cría a campo, sobre todo en el invierno, cuando en San Luis las lluvias desaparecen casi por completo.

 

Por eso optó por un sistema de pastoreo ecológico (ver páginas 12 y 13). “Se denomina Pastoreo Racional Voisin (PRV), que sirve para recuperar suelos degradados. Consiste en rotar los lotes donde comen las ovejas, siempre con cargas altas, porque está poco tiempo en cada uno. Tengo 15 hectáreas con este sistema, al que accedí gracias a una recomendación de Esteban Suárez, un técnico del INTA”, cuenta Juan.

 

El especialista le recomendó un video titulado "Cosechando el sol con rumiantes", que se puede ver en YouTube, basado en una experiencia similar en el establecimiento cordobés El Mate, ubicado en Adelia María. Allí trabajan desde hace años aplicando el sistema PRV, que debe su nombre al francés André Voisin, quien lo dio a conocer en la primera mitad del siglo XX.

 

Echanis usa diversas pasturas como forraje: alfalfa, festuca, cebadilla, y consociadas como el pasto ovillo y la achicoria. “Adopté el manejo holístico, que es muy amigable con el medio ambiente y baja los costos de alimentación. Es caro de entrada, porque hay que capacitarse y hacer una fuerte inversión inicial, de unos 700 dólares por hectárea, pero después comienzan a verse los resultados positivos y uno se va animando a más”, reconoce.

 

En su campo de Las Barranquitas, aunque todavía en menor escala, ya sufren desde hace años un fenómeno similar al de la Cuenca del Morro, con una suba inusitada de las napas y ríos que permanecían subterráneos y ahora comenzaron a salir a la superficie. “Hay lugares en los que la napa está a 50 centímetros y en otros, apenas a 40 metros de distancia, donde medimos y está a cuatro metros. Es muy difícil producir buenas pasturas sin conocer este fenómeno y tenerlo perfectamente identificado”, cuenta el productor pampeano.

 

Adoptar el PRV es todo un ejercicio de paciencia. “Estoy viendo los frutos en el suelo, pero no todavía los económicos”, advierte Juan, quien de todas maneras sabe que es una apuesta a largo plazo: “De lo único que estoy seguro es que el sobrepastoreo te liquida, por lo que voy a seguir como hasta ahora”.

 

La oveja colabora, porque es un animal manso, que no tiene demasiados requisitos para alimentarse, e incluso ayuda en el combate contra las malezas. “Se comieron todo el yuyo colorado y la rama negra que había en el campo, incluso un lote con chamico que había frente al maizal”, asegura Echanis.

 

 

Alimentación. Las 77 ovejas pastorean dos veces y complementan con maíz y moha.

 

 

Para llevar adelante este sistema ecológico de alimentación del ganado ovino, arma todos los días lotes de 2,5 x 2,5, metros, donde concentra toda la majada; y luego los va rotando a través de las 15 hectáreas destinadas al pastoreo. El paisaje circundante es espectacular, con las sierras centrales de fondo y el sol cayendo detrás en un atardecer soñado, más allá de que el frío empieza a apretar temprano, apenas languidecen los últimos rayos.

 

Cada lote está separado por una malla plástica de color naranja con un boyero que despide 5.000 voltios si a alguna oveja se le ocurre intentar pasar en busca de algún verdeo que está más allá de los límites. Manda el olor de la achicoria en un silencio absoluto, ya que no es momento de pastorear. Por eso cada tanto se pueden escuchar a lo lejos algunos pájaros que se comunican entre sí, mientras un tractor descansa a la espera de la nueva jornada.

 

Una mirada superficial basta para comprender qué lotes ya fueron pastoreados y cuáles esperan por las ovejas para los próximos días. Los primeros están amarillentos, aunque la recuperación es asombrosa, ya que en pocos días comienzan a reverdecer con fuerza, y ni hablar dentro de dos meses, cuando la rotación los pondrá otra vez bajo las patas de los rumiantes.

 

Los que todavía no fueron comidos están bien verdes, y bien altos aquellos que tienen la napa a 50 centímetros. Como en toda la zona, hay lomadas y bajos, lo que también marca diferencias de calidad en las pasturas. Hay leguminosas como la alfalfa, que aportan nitrógeno a las gramíneas, y resiste bien las 4 o 5 horas de pastoreo de las 77 ovejas de la majada, que llega algo tarde en invierno, porque hay que esperar que levante la helada.

 

“El PRV es un tetris, acomodás tus necesidades a la madurez de las parcelas”, dice Echanis, mientras pisamos un poco de ortiga mansa que será eliminada en poco tiempo por sus "chicas" lanudas. Un poco más allá crecen la vicia y la avena, que él tiró al voleo y se dieron muy bien, por lo que son un recurso más a la hora de alimentar.

 

Una vez que termina la recorrida, retornamos a la casa por un estrecho camino flanqueado por maíces altísimos, listos para cosechar. “Fueron sembrados en diciembre, te diría que son casi de tercera…”, bromea Juan mientras conduce su vieja camioneta.

 

 

Alturas. Echanis asegura que la recuperación de las pasturas es rápida y efectiva.

 

 

Una vez que llegamos a la entrada, observamos que las ovejas ya terminaron con los rollos de moha del turno vespertino. Entonces llega la hora de un jueguito que demuestra el lindo ida y vuelta que tienen el productor y sus ovejas: es cuando comienza el show de los baldes de maíz. Juan golpea a propósito un tacho plástico de 20 litros y tira lo granos desde bien arriba para que ellas se den cuenta de que llega el momento de la "merienda". Las ovejas contestan con un berreo lastimoso y se amontonan cerca de la malla plástica.

 

Una vez que ingresa al corral, las más audaces lo empujan y meten la trompa en el balde, mientras las tímidas esperan que les lance maíz con la mano. Los que pierden son los corderitos sin destetar, que siempre llegan tarde a la repartija. Es un ritual de cada atardecer que disfrutan el productor y sus animales. “El maíz es como una golosina para ellas”, dice con una sonrisa, mientras su perra Sofi le oficia de fiel escudera, olvidándose por un rato de los cachorros recién nacidos que la esperan a unos metros.

 

Los primeros nacimientos de corderos fueron el 3 de julio pasado, son animales que Juan venderá a los 60 días, tras destetarlos un mes antes, con un peso de entre 12 y 14 kilos. Si los espera un mes más, pueden llegar a los 18 kilos, todo depende del gusto del consumidor.

 

Cuando dejamos el campo todavía hay algunas camionetas haciendo la hoja de ruta del rally y llenando de polvo las alambradas, los cultivos y los autos de los pocos vecinos. Pero la sensación de paz que transmite el atardecer serrano hace que seamos capaces de olvidarnos de los fierreros impertinentes. Solo hay que contemplar el paisaje.

 

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