Mario Sepúlveda: El hombre que bajó al infierno
El minero más visible de los 33 chilenos sepultados hace 11 años recuerda su paso por el inframundo y cómo varios de los demonios aún lo acompañan. Además, confiesa que se sintió utilizado por el gobierno de Sebastián Piñera para ganar las elecciones.
Mario Sepúlveda formó parte del rescate más grande, más caro y con mayor éxito de la historia. De un día para el otro, o mejor dicho, luego de dos meses y medio, el minero chileno pasó de trabajar bajo tierra, en el absoluto anonimato, a ser observado por más de mil millones de personas que veían su cuerpo emerger de las profundidades. Su rescate, y el de sus 32 compañeros, fue el segundo evento más visto en la televisión, después del funeral de Michael Jackson. Pero... y después, ¿qué?
El 5 de agosto del 2010 los trabajadores de la compañía San Esteban Primera SA se adentraron en la mina de San José, ubicada a más de 800 kilómetros de Santiago de Chile. En su interior había 34 mineros. Nunca imaginaron que aquel lugar se convertiría en su hogar, su cárcel y, por momentos, su ataúd en vida.
Cerca de las 14:30, un bloque de piedra de la altura de un edificio de 45 pisos se desprendió de la montaña y cayó, atravesando los estratos de la mina. El derrumbe obligó a los mineros, menos a uno de ellos, quien logró escapar, a retroceder hasta el refugio, ubicado a 720 metros de profundidad.
“Ese día fue muy traumático. Vernos encerrados en un horno, porque el calor era infernal, con 32 compañeros más, donde nadie sabía cómo eran las formas de cada uno, era aterrador. Por ejemplo, soy hiperactivo, mis compañeros sufrieron mucho el estar encerrados con una persona como yo”, recordó Mario, uno de los 33 mineros atrapados, en una entrevista exclusiva con Cooltura. Y añadió: “Al primero que atacamos fue al jefe de turno, porque él nos pudo haber sacado, pero también hubo superiores sobre los que nunca se hizo justicia, como los geólogos y los encargados de la mina, quienes nunca dieron la cara. Ellos fueron los culpables”.
Recién ocho horas después de la caída, un grupo de rescate empezó a trabajar con el fin de acceder a los trabajadores por una de las chimeneas; los mineros atrapados intentaron subir por una escalera de emergencia. Sin embargo, la empresa no había finalizado un tramo de los escalones y esa opción quedó descartada.
Por el gran riesgo de derrumbe, los rescatistas debieron abandonar la mina y horas después, un segundo desprendimiento dejó inhabilitada la chimenea como vía de escape. Estaban solos y sin opciones aparentes.
Los mineros estuvieron 17 días atrapados e incomunicados, sin saber si los buscaban o no y casi sin alimentos, ya que el refugio, que debía contener todo lo necesario para mantenerlos con vida varios días, estaba desabastecido.
Finalmente, llegó el primer contacto con el mundo exterior gracias a una exitosa perforación a través de una sonda a la que los mineros le ataron una inscripción que con el tiempo se haría famosa: “Estamos bien, en el refugio los 33”, escribió José Ojeda. “El compañero que hizo el papelito hoy está con una diabetes enorme a causa del accidente”, detalló Mario, para quien el contacto con el exterior fue una de las cosas que más complicó la relación dentro de la mina.
“Allí se dieron los primeros encontronazos. Antes de que nos encontraran teníamos disciplina, un orden y una jerarquía, y eso lo respetábamos. Después influyeron mucho las malas opiniones de los familiares y eso llevó a operar con el egocentrismo que teníamos cada uno”, explicó y luego reflexionó: “Pero es parte del ser humano también. Pase lo que pase, tengamos la discusión que tengamos y las diferencias que haya entre estos 33 hermanos y compañeros, vivimos una historia única”.
El 22 de agosto comenzaron los trabajos de perforación con el objetivo de abrir un espacio lo suficientemente amplio para deslizar una cápsula que transportara a los hombres hasta la superficie. Exactamente 33 días después, uno por cada minero sepultado, y tres planes más tarde, el 13 de octubre a las 00:10 Florencio Ávalos resurgió de la tierra y volvió a la vida. El segundo en nacer fue Mario.
“Estuve subiendo 22 minutos, poco más o poco menos, no recuerdo exacto. Como a los 300 metros se me pasó por la cabeza que Chile es un país de terremotos e imaginaba que con la suerte que tenía podía comenzar uno y dejarme ahí atrapado; también pensaba en los mecánicos y en la posibilidad de que no hubieran amarrado bien las piolas o en que se podía echar a perder el motor”, relató el minero.
"Se sacrificó mucho para salvarnos, pero hoy simplemente ya no nos toman en cuenta. A mí me utilizaron para ganar las elecciones"
Afortunadamente nada de eso ocurrió y exactamente a la 1:09 de la madrugada Mario vio el cielo por primera vez en casi tres meses. “Cuando salí, me sacaron el arnés y me dijeron ‘Mario, el protocolo’. Pero de qué protocolo me estás hablando, hueón... si hay que darle gracias a Dios de que salí. Me fui, grité con alegría y agradecí a todos, a Dios, a Chile, a mi familia, al gobierno y a los profesionales por habernos sacado”, rememoró.
“Nosotros trabajamos 70 días como equipo. Hubo diferencias y discusiones entre compañeros, pero la misión fue siempre unirnos a la vida. Hubo días muy duros, de alegrías, de llanto y de todo un poco. El compañero que diga que no lloró es porque no estuvo en la mina, no hubo nadie que no llorara, por angustia, por extrañar a la familia o porque pensó ¿por qué se había metido allí?. Todos sufrimos de alguna manera nuestra propia historia y lo otro importante: todos la vivimos de forma diferente”, resumió Mario, quien fue el líder y la guía de sus compañeros durante la estadía en el caluroso pozo, que para aquellos 33 hombres tiene nombre y es la mina San José.
¿La culpa no es de nadie?
En los 79 días dentro de la mina y los primeros días fuera de ella, los mineros recibieron rosarios bendecidos por el Papa, camisetas de los equipos de fútbol chilenos, recitales de artistas internacionales en su honor y dedicatorias por galardones como el Premio Nacional de Literatura de Chile, que ganó Isabel Allende ese mismo año, entre otros reconocimientos.
Pero por entonces lo único que querían era que se hiciera justicia. En 2011, 31 de ellos iniciaron un juicio civil contra el gobierno chileno. Reclamaban cada uno 535 mil dólares. Diez años después, el 11 de junio del 2021, la Justicia chilena ratificó la sentencia que condenó al fisco chileno por el derrumbe de la mina San José, pero rebajaron la indemnización de los mineros a 55 mil dólares por cabeza.
“Lo que molesta mucho es que la gente está convencida de que nosotros estamos superbien, pero no así. Algunos volvieron con mucho dolor a las minas donde sufrieron de bullying, porque los compañeros de trabajo de distintas empresas piensan que nosotros vamos a sacarles el trabajo y que somos millonarios. Esa es otra falsa noticia. Sin hablar de lo traumático que fue y las secuelas que tenemos la mayoría”, explicó Mario. Cada uno de los mineros cobra mensualmente una pensión de 400.000 pesos chilenos, cerca de 550 dólares mensuales.
Tras el accidente, se cerró la mina y fueron despedidos cerca de 300 trabajadores. La empresa, liderada por Marcelo Kemeny y Alejandro Bohn, solo cumplió parcialmente con el pago de las indemnizaciones. Además, de los 29 millones de dólares que costó el rescate, el gobierno de Chile acordó que la compañía pagara solo cinco millones. El resto fue financiado en un 66 por ciento por el Estado y donaciones privadas.
“Yo no me voy a olvidar de Kemeny y Bohn. Nunca más los hemos visto. Lo más probable es que sigan haciendo de las suyas. La mayoría de los malos empresarios que hay en el país deberían reírse del sistema, porque a ellos no les pasó absolutamente nada”, sentenció Mario.
Dicen que el tiempo lo cura todo: es mentira
La noticia pasó y a los mineros se los recuerda solamente cada aniversario o cuando National Geographic hace un documental sobre las catástrofes más grandes del mundo. En el 2015 se estrenó “Los 33”, una película dirigida por Patricia Riggen y protagonizada por Antonio Banderas. Los mineros volvieron a tener cinco minutos de fama.
“Cuando haya un director que quiera hacer una película pero mil por ciento emotiva y cuando haya una entidad que quiera contar una gran historia, aún lo pueden hacer. No se contó ni la mitad de lo que se vivió”, resaltó Mario, a quien se lo vio en el estreno del filme con una sonrisa de oreja a oreja junto al actor principal.
Seis años después, afirma que los usaron y ahora asegura que no quiere guardar más silencio. “Cuando ocurrió el accidente se sacrificó mucho para salvarnos, pero hoy simplemente ya no nos toman en cuenta. A mí me utilizaron para ganar las elecciones, para que les sirviera de imagen y la verdad que ni siquiera con un trabajo me ayudan”, lamentó y agregó que la mayoría de sus compañeros piensa lo mismo que él.
“Quedé con secuelas de la mina. Tengo pesadillas y recuerdos permanentes del accidente. De salud estaba bien hasta que me dio COVID-19 y gatilló mi tratamiento anterior. La he pasado muy mal, todavía estoy en una crisis postraumática y lo único que tengo es la familia; los demás piensan que estoy loco”, finalizó Mario. Como en todo infierno, hay demonios, y algunos de ellos aún atormentan la mente del minero. A pesar del tiempo transcurrido, es difícil olvidar la presión de toneladas de tierra sobre su cabeza.


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