Poesía desmesurada para los otros sentidos

La escena es icónica. Sobre una cinta de correr, un hombre corre. Está vestido con un traje blanco, impoluto, y lo que persigue puede ser cualquier cosa: una persona, un destino, su propia vida. En ese camino hacia ningún lado se encuentra con una pared de cartón que estalla en mil pedazos tras el impacto. Se encuentra con otras personas que se cruzan, aunque estén quietas. Se cruza con algo aún más peligroso que las personas y las paredes.

“El corredor” es una de las performances que "Fuerza bruta" tiene como clásico desde hace años y hasta principios del mes pasado su protagonista, Santiago Racca —tez morena, rulos pequeños y oscuros como la uva, físico impecable—, vivió una experiencia especial porque pudo mostrar su trabajo en Mendoza, su provincia natal.

Durante tres semanas, con funciones agotadas de unos cuatro mil espectadores por noche, la compañía de teatro pasó por Cuyo con “Wayra”, un show de enorme impacto visual, energía arrancada a los gritos y total desmesura escénica. Nada que cualquier conocedor de la propuesta de "Fuerza bruta" no esperara, pero mucho para quien vio el show por primera vez y sintió el impacto como “El corredor” sintió el choque con las paredes.

"Fuerza bruta" es, entre muchas otras cosas, un grupo de actores, bailarines y músicos seleccionados por Diqui James, creador del grupo y de los espectáculos, para representar sus coreografías. Padre de Louta —un músico con una notoria proyección teatral que hace honor a las inquietudes de su progenitor—, James es considerado el padre de una criatura que grita y que destila energía de modo permanente. "Fuerza bruta", no Louta. 

Es difícil, entonces, describir a la agrupación en algún término conocido o limitante. En “Wayra” hay música en vivo, rave, teatro experimental, circo, happening, percusión, baile y una sensación poética desgarrada y desaforada que estalla en todos los sentidos. Cerrar los ojos en medio del show, aunque no sea precisamente lo más recomendable, puede ser una buena idea para que la música compuesta por Gaby Kerpel, el responsable sonoro del grupo, penetre con sus ondas percusivas en un cuerpo acostumbrado a que todo entre por los ojos.

Puede sonar contradictorio, pero el factor central en todas las escenas del espectáculo que se presentó en Mendoza fue el diseño de iluminación, una arista del show sin la cual sería imposible vivir la transportación en colores y formas que acercan a un carnaval en el mismísimo averno. Una caverna flúor con beats tocados a garrotazos.

A lo largo de su carrera, para demostrar la disposición y versatilidad de la compañía, "Fuerza bruta" hizo performances en fiestas electrónicas y festivales rockeros como el Personal 2017 y el Cosquín Rock en 2019. 

“Wayra”, que significa viento en quechua, tiene muchos elementos de espectáculos anteriores de "Fuerza bruta", una repetición que puede responder a varios factores. La primera es la actualidad que todavía muestran algunas manifestaciones, como la ya mencionada de “El corredor”, el inicio con la batucada y la enorme pileta de lona que desciende hasta permitir el contacto con el público.

Otra razón de la permanencia de algunos pasajes puede ser la búsqueda de nuevos públicos que emprendió la compañía hace algunos años y que le permitió, por ejemplo, que en la gira mendocina la vieran señores de 70 años que no dudaron en bailar al ritmo de la electrónica y nenes de 7 que quedaron abrumados ante la impactante carga visual que tuvieron sin la pantalla de los dispositivos que suelen utilizar.

Una tercera explicación, menos simpática, podría ser la simple, lógica y triste llegada del agotamiento creativo, que podría ser pasajero. 

Nuevas expresiones
 

Siempre definido como “teatro físico” por parte de sus creadores, lo que expresa "Fuerza bruta" es teatro y es físico. Pero no es solo eso. 
Hace aproximadamente dos décadas, una tendencia consiguió que el viejo dicho de romper la cuarta pared que el teatro persiguió desde sus inicios se hiciera, por fin, literal. Si la intención inicial era acercar al público a las vivencias de los actores sobre el escenario, la nueva forma de hacer teatro apuntó a que los espectadores estén tan adentro de la obra que se conviertan en parte de ella.

Ya no alcanzó con una conexión invisible que un actor lograra hipotéticamente con quienes hayan ido a verlo. La pared rota (como la de “El corredor” en “Wayra”) dejó de ser una metáfora en el segundo número del espectáculo, cuando cinco artistas entraron por la parte posterior del salón a los gritos, colgados de un arnés para recorrer por el aire todo el salón en arenga permanente. Hasta ese momento, la atención de la gente estuvo concentrada en un engañoso escenario que solo fue utilizado para el inicio y para el final del show.

Luego se sucedieron una serie de expresiones con la tónica que recorrerá toda la hora que dura el show, un tiempo relativamente corto en relación al teatro convencional, pero que tiene alguna explicación en el hecho de que el público pasa todo el tiempo parado y en movimiento, y en el que la energía que destilan los actores haría imposible la extensión por muchos más minutos. O en que, simplemente, las nuevas formas de teatro acortan las funciones.

Otra compañía de nivel mundial que se puede anotar en esa línea expresiva es, por ejemplo, el "Cirque du Soleil", que a pesar de que mantiene su nombre y que la idea general que hay sobre él es que su atracción son las artes circenses, ofrece una variedad (que es típica del circo, claro) que quebranta la tradición. El teatro ciego, los intentos aún incompletos de Flavio Mendoza, De la Guarda y La Organización Negra —no por nada antecesores de "Fuerza bruta"—, el Teatro Negro de Praga podrían aumentar un listado que todavía no es tan rico como podría. Hace poco, en San Luis, pasó una función de "Sex", la obra de José María Muscari, que va por ese camino, aunque con un lenguaje acotado a lo teatral y el centro de atracción más puesto en los cuerpos que en la búsqueda.

Una de las cosas que llama la atención de "Fuerza bruta" en general y de “Wayra” en particular es la simpleza con la que se origina una escena compleja.

El transitar de cuatro tambores a una batucada difícil de describir sucede sin que el espectador termine de darse cuenta, como sucede con dos bailarinas que colgadas de un arnés caminan, saltan, gritan y se contorsionan por un telón plateado que se arma en ese momento. En síntesis, no son más que dos bailarinas colgadas de un arnés que caminan, saltan, gritan y se contorsionan por un telón plateado que se arma en ese momento, pero sumado a la música estridente, a las luces en contraposición y, sobre todo, a la excitación de la gente, la actuación toma otro volumen.

En el resto de la noche contribuirá a la demostración de ese concepto con cartones que vuelan por los aires, gente bailando, papel picado, ollas, sartenes y arneses. Aunque el modelo más claro del método usado por Diqui James se aprecia en el que es también el set más aplaudido y conocido del grupo: la pileta de lona transparente en la que cuatro chicas chapucean como si fueran adolescentes recién salidas de un boliche en la madrugada.

Acaso la vida de la agrupación haya percibido un shock eléctrico con el regreso a la presencialidad estipulado tras la pandemia. A diferencia de otros espectáculos que pudieron sobrevivir por medio del tan cuestionado streaming, cualquier show del grupo que pasó hace unas semanas por Mendoza sería imposible de concebir y de pensar sin la cercanía, la interacción y, en algunos casos, el contacto de quien abona una entrada para ver y para ser parte de la experiencia. Por eso es que todo lo que gira alrededor de la noche de fortaleza y brutalidad está sublimado a una relación que también se renueva con las formas del entretenimiento.