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Memorias en el agua

A cinco años del temporal que azotó al noreste de la provincia, los recuerdos del agua están aún presentes en los pueblos afectados, aunque hoy los paisajes lucen muy diferentes.

Por Florencia Espinosa
| 02 de marzo de 2020
Antes de llegar a Luján, una porción de ruta fue destrozada por la creciente. Fotos: MArtín Gómez / Video: Alejandro Lorda

La noche del 28 de febrero de 2015 el noreste de la provincia vivió el desastre natural más grande de su historia: las intensas lluvias provocaron un desborde atroz de los ríos y el agua arrasó con puentes, rutas, casas, balnearios y con todo lo que encontró a su paso. Los vecinos permanecieron, esa madrugada, más de cinco horas sobre los techos de las viviendas bajo una precipitación constante, mientras observaban cómo sus pertenencias se perdían en el cauce. Cooltura regresó cinco años después a algunas de las localidades más afectadas, Quines y Luján, para ver cómo las ciudades volvieron a ponerse en pie.

 

El cielo está nublado. El paisaje gris actual contrasta con lo que fue en esa mañana del 1 de marzo de 2015, donde casi de manera caprichosa el sol brillaba en lo alto y la humedad agobiaba, como una maniobra de la naturaleza para hacer olvidar la catástrofe de algunas horas antes. Ese día un equipo periodístico de El Diario de la República arrancó el recorrido hasta los pueblos del noreste, alertados por la información de que una crecida importante había afectado a la población.

 

Ya en el camino se observaban los estragos. Casi en la entrada a San Francisco se hacía intransitable, el agua cubría toda la carpeta asfáltica y eso era recién el comienzo. El río con el mismo nombre que la localidad tenía un caudal inusual y el puente que lo atravesaba solo aguantaba un auto por vez. Es que el agua lo había pasado por encima y su base y cimientos habían quedado muy debilitados.

 

 

 

Hoy un puente nuevo y firme permite el paso. Un poco más adelante, algunos kilómetros antes de Luján, hay una zona que ahora pasa desapercibida pero en ese momento servía para comprobar la arrolladora fuerza de la naturaleza. Una porción de ruta estaba totalmente comida y el guardarraíl había quedado flotando en el aire. Al costado derecho, en las sierras, las marcas del agua que se abrieron como venas ese día aún siguen vigentes.

 

“Esa noche salimos de esta casa de milagro, ya teníamos casi dos metros de agua y las puertas abren para adentro, no podíamos salir. Pero hay una puerta, la del garaje, que por suerte abre para afuera y así salimos, si no, moríamos ahogados”, recordó Jorge Videla. Su casa, donde vive junto a su mujer Beatriz Gulino y sus dos hijos, está ubicada al lado del río Luján y quedó totalmente tapada de barro.

 

El matrimonio contó que demoraron cuatro años en ponerla a punto y fue, literalmente, casi una reconstrucción. Tuvieron que comprar nuevamente la mayoría de los muebles y electrodomésticos y edificar todo el interior de la cocina: colocar azulejos e instalar mobiliarios. Arrancaron de cero.

 

El agua solo les perdonó dos cosas: un viejo diccionario y algunas guitarras que estaban guardadas en sus fundas en lo alto de un placard. “Perdimos todo, recuerdos, escritos, libros, cuadernos con anotaciones. Fotos, trofeos de competencias de nuestros hijos”, se lamentan. “Nos gusta la música, así que teníamos canciones escritas, partituras, cuadros. También somos lectores, perdimos toda la biblioteca. Las guitarras se salvaron de casualidad, mis hijos ese día justo las habían guardado en lo alto del ropero”, recordó el hombre.

 

Esa noche salieron por la puerta del garaje y encontraron una escalera apoyada al costado de la casa. Había quedado allí porque habían estado realizando unos arreglos en el techo. Subieron de a uno y se quedaron en lo alto, tapados con una manta a la que cada tanto estrujaban pero que ya no era suficiente para protegerlos de la lluvia, que para esa altura caía helada. Esperaron agazapados en la noche, con miedo y frío. Sentían el agua correr y con ella la tranquilidad de todo un pueblo que después de ese día tuvo que volver a ponerse de pie.

 

 

 

“Nos esperó un amigo con la camioneta en la ruta y cuando el agua bajó, después de unas cinco horas, un tractor se animó a entrar a sacarnos”, relataron.

 

El día después al desastre fue aún peor. La casa tapada de barro y toda una vida cubierta de lodo. “Sacamos cuatro camiones de barro. Tiramos todo. Todo lo que se ve es nuevo”, detalla Jorge mientras señala las marcas del agua que aún se perciben en la pared, del lado de afuera de la vivienda. “Hicimos todo solos, somos personas grandes y por eso nos demoramos tanto. Fue difícil, tuvimos que raspar todo, pintar, colocar enduido y además hubo que disponer de los recursos económicos para hacerlo. Nos hubiera gustado recibir una ayuda para vaciar la pileta que teníamos, que quedó totalmente llena de barro. Acá teníamos un camping y no pudimos volver a abrirlo”, explicó el hombre de 74 años.

 

Beatriz asegura que esa noche presintió algo. Antes de irse a dormir escribió un mensaje en Facebook que hablaba de “cómo hace una persona para reponerse cuando lo ha perdido todo”. “Se los mandé a varias personas y lo puse en mi muro. Me fui a dormir porque al otro día tenía guardia. Después nos levantamos a la madrugada y sentimos agua en el piso, y ahí comenzó todo”, contó la mujer, que es médica.

 

 

 

En Luján las casas del barrio Municipal, que también se encuentran a la vera del río, fueron las más afectadas. En ese momento el barro las inundó y los vecinos habían perdido todos los muebles y pertenencias. Algunos caminaban por la calle con los pocos electrodomésticos que habían logrado salvar. Hoy algunos, a quienes el agua les dejó la vivienda inhabitable, se mudaron a viviendas sociales que construyó el Gobierno. Otras casas lucen remodeladas y sin rastros de aquel día trágico.

 

En Quines el agua destrozó el puente sobre el río homónimo, que une la banda norte con la banda sur, y dejó a una mitad del pueblo incomunicada. Al ver hoy ese paso resulta increíble pensar que la crecida pudo tirar semejante mole de cemento. Parte de la población tuvo que ser asistida con helicópteros y con botes que pasaban provisiones de un lado a otro. Cinco años después la lluvia vuelve a caer, esta vez despacio pero constante. Refresca el calor de verano y le da vida al paisaje. Los lugareños celebran, bienvenida sea el agua para paliar la sequía.

 

 

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