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Palabras atroces

Por redacción
| 15 de febrero de 2020

Hay noticias que generan indignación, perplejidad, desencanto, vergüenza. Hechos noticiosos que parecen extraídos del centro más desagradable del oscurantismo. Palabras ofensivas para la inteligencia de las sociedades y que exigen, no solo la condena pública, sino, asimismo, una respuesta legal.

 

Richard Bucci, un sacerdote católico del estado de Rhode Island, en Estados Unidos, encendió una polémica internacional al afirmar que “la pedofilia no ha matado a nadie y el aborto sí”.

 

El religioso sostuvo además que hay más muertos por interrupciones de embarazos, que niños que han sufrido abusos.

 

El cura de 72 años había publicado una lista de 44 funcionarios que votaron a favor de la Ley de Privacidad Reproductiva, a los que se les prohibía recibir comunión, ser padrino o leer textos en bodas y funerales.

 

En esa línea, en una entrevista en el medio local WAJR, Bucci redobló la puesta y remarcó: “No estamos hablando de ningún otro problema moral, donde algunos pueden hacer una comparación entre pedofilia y aborto. La pedofilia no ha matado a nadie y esto lo hace”.

 

“Esta es la enseñanza de la Iglesia. La Ley Canónica de la Iglesia, el Concilio Vaticano II y el Primer Catecismo de la Iglesia. No sé qué más evidencia debería presentar”, añadió.

 

Sus declaraciones despertaron las críticas de Carol Hagan McEntee, representante demócrata por el estado de Rhode Island y principal impulsora de la ley que beneficiaba a las víctimas de abuso sexual infantil.

 

“No entiende nada cuando dice que la pedofilia no mata a nadie. Debería haber estado en la Cámara del Estado y escuchado a los testimonios, porque hay víctimas que ya no están entre nosotros”, manifestó la diputada.

 

Y agregó: “Han destruido prácticamente sus vidas. A los que aún escuchamos es porque han tenido suerte y siguen vivos; no han muerto por sobredosis o se han suicidado”.

 

En el mismo sentido se expresó su par Julie Casimiro: “La Iglesia Católica necesita mirarse a sí misma y preguntarse por qué están cerrando iglesias y perdiendo fieles. Necesitan poner su propia casa en orden”.

 

La condena inmediata no logra erradicar la perplejidad que produjeron las palabras de Bucci. Es una declaración tan profundamente repulsiva que obliga a la labor periodística de chequear una y otra vez esos dichos. Y en este caso no importan las razones retrógradas, provocativas o malsanas que hayan llevado al sacerdote a decir lo que piensa; es más importante que actúe la Justicia, para poner un límite a barbaridades de este tenor.

 

La Iglesia Católica atraviesa uno de los momentos más delicados en sus dos milenios de existencia, hay coincidencia, desde la cúpula hasta las bases, que esa crisis fue producto de centenares, y hasta miles, de casos de pedofilia en todo el mundo.

 

Una crisis nacida en el ocultamiento de las actividades de corrupción de curas pedófilos. Una crisis nacida y alimentada por la negación de lo que ocurrió durante décadas.

 

Una crisis que desembocó en el alejamiento de millones de personas de la fe practicada por sus padres y abuelos. Una crisis que obligó a la renuncia de Bendicto XVI, un hecho tan extraordinario que solo ocurrió dos veces en la historia de la Iglesia.

 

Una crisis que pasó a convertirse en el foco de mayor atención para el Papa Francisco, y que luego de siete años de pontificado, produjo enfrentamiento feroces entre los sectores más conservadores y los más transparentes.

 

Las declaraciones de Bucci son inadmisibles, porque sobre todo, minimizan el dolor de los abusados y vuelve a someterlos a la vergüenza de exponer una vez más, sus tragedias personales. Son palabras que niegan la realidad.

 

Palabras atroces que no pueden quedar impunes para la Iglesia Católica, ni para la Justicia. Palabras que perpetúan un delito gravísimo y deben ser castigadas como tales. 

 

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