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Barbijos: no los abandonemos todavía

Después de 17 meses vamos a poder darle un descanso a ese elemento que pasó a ser una parte más de nuestra rutina, igual que llevar el teléfono celular en el bolsillo. El famoso barbijo, también popularizado como tapabocas, llegó para evitarnos el contagio del coronavirus. Por supuesto que muchos de nosotros lo conocíamos porque lo usaban los/as médico/as y enfermero/as en las salas de operaciones, y también sabíamos que los japoneses y algunos chinos los usaban por la alta contaminación ambiental que sufren en esos países.

 

Pero cuando se desató la pandemia de COVID-19, el virus hizo que en todo el mundo esa mascarilla pasara a ser un accesorio fundamental antes de salir de casa para enfrentarnos a él. Y además, rápidamente tomó gran protagonismo. Por ejemplo, en nuestro país a los hermanos José y Sebastián Sarasola les cambió la vida, incluso antes de que su uso fuera obligatorio.

 

Ambos son dueños de una fábrica de insumos médicos y en noviembre de 2019 recibieron un extraño encargo desde China: un cliente necesitaba ayuda inmediata y les hizo un pedido millonario de barbijos que comenzaron a fabricar. Ese desafío los llevó a producir hoy el barbijo más seguro y eficaz, según ellos mismos promocionan. Además, ahora los exportan a Estados Unidos y Alemania.

 

Una historia similar fue la que protagonizó Alan Gontmaher, a quien se le ocurrió la idea durante la primera semana del aislamiento social: el fabricante de toallas aprovechó el encierro para ponerse a leer sobre nanotecnología. No quería fabricar cualquier barbijo, sino “el mejor del mundo”.

 

Un año y medio después, los Atom Protect —o “barbijos del Conicet”, como se los conoce en las farmacias— son un clásico que tienen dos ventajas superiores a cualquier otro tapabocas de tela: poseen propiedades antivirales que eliminan el SARS-CoV-2 y pueden lavarse hasta 15 veces sin perder efectividad. Asimismo, ya se logró facturar con ellos 1.500 millones de pesos.

 

En cambio, a otros el uso del barbijo les trajo complicaciones, como sufrir alergias en la piel, molestias constantes por sentir la boca tapada y hasta situaciones violentas. Por ejemplo, un pasajero del colectivo 329 que transitaba por las calles de la localidad bonaerense de Merlo fue bajado a golpes por otro a causa de no tener el tapabocas puesto.

 

Aunque peor le fue a un empleado de una estación de servicio en Alemania, quien fue asesinado por un cliente que no quiso usar el barbijo cuando el dependiente se lo pidió —según la crónica periodística— de buenas maneras. El joven estudiante rechazó atenderlo porque no llevaba un tapabocas higiénico. El cliente, muy enojado, se fue dejando las cervezas que quería comprar en el mostrador. Pero regresó una hora y media después usando una mascarilla que se quitó para provocar una reacción del cajero. Tras el nuevo pedido para que se la colocara, el cliente sacó un revólver del bolsillo, le disparó y murió en el acto.

 

Aunque a partir de ahora podremos flexibilizar el uso del barbijo, lo seguro es que esta máscara llegó para quedarse, que ya confirmó que es una buena herramienta para evitar los contagios, que hay para todos los gustos y de variados precios. No lo abandonemos todavía.

 

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