Feminista silvestre
La escritora que no hace literatura queer, pero vive una vida acorde a esa identidad de género, resignifica el término marginalidad y utiliza el recurso de ver para creer al momento de titular sus obras.
De respuestas concretas y firmes, la escritora Gabriela Cabezón Cámara pone en cuestionamiento el término marginalidad y, en general, a cualquier tipo de encasillamiento. Ya sea con respecto a sus obras, su forma de pensar o su estilo de vida, no tiene condicionamientos, siempre y cuando esté bien escrito. La pregunta es ¿qué define como "correcto"?
A diferencia de sus inicios, que fueron dubitativos y dilatados por inseguridades propias de la artista, la Gabriela adulta no tiene nada por lo que titubear. Sus escritos fueron reconocidos mundialmente, en especial la versión feminista que hizo del Martín Fierro, "Las aventuras de la China Iron".
Actualmente, la escritora trabaja en su próxima novela de época, que tendrá personajes ambientados en el norte argentino y en España a principios del siglo XVI. Por el momento, no tiene un título definido; sin embargo, "La selva es un animal hecho de animales" es uno de los tentativos que se ha filtrado.
—Desde chica querías ser escritora, pero publicaste tu primera novela a los 40.
—Tenía poca autoestima, diciéndolo un poco en chiste, porque no podría sostener cosas de mi vida. Sí me costó terminar y creer en lo que yo misma hacía, comprometerme y finalizar lo que empezaba. Me pasaban esas cosas. Era un problema personal, que no podía terminar lo que empezaba.
—Se te asocia mucho con el policial. ¿Por qué?
—Es un género que me gusta, pero no tengo ya tanta relación, como en un momento se supuso. Una vez me nominaron a un premio de literatura y quedó una asociación que no es tal. Si leés “Las aventuras de la China Iron” ves que no tiene absolutamente nada de género policial, pero sí es algo que me gusta mucho y leo con pasión. En general, a mí me gusta todo de la literatura, siempre y cuando esté bien escrita.
—¿Te considerás una escritora feminista?
—Soy una especie de feminista salvaje, en el sentido de que no soy feminista porque haya leído algo en particular, sino porque desde siempre pensé que no tenía por qué ser subalterna de nadie por razones de género. He sido subalterna, pero no por esa cuestión, sino porque tuve jefes y jefas, pero no consideré nunca que tenía que obedecer a un marido o a mi padre más especialmente que a mi madre; en realidad, a ninguno de los dos. Siempre pensé eso desde chica, soy una especie de feminista silvestre.
—¿Las mujeres están pisando más fuerte en el arte?
—Sí, creo que se debe a un fenómeno histórico y social; hay más mujeres en el campo de las artes y también hay mujeres que son presidentas de la nación. La excanciller de Alemania, Angela Merkel, por nombrar a alguien notable, dirigió uno de los países más fuertes del mundo durante 16 años. No veo que esté pasando en las artes más que en otros ámbitos. Sí me parece que ahora hay más paridad, un poco, no tanta ni la suficiente. Ya no se considera que alguien no puede ser presidenta, escritora, música o ingeniera de sistemas porque sea mujer, lo cual sin dudas está muy bien, que no se excluya de movida por algo tan inevitable como nacer con una genitalidad u otra.
—A tus obras las definen como una apuesta queer. ¿Estás de acuerdo con eso?
—No considero nada de mis obras, esas cosas las piensan más los críticos y me parece muy bien que opinen lo que les gusta. Yo prefiero no encasillar nada, aunque me encanta lo queer y yo misma llevo una vida queer. Prefiero no encerrar nada en un género, porque sino ¿qué voy a estar haciendo? ¿Diciéndoles a los lectores lo que tienen que leer? Que ellos lean lo que quieran. La lectura es un acto muy libre, en el que el otro también crea, no solo el autor.
—¿Te identificás con tus personajes o viceversa?
—Siempre algo de la vida del autor hay, pero muy mediado. Vos por ahí al nacer te sentiste solo, sola o sole y después escribís una novela de alguien que vive aislado en una cueva durante 20 años. Obviamente no te pasó, pero en un momento pudiste tener una emoción que de alguna manera después te llevó a pensar en eso. Siempre es muy distante, uno no puede creer que los autores viven todo lo que escriben; eso lo pensaba cuando era chiquita, por eso quería ser escritora. Pensaba que vivían de aventura y después me di cuenta que no. En realidad estás escribiendo encerrado en una casa, en una mesita de bar o lo que sea. Cuando escribo no pienso en representar a absolutamente nadie, ni siquiera a mí misma. Pero siendo una adolescente lesbiana, de una familia homofóbica, en un barrio homofóbico, pensando que era la única en el mundo, recuerdo la alegría de haber visto un personaje queer y decir 'ah, bueno, no soy la única, hay más gente así'.
—Tus libros ¿son escritos desde la marginalidad?
—A mí me lleva mucho a pensar esta cuestión de la marginalidad en un país en el que según las estadísticas oficiales, y con esto no estoy diciendo que mientan, yo creo que no lo hacen, pero no toman en cuenta detalles como el gasto para viviendas; sin tomar en cuenta estos detalles, tenemos algo parecido al 45 por ciento de pobreza y yo me pregunto ¿quién no es marginal? Es marginal una de cada dos personas. Me parece que tenemos que repensar esa categoría y también pensar desde dónde estamos hablando para considerar a otros marginales.
—¿Cómo vas con tu próximo libro? ¿Qué tan seguro es el nombre “La selva es un animal hecho de animales”?
—Está poco confirmado, estoy pensando en otro título, pero eso puede ir cambiando todos los días. En general dejo los títulos para el final, porque es lo que más me cuesta pensar, porque cuando las cosas no están escritas, no existen; una idea no es un libro, una idea es simplemente eso. Entonces, para decidir el título me gusta más que se refiera al libro que a la idea que tuve en algún momento.


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