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Producir, como paso previo para soñar con la libertad

Un grupo de internos seleccionados por su buena conducta crían cabras, ovejas y cerdos, además de mantener una huerta saludable. Es parte de un programa de reinserción social.

Por Marcelo Dettoni
| 27 de junio de 2021
Entre dos enormes alambrados crecen hortalizas todo el año.

Todos en la vida merecen una segunda oportunidad, a la que por supuesto hay que ganársela. Pero lo importante es que quienes tienen la potestad de decidir sobre el futuro de otros, puedan brindar las herramientas necesarias para salir adelante. Una cárcel es el sitio donde estas reflexiones caben a la perfección. Hay gente privada de la libertad por errores cometidos en el pasado y funcionarios que deben cuidar que cumplan su condena.

 

Lo importante es el cómo, ya que tienen suficiente castigo con el encierro como para agregar opresión o malos tratos. Debe pasar todo lo contrario: prepararlos para que, al salir, puedan encontrar un trabajo, dejen atrás el resentimiento y hagan un borrón y cuenta nueva que les permita reinsertarse en una sociedad que, se sabe, no recibe con los brazos abiertos a quienes tuvieron que pasar por la traumática condición de ser presidiarios.

 

 

Para ingresar al grupo hacen falta antecedentes de buena conducta, no importa la gravedad del delito cometido (Gustavo Alcaraz)

En el complejo penitenciario de Pampa de las Salinas se viene desarrollando desde hace cuatro años un proyecto en ese sentido, el de darles una segunda oportunidad a quienes delinquieron. Más allá de apuntar al futuro, cuando les toque salir en libertad, el trabajo comienza mucho antes, mientras están detenidos. Y las tareas rurales resultaron ser un buen vehículo para comenzar con el largo y difícil proceso de la reinserción social.

 

Se trata de un concepto muy en boga en los penales: la laborterapia, o sea la posibilidad de trabajar durante el período de encierro, a partir de condiciones estrictas y sentido claro, el de que puedan aprender nuevos oficios y ocupen la enorme cantidad de tiempo ocioso que hay detrás de los muros. Labores relacionadas con el campo calzan como anillo al dedo para que detenidos de toda condición puedan incorporar conocimientos, ya que el complejo tiene corrales con chivos, algunas ovejas y está en pleno funcionamiento la cría porcina. Además, tienen una huerta muy completa con la que abastecen la cocina con verduras y hortalizas frescas, recién cosechadas.

 

 

Todo lo que producen en los corrales y en la huerta se destina a la venta interna. Y lo recaudado se reinvierte para tener mejores rindes.

 

 

Este cronista aprovechó una visita que hizo un equipo de técnicos encabezado por Juan Manuel Celi Preti, jefe del Subprograma Producción y Genética Animal, quienes llegaron hasta el paraje La Botija para tomar muestras de sangre en las tres especies, para conocer en profundidad la tarea de reinserción social que encabeza el ayudante de 3ª Gustavo Alcaraz, quien es el oficial de servicio de Laborterapia desde que llegó al complejo, hace ya cuatro años. Antes, ya lo había iniciado en la otra cárcel que tiene San Luis, ubicada en la capital puntana.

 

“Seleccionamos los internos que tienen mejor conducta para hacer estos trabajos, pero no tiene incidencia el delito que hayan cometido. Puede haber sido grave, no importa, acá nos fijamos cómo se portan en el día a día”, cuenta Alcaraz, quien agrega que ponen el acento en “cómo se llevan con sus pares, cómo se relacionan con los guardias, si tienen apego al trabajo y muestran interés. Los evaluamos todo el tiempo y los que no cumplen, vuelven al régimen tradicional y les damos la oportunidad a otros”.

 

 

 

Los muchachos que están en los corrales y la huerta tienen una buena relación con el conductor, quien lamenta que durante la carrera penitenciaria no haya una materia específica para aprender laborterapia: “Te preparás solo, apelando a las experiencias que te toca vivir, debería ser más profesional, aunque lo importante es que te guste ayudar a que puedan salir adelante, mostrarles que se pueden ganar la vida sin delinquir”, dice convencido.

 

En grupos de a dos, los internos trabajan desde bien temprano en diversas tareas. Unos se dedican a las chivas, que están en plena época de parición, por lo que los chivatos están separados, casi “presos” también, para lograr un servicio estacionado y facilitar las tareas de saneamiento. Los berridos copan el ambiente, con las crías bajo el resguardo de un techo de chapa y las madres que se acercan por la tarde para llamarlos y tratar de estar con ellos. A la mañana, mientras ellas salen a pastar al monte, les dan leche suplementada.

 

 

Es una experiencia de vida muy buena también para nosotros. Vemos que podemos ayudar más allá de la producción a campo (Juan Manuel Celi Preti)

Tienen 72 cabras, sin contar las crías, que cuando están listas para la venta terminan en las casas de los empleados del complejo. Con lo que recaudan compran alimento para los animales, medicamentos, mejoran la infraestructura y les pagan un pequeño sueldo a los internos, como una motivación más. Lo mismo pasa con la comercialización de los cerdos y cuando hay corderos, aunque las ovejas son menos, apenas 20, al igual que las chanchas, que son servidas por dos enormes padrillos.

 

La visita de la gente del Ministerio de Producción es una buena oportunidad para dar a conocer sus necesidades. Mientras Julio Lucero y Víctor Sosa toman las muestras para detectar brucelosis en las tres especies, más Aujesky en los porcinos (y además les enseñan cuestiones básicas de manejo en los corrales), Alcaraz desliza que necesitarían un nuevo carnero, por lo que Celi Preti le propone un canje por uno de buena genética del módulo de Sol Puntano.

 

El funcionario, que es médico veterinario, le marca que las cabras preñadas están un poco flacas y a algunas con el pelo muy opaco las diagnostica con parásitos, por lo que recomienda un medicamento y refuerzos con complejos vitamínicos. “Quedate con las hembras cachudas, que son las más fértiles”, aconseja. Al mismo tiempo le baja el entusiasmo al encargado, que quería traer ejemplares ovinos de raza Saanen para tener leche y fabricar quesos: “Son Fórmula Uno, tienen que comer muy bien. Lo mejor es criar Anglo Nubian, que son doble propósito, dan carne y leche”, responde Celi Preti, quien les pide que dejen para madres a las melliceras porque tendrán mejor genética.

 

 

 

La tarea sanitaria también comprende una revisión completa. Hay ovejas a las que le cuelga moco, por lo que el veterinario receta Ivomec para desparasitar y Terramicina, un antibiótico de amplio espectro. Y les advierte que hay que tener cuidado con darles de comer vísceras, ya que tienen mucha grasa y “hay que hervirlas bien”. La alimentación es todo un tema, porque los recursos no sobran y si bien hacen algo de maíz, los costos son muy altos y hay extremar el ingenio. Por eso también fabricaron un mixer casero, con el que también preparan las raciones para las gallinas ponedoras que crecen en una de las construcciones anexas al penal.

 

La dieta incluye sandía y sandilleja para los chanchos (“ojo que es pura agua”, advierte Celi Preti), que mezclan con maíz. También cultivaron una parcela de avena y otra de alfalfa, que son consociadas, más una prueba bastante productiva con melilotus. “La alfalfa la cortamos y la incorporamos a la dieta, no le echamos los animales al campo”, asegura Alcaraz.

 

 

 

Sangrar las cabras y las ovejas es un juego de niños comparado con la fuerza que hay que hacer para repetir la tarea en los cerdos. Tienen que usar la hociquera para evitar problemas y sostenerlos con fuerza entre dos o tres. Los gritos de los animales atraen a otros internos, que dan una mano y denotan el compañerismo que reina en el sector de Laborterapia. Lucero, que tiene mucha experiencia, conduce las extracciones junto con Sosa, mientras Celi Preti se encarga de la parte administrativa. “A las cabras tómenlas de la cabeza y a las ovejas hay que subirse a caballito o ponerlas contra la pared”, les aconseja Lucero, mientras los internos miran con atención. Son los cerdos los que hacen transpirar a todos, pero al final logran el cometido. Entre tanta lucha, el técnico del Ministerio detecta un padrillo con los dientes desgastados y les avisa que ya está para el recambio.

 

La única traba que encontraron es que no se puede sangrar a las hembras preñadas, ya que se estresan, sufren el manipuleo y se exponen a un riesgo innecesario. “Vamos a volver cuando hayan parido”, promete el funcionario de Producción.

 

Hay un padrillo nuevo al que llaman ‘El Morocho’, que reemplaza a uno de tres años que había bajado la productividad. Los colores en los corrales muestran mucha diversidad de razas, lo que para el veterinario no es malo: “El choque de sangre siempre viene bien, tendrán más nacimientos y partos normales, da un buen vigor híbrido”, le dice a Alcaraz, que trata de incorporar conocimientos todo el tiempo. Los encargados del sector porcino ya saben cómo sincronizar las pariciones de las chanchas de dos en dos. Tienen unas 15 madres y 150 crías, por lo que los índices productivos son muy buenos, más allá que una cerda mató por aplastamiento a 7 de las 14 crías que había tenido.

 

En cuanto a la huerta, ubicada entre dos alambrados altísimos en lo que en la jerga se denomina "zona de nadie", allí crecen cebollas, perejil, zapallos, sandías, ajo, tomates, orégano, zanahorias, acelgas y lechugas. Tienen riego por goteo y también refuerzan con una manguera, por lo que el predio luce como un vergel en medio de la tierra arenosa y el clima difícil del extremo noroeste de San Luis.

 

 

 

“La alfalfa, para agosto, va a estar impresionante”, promete el interno que se encarga del espacio verde, un jujeño con conocimientos sobre cómo trabajar una huerta. Con las sandías y zapallos que cosecharon en el verano hicieron dulce, que también venden entre la planta de empleados para sumar unos pesitos que siempre vienen bien para invertir en todas las actividades productivas.

 

Junto con Alcaraz trabajan Marcelo Fernández y Alberto Reyna, pero los tres se encargan de destacar el apoyo de sus jefes, José Luis Pérez y José Vélez, para que el proyecto de laborterapia pueda alcanzar el éxito que ellos esperan luego de cuatro años de arduo trabajo en todos los aspectos.

 

El sol comienza a caer a plomo sobre las cabezas de todos cuando anuncian que el asado, que incluye un lechoncito criado en el predio, ya está listo. El silencio es pesado como ese paisaje plomizo, con mucha vegetación de monte, que rodea al complejo de Pampa de las Salinas. Visto así, parece no haber salida para los que cayeron en lo que afuera todos ven como un infierno de rejas, muros y alambradas.

 

Pero los que trabajan en Laborterapia saben que hay una salida posible a partir del trabajo, el compañerismo y las ganas de progresar. Afuera los espera el mundo que dejaron, algunos hace muchos años, y hay que estar preparados para sobrevivir.

 

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