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Pese a las dificultades, San Luis apuesta por el maíz

La sequía provocó rindes que fueron 44% menores que en el ciclo anterior y la producción apenas alcanzó las 914.700 toneladas. Sin embargo, la intención de siembra sigue alta.

Por Marcelo Dettoni
| 25 de octubre de 2020

Durante muchas campañas, cuando la soja era el cultivo “estrella” de la Argentina por los precios internacionales que dieron nacimiento durante el primer kirchnerismo a la famosa frase del “viento de cola”, en San Luis los agricultores siguieron fieles al maíz.

 

Es una decisión valiente, porque todos los especialistas aseguran que en climas semiáridos como el que tiene la provincia, y por la lejanía respecto de los puertos, la soja es el cultivo adecuado, más conservador, que requiere menos costos de implantación. Sin embargo San Luis siguió adelante con el maíz, quizás acicateado por la posibilidad de agregarle valor dentro de la provincia en empresas como Diaser (biocombustibles) y Glucovil (jarabes y otros derivados), al punto que cuando la relación entre ambos cultivos en el resto del país era de 70-30%, aquí se mantuvo en partes iguales.

 

Los números no cambiaron en la campaña 2019/20, que vio sembrarse en los campos puntanos 439.700 hectáreas de maíz, con un aumento interanual del 12%, según el informe final que publicó la Bolsa de Cereales de Córdoba. De ese total, 124.400 hectáreas tuvieron destino forrajero, ya sea como silaje o de consumo directo.

 

 

 

El riesgo queda patente en la escasa disponibilidad de riego artificial, que comprendió solo el 5% de la superficie. Confirmada la extensa sequía que sufrió la provincia, unas 60.900 hectáreas se perdieron por la falta de agua. Tampoco ayudaron las altas temperaturas durante el período de llenado de granos y el siempre amenazante granizo que castiga a las zonas productivas de San Luis.

 

Estos seis meses sin precipitaciones también le pasaron factura al rinde, que fue el más bajo de la década: el promedio ponderado fue de 36 quintales por hectárea (qq/ha), un recorte del 44% respecto del ciclo anterior y 33% menos que el promedio histórico que maneja el Ministerio de Agricultura de la Nación. Claro, distinta es la situación bajo riego, allí los rendimientos llegaron al 91%, solo afectados por algunos eventos de granizo.

 

Según el reporte de los colaboradores zonales de la Bolsa de Cereales de Córdoba, hubo lotes cosechados con un rinde de 5 quintales por hectárea en secano, que tuvo picos máximos, muy escasos, cercanos a los 70 quintales en zonas privilegiadas. El rinde ponderado del maíz temprano fue de 39 qq/ha, bajó a 28 qq/ha en el maíz tardío de primera y aún más, a 26 qq/ha en el maíz tardío de segunda.

 

 

 

El rendimiento promedio del maíz decreció 44 quintales en la campaña 2019/20 a comparación del ciclo anterior. Los precios de exportación más bajos y una producción contraída se tradujeron en una menor generación de divisas por parte de la provincia, con el valor bruto de la producción reduciéndose a 141 millones de dólares, 60% menos que en la campaña 2018/19. Esta diferencia fue influida principalmente por condiciones climáticas desfavorables y el efecto de la COVID-19, que restringió movimientos y provocó la paralización de las actividades en un momento delicado, cuando debía comenzar la trilla.

 

La producción alcanzó las 914.700 toneladas, un 53% por debajo de la campaña pasada, lo que da una idea de la magnitud del daño que causó la sequía. El estudio de precipitaciones realizado mediante estimaciones satelitales indica que, en todos los departamentos de la provincia las lluvias han sido menores al promedio histórico (2015-2020) en un 30% para el periodo noviembre de 2019 a abril de 2020. Esta situación se vio reflejada en la condición de los cultivos estivales y en el resultado de la campaña. Sumado a esto, los colaboradores del reporte señalaron que durante el periodo crítico del cultivo hubo muchos días con temperaturas elevadas, lo que deterioró aún más la condición de los maíces y que determinó que la etapa de llenado de granos se viera reducida.

 

Apenas Junín, Dupuy y Chacabuco superaron los 400 milímetros durante la campaña gruesa (noviembre-abril), mientras que San Martín con dificultades alcanzó esa línea. En orden decreciente, Pedernera, Pringles, Ayacucho y Pueyrredón recibieron mucha menos agua que en los años normales. El departamento capitalino no pudo superar los 300 milímetros.

 

 

 

La pandemia también jugó su partido y restó volumen a la cosecha, ya que algunos productores de otras provincias que tienen campos en San Luis decidieron no cosechar ante las dificultades logísticas que impusieron las restricciones sanitarias. También los contratistas tuvieron problemas para ingresar con sus máquinas, un combo fatal para la producción de cultivos estivales en un año atípico. Quizá la única buena noticia fue que la ventana de cosecha se desarrolló con buenas condiciones climáticas, lo que ayudó a contrarrestar las demoras que produjo el coronavirus.

 

La trilla finalizó en los últimos días de agosto. Había comenzado en abril con el 7% de la superficie cosechada, para mayo ese porcentaje había subido al 23%, en junio fue del 67%, en julio del 84% y finalmente en agosto se concluyó con la campaña.

 

Tampoco los precios acompañaron el esfuerzo de los productores. Se ubicó en un promedio de 130 dólares la tonelada, con un valor de exportación de 154 dólares. En ambos casos, la caída fue de un 13%, lo que sumado a una menor producción, arroja una disminución del valor bruto y del ingreso de los agricultores, con caídas del orden del 60% para las dos variables.

 

Durante la siembra del maíz, en el mercado de futuros se esperaba un precio de 132 dólares por tonelada para agosto de 2020. Y a pesar del cambio brusco en el contexto internacional causado por la COVID-19, el valor del grano siguió este lineamiento y cotizó en promedio a U$S130 la tonelada en agosto, tan solo dos dólares por debajo de lo esperado. Fue un alivio para los agricultores y una pesadilla para los que hacen engorde de ganado, ya que los costos se le fueron por las nubes, siendo una de las actividades que más sufrió por el sostenimiento de la cotización del cereal. Lo mismo ocurrió con quienes crían pollos y cerdos y tienen al maíz como la base de la alimentación de los animales.

 

La bolsa cordobesa utilizó un sistema de teledetección para la estimación del área sembrada, con un total de 982 imágenes obtenidas que proveyó la Agencia Espacial Europea (ESA) entre diciembre del año pasado y mayo de 2020. Se relevaron más de 120 lotes geoposicionados y se utilizaron datos zonales de rendimientos provistos por más de 30 colaboradores calificados distribuidos por todo San Luis.

 

 

 

 El departamento Pedernera fue el de mayor superficie de maíz sembrado, pero también en el que más hectáreas perdidas se registraron debido a la falta de lluvias. Por otro lado, en los departamentos del norte provincial, Ayacucho y Junín, donde la mayor proporción de los cultivos extensivos se realizan bajo riego, se registraron pérdidas del 2%, en este caso debido al granizo. En total, la superficie con riego artificial abarcó 21.400 hectáreas, concentrado en las áreas mencionadas más una franja en Pringles y algunos establecimientos aislados en Pueyrredón, Chacabuco y el norte de Pedernera, campos sobre la autopista 55, que es una zona maicera por excelencia.

 

Detrás de Pedernera se ubicó Dupuy, en el sur, con una superficie ubicada entre las 100 mil y las 200 mil hectáreas, mientras que Pueyrredón, Pringles y Chacabuco están en el rango entre las 50 y las 100 mil. Ayacucho, Junín y San Martín tienen cerca de 10 mil y Belgrano, donde las precipitaciones son muy bajas, prácticamente no hace maíz ya que es una zona eminentemente ganadera.

 

La tendencia en la provincia es la de hacer maíz tardío. Apenas el 14% fue implantando temprano, antes del 1º de noviembre, mientras que 79% llegó a la tierra después de esa fecha, sin cultivo invernal antecesor. Solo el 7% se sembró tardío con algún verdeo previo utilizado como cobertura durante los meses de barbecho.

 

En cuanto a la sanidad, las malas condiciones climáticas generales llegaron acompañadas por algunas plagas y enfermedades habituales del cultivo, como ataques de gusano cogollero, isoca de la espiga, chinche de los cuernos, roya y tizón. El control fue bastante efectivo a través de aplicaciones de insecticidas y fungicidas.

 

Hacia finales de marzo, momento en el cual muchos lotes transitaban el período crítico (Vt-R1), y otros se encontraban en llenado de granos, el 68% presentaba una condición oscilante entre regular y mala, lo que sería determinante para los pobres rendimientos finales. El nivel de agua en el suelo también fue deficiente, con sectores directamente secos y otros que apenas alcanzaron el 30% del agua útil máxima posible. La mayoría, para peor, estuvo en el rango entre 0% y 10%, lo que no permitió recargar los perfiles, por lo que los cultivos no pudieron desarrollarse en forma normal.

 

Para ese momento, el 30% fue evaluado como en condición mala, el 38% apenas regular, el 20% bueno, el 9% muy bueno y solo el 3% excelente, sin dudas un maíz bajo riego artificial ya que el verano no dio tregua en cuanto al calor y la falta de lluvias.

 

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