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Facetas de un conflicto con principio y sin fin

¿Por qué pelean sirios, kurdos, iraquíes, iraníes, yihadistas, israelíes, palestinos y yemenistas? ¿Qué influencia tiene el resto del mundo en una batalla que va más allá del petróleo y del fanatismo religioso? Un análisis de la zona más sangrienta del mundo.

Por Agustina Bordigoni
| 23 de febrero de 2020

Un “Mesías” lleva a 2.000 sirios palestinos a la frontera de Israel. Los hombres lo siguen sin ningún planteo racional. Luego se traslada a EE.UU., en donde otro grupo de personas cae ante sus encantos. Solo algunos pocos “racionales” dudan de su palabra. La serie “Messiah”, de Netflix, suscitó críticas por la simplificación de lo que sucede en Medio Oriente.

 

El libro “El choque de civilizaciones y la configuración del orden mundial”, de Samuel Huntington, es citado en uno de los primeros capítulos: las próximas guerras serán entre civilizaciones que no se comprenden. ¿Será esto lo que sucede en Medio Oriente?

 

El problema está en el origen. Todos parecemos tener en claro que la región de Medio Oriente tiene un pasado y un presente (también muy probablemente un futuro) conflictivos. Lo que no siempre quedó claro a lo largo de la historia es su delimitación: es difícil ubicar en el mapa a todos los países que la componen.

 

La denominación Medio Oriente es eurocentrista, ya que es el territorio definido de esa manera en base a su posición geográfica respecto de Europa. El significado del término fue mutando con el tiempo: en el siglo XIX se utilizaba para denominar a los territorios que se encontraban entre la India (Lejano Oriente) y la orilla asiática del Mediterráneo (Oriente Próximo). Según la concepción actual, se trata de la zona que se encuentra al sur de Asia occidental y en algunos casos se incluye dentro de esta región también a los territorios comprendidos entre el norte de África y Pakistán.

 

La denominación “Medio Oriente” sufrió y aún sufre (en la historia contemporánea) drásticos cambios, que por lo general estuvieron marcados por la potencia extranjera que ejerciera la más fuerte influencia en la zona: durante el dominio británico estuvo delimitada de manera tal que la mayoría de los países comprendidos en ella respondían a ese dominio, mientras durante el declive de Gran Bretaña como país hegemónico y el surgimiento de EE.UU. como líder en la región el término se volvió lo suficientemente difuso y flexible como para acomodarse a las necesidades imperiales del momento. Eso sí, todos estamos seguros de que se trata de una región violenta. Pero ¿sabemos por qué?

 

 

Estratégicas y económicas

 

Dentro de Medio Oriente hay diferentes e históricos focos de tensión: Irán y Arabia Saudita se disputan la hegemonía, mientras Israel se preocupa por mantener su superioridad militar en la zona. Este último país está duramente enfrentado con Irán, a quien considera una amenaza por sus pretensiones de supremacía. Dentro de estos conflictos internos aparecen intereses externos de un lado y del otro: los Estados Unidos, con su apoyo histórico e incondicional hacia Israel, y también aliado de Arabia Saudita; y Rusia y China, del lado de Irán.

 

Para extender su dominio, Irán hizo aliados en otros países, como algunos sectores de la ya dividida Siria y los rebeldes chiitas hutíes en Yemen (en donde se libra otra de las grandes y catastróficas guerras). El país logró también una importante influencia en Irak y El Líbano.

 

El Irak de Saddam Hussein también fue visto, dentro y fuera de la región, como una amenaza por su supuesta pretensión de expandir su influencia estratégica.

 

¿Por qué supondríamos que alguien quiere tener la hegemonía de una zona tan conflictiva? Además de ser la región que exporta la mayor cantidad de petróleo del mundo, está formada por países que, si no cuentan con este recurso en abundancia, al menos están en una posición estratégica para su traslado: es el caso de Yemen (una de las peores crisis humanitarias del presente) por su posición respecto al estrecho de Bab al Mandab, que vincula el mar Rojo con el Golfo de Adén, lugar por donde pasa gran parte del comercio.

 

Aunque no es la única respuesta a los conflictos, sí resulta importante decir que en la región se encuentran más del 60% de las reservas petroleras del mundo y que, precisamente (aunque no casualmente) entre las dos potencias regionales que buscan hegemonía (Irán y Arabia Saudita), concentran la mitad de ese 60%.

 

 

 

 

 

El petróleo estuvo relacionado, muy estrechamente, con diferentes conflictos en la región: por nombrar un ejemplo, la invasión de Kuwait por parte de Irak en 1991 (en lo que derivó la Guerra del Golfo) y la posterior invasión de los Estados Unidos a Irak en 2003 tuvieron que ver con ese recurso –amén de la justificación que indicaba que la invasión se producía por las armas nucleares que tenía Irak y que nunca se encontraron–.

 

La inestabilidad en la región debe su parte también a motivos económicos: tanto la CIA como Gran Bretaña reconocieron haber participado en el derrocamiento de Muhammad Mossadegh en 1953, luego de que el primer ministro iraní decidiera nacionalizar la industria petrolera.

 

Estado Islámico, el grupo yihadista que opera en diferentes países y controla parte del territorio en Siria e Irak, no elige por azar los lugares a ocupar: en casi todos ellos hay petróleo, que usa para vender y sustentarse.

 

El tema de las luchas por los recursos energéticos se mezcla entonces con las cuestiones estratégicas: para controlarlos hay que controlar primero otras aristas, como la política, militar y territorial.

 

 

Luchas territoriales

 

Uno de los asuntos territoriales que más resuenan en Medio Oriente es el de los kurdos, la minoría étnica más importante de la región que no tiene un Estado propio. Su población, de entre 30 y 35 millones de personas, vive en una región montañosa repartida entre Turquía, Irak, Irán, Siria y Armenia. A ese territorio lo llaman Kurdistán y desde hace decenas de años reclaman su reconocimiento internacional.

 

A este conflicto regional se unen intereses extranjeros: los kurdos son aliados de EE.UU. en el combate contra el Estado Islámico y enemigos de Turquía, que busca impedir el establecimiento de un estado kurdo en la frontera siria con su país.

 

El tema del territorio también divide a israelíes y palestinos, en conflicto incluso antes de que se estableciera el Estado de Israel en 1948. Allí también se mezclan cuestiones religiosas: el derecho impuesto es diferente al derecho natural o divino, entendiendo a este como el derecho sagrado a ocupar ciertos territorios.

 

 

¿Choque de civilizaciones?

 

“En los principales conflictos políticos internacionales se enfrentarán naciones o grupos de civilizaciones distintas; el choque de civilizaciones dominará la política mundial", postulaba Samuel Huntington tras el fin de la Guerra Fría. Los analistas de entonces trataban de explicar el mundo después de la desintegración de la URSS. Y mientras algunos se enfocaban en el carácter multipolar o unipolar del nuevo orden, o en el capitalismo como forma final de la evolución de la humanidad, otros, como Huntington, centraban su explicación en las nuevas fuentes de conflicto.

 

El autor entendía a la civilización como a la “organización cultural más alta de personas”, definida por elementos objetivos comunes como el idioma la historia, la religión, las costumbres y las instituciones. Esas civilizaciones del mundo tendrán, por tanto, diferencias que según el especialista serían ineludibles y conflictivas. Resulta imposible entendernos, por tanto entraremos en conflicto.

 

Las interpretaciones que se dieron después de los atentados del 11 de septiembre en EE.UU. le dieron nuevo impulso a sus palabras: Occidente sería incapaz de entender cómo algunas personas podían volverse tan fanáticas religiosas que darían su propia vida por esa causa. El fundamentalismo pasó a ser considerado una característica del Islam y, por tanto, debido a su naturaleza, de alguna manera al Islam se deben los conflictos de Medio Oriente, región en la que las diferentes ramas de esta religión son predominantes.

 

Teniendo en cuenta estas diferencias entre la civilización occidental y la islámica no solo en cuanto a religión sino también en cuanto a idioma, instituciones, relación entre Estado y religión y costumbres, todo parece cerrar para esta teoría.

 

Sin embargo, si bien eso podría aplicarse a la relación entre Irán y EE.UU., por ejemplo, no explicaría la cooperación entre Arabia Saudita y este último país. ¿No son, acaso, civilizaciones diferentes?

 

Centrar el conflicto en cuestiones religiosas o de civilización sería simplificar demasiado la historia de la región. El choque entre algunas civilizaciones existe más como justificativo que como razón de las intervenciones extranjeras.

 

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