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Los daños de la silenciosa y sutil violencia psicológica

"Dejá que yo lo hago. Vos, tranquila", suele decir el agresor disfrazado. Este tipo de violencia emocional es difícil de detectar, pero necesaria de denunciar. Las víctimas quedan atrapadas.

Por Gabriela Pereyra
| 30 de enero de 2021
Ilustración: Shutterstock.

V. C. cuenta que hoy mira a las personas a los ojos, que no recuerda en qué momento comenzó a esquivar las miradas y refugiarse en observar el piso. Por cinco años estuvo en una relación que, según describe, le fue devorando las ganas y lo que creía eran sus habilidades. Hoy no se siente sana ni a salvo, pero sí identifica que en un momento dejó de ser ella y ahora, ya con una hija, intenta reencontrarse. Hubo una frase que a lo largo del tiempo se repetía y mutaba. Primero pareció algo amable, de "caballero". Fue el "dejá que yo lo hago. Vos, tranquila, relajá". "Y yo lo dejé, y lo dejé y lo fui dejando, y me fui dejando", dice. Luego, la frase era "dejá, no lo hagas, que vos no sabés o lo vas a hacer mal". "Y empecé a dudar de si podía", describe V.C.

 

Relata que se alejó de las amigas y de la familia, que aceptó vivir en una zona semirrural "para más tranquilidad", tanta tranquilidad que ni señal de teléfono había por si necesitaba comunicarse. Cuando la beba nació todo empeoró, y los dichos ahora incluían "que no la sabés cuidar", "que la vas a quemar con la mamadera", "que se te va a ahogar cuando la bañás", y ante las dudas sobre infidelidades, siempre repetía que estaba loca, que se hiciera ver. Y ella, hasta el día de hoy, tiene la tendencia a tildarse como inútil y desconfiada.

 

 

Enemigo silencioso

 

La licenciada en Psicología Paula Acosta describe que la violencia psicológica y emocional apunta al detrimento de la propia estima y de la propia seguridad. Incluso en lo que refiere a los propios recursos, porque de esa manera la víctima queda sometida totalmente a su victimario.

 

"Para que sea sostenido en el tiempo hay muchas variables que se conjugan, aspectos internos de la persona. En general, las víctimas son personas con una autoestima muy baja, quienes pueden tener una historia de vida signada por vínculos difíciles, con vínculos de carencias afectivas, con los que no han podido construir seguridad propia. Pueden ser personas que tal vez vivieron situaciones abusivas en su infancia, en su historia, justo en momentos en los que se comienza a conformar la seguridad. Esos son algunos aspectos de su mundo interno", dice la profesional. También comenta que muchas veces se encuentran en el vínculo afectivo con personas que tienen personalidad muy fuerte, incluso algunas con características psicopáticas, perversas, quienes establecen al comienzo un vínculo de seducción que luego se convierte en un vínculo de sometimiento. En esa red quedan atrapadas, sin poder pensar y sin poder darse cuenta de las circunstancias en las que están metidas. "En general siempre necesitan de un tercero que venga de rescate, por decirlo de alguna manera; un tercero puede ser una institución, alguien del entorno cercano o, inclusive, del entorno familiar. Muchas veces son los hijos quienes, entre comillas, denuncian una situación de violencia que se vive en la casa", afirma la psicóloga.

 

V.C. recuerda que una vez su madre le dijo: "Ojalá te pegara, con un ojo morado te llevo a la Policía y alguien nos ayudaría. Pero así, ¿cómo hago para que reacciones y para que nos crean?". Ella igual no quería escucharla.

 

Acosta afirma que este tipo de violencia no es tan fácil de detectar ni de evitar, aunque hoy lo positivo es que la información está más al alcance y eso favorece que más víctimas se atrevan a denunciar. Las personas que están en sometimiento están como obnubiladas y eso dificulta que se den cuenta sin ayuda. El maltrato psicológico es sutil, sostenido en el tiempo, no se ve cómo de a poco se deterioran la estima y el propio ser. Todo en detrimento del poder que ejerce el otro sobre esa persona.

 

A las víctimas a veces les hace el clic ver que hay otras personas percibiendo lo que a ellas les está pasando.

 

El maltratador suele tener la habilidad de detectar vulnerabilidades, el lado más sensible, volverse confidente de información que en otro momento puede utilizar para atacarla. "Las estadísticas hablan en su mayoría de varones maltratadores, pero hay una multiplicidad de personas en las que se puede dar este vínculo", advierte Paula Acosta.

 

La especialista prefiere trabajar una terapia que evite los rótulos, "porque en los procesos de recuperación hay personas que se ponen el rótulo y es muy difícil removerlo. Hay personas que dicen 'yo soy víctima del síndrome de Estocolmo', muchas llegan al consultorio y dicen 'soy víctima de…' o 'yo tengo ataques de pánico'. Creo que hay que evitar poner rótulos porque son muy estigmatizantes, no solo para el afuera, sino para la propia persona que se rotula".

 

 

¿Cómo intervenir?

 

"Si no sos familiar directo es muy complejo interrumpir e intervenir en una dinámica familiar en la que este modo se ha establecido, porque en general se vuelven muy herméticos, no solo los vínculos en la pareja, sino los vínculos familiares, entonces es muy difícil ingresar", dice la psicóloga. Pero es contundente sobre que, al advertir una situación de peligro, se debe buscar el recurso más acorde y denunciar.

 

Hoy hay más recursos para denunciar: está el 144, que es el de ayuda a las víctimas de las violencias —en plural—, "no solo por quienes pueden ser víctimas, sino por las modalidades que la violencia puede adquirir", explica. Cuando uno detecta una situación hay muchos números gratuitos, el Poder Judicial tiene algunas páginas también. Está el recurso de la Comisaría del Menor. "El mensaje debería ser que uno no puede dejar de hacer algo; si uno toma conocimiento de una situación de vulnerabilidad y de riesgo de algunas personas sometidas o que viven situaciones de violencia, tiene que hacer algo".

 

 

Contextos y propuestas

 

Para Paula Acosta, la naturalización a nivel social de las violencias, es decir, convivir cotidianamente con gran cantidad y diversidad de violencias que pasan sin registro, es algo que perjudica. "Aún convivimos con eso, con el 'no hay que meterse', 'cada familia es un mundo', 'lo que pasa en una familia es privado, sagrado', 'los de afuera son de palo', 'no te metas porque te va a traer problemas a vos y ella va a volver con él'. Estos son mitos y creencias que se comparten y se divulgan. Se sostienen sin cuestionarse".

 

La licenciada considera que hay una deuda pendiente en el trabajo de las violencias y los vínculos de pareja y familiares, cree que hay que trabajar fuertemente en la sensibilización y en la deconstrucción del micromachismo.

 

Sobre el crecimiento de los femicidios, ella comparte una reflexión con algunos colegas: la idea de que un varón de edad media, de unos 40, 50, 60 años y para arriba, quien fue criado para tener el poder, para hacer el proveedor económico del hogar, para ser el jefe, para tomar las decisiones más relevantes, para no llorar, para no aceptar sentimientos de dolor y de tristeza; de repente se encuentra con una mujer que lo desafía, solo por ser una mujer con proyecto propio, con ideas claras, con ideas tendientes a pensar que las tareas del hogar y las tareas de proveedor son compartidas. Esa serie de actitudes no las va a entender, entonces una mujer que quiera salirse de un vínculo, y él entienda eso como la sola posibilidad de perder el control, de lo que él considera su propiedad, puede desestabilizarlo. "Porque la relación de un victimario y una víctima es una relación de sujeto-objeto. Quien ejerce la violencia cree que su mujer, su pareja, es un objeto de su propiedad, entonces la sola idea de perderlo lo coloca en un estado mental en el que 'la muerte es quizás la posibilidad de garantizarme que siempre vas a ser mía'".

 

Por eso, afirma que poder mirar la multiplicidad de variables servirá para contar con más herramientas para resolver. Desde allí, pensar cuál es la mejor manera de "meterse", porque de lo contrario a veces puede ser más iatrogénico que productivo.

 

"Los estados están en deuda, sin importar la bandería política, en realizar un trabajo con los varones. Vos podés fortalecer a la mujer, podés ayudarla a pensar, pero si no trabajás con la otra parte del vínculo y lo ayudás a deconstruir modelos de poder, modelos de lo que significa ser varón, y sobre las conductas, pensamientos y creencias que se habilitan por la pertenencia a uno u otro lugar por cuestiones de género, ahí hacés un trabajo en el que la mesa queda renga y a la mesa le faltará una pata", concluye la licenciada.

 

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