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The Bafici Show

El festival de cine de Buenos Aires tuvo más 250 proyecciones con historias extraordinarias y temas por fuera de la ficción.

Por Leonardo Kram
| 08 de mayo de 2023
Foto: Gentileza.

El Multiplex Lavalle es uno de los pocos cines históricos que aún sobreviven en la Ciudad de Buenos Aires. Más allá de las promociones de películas modernas que se ven en sus marquesinas, conserva la arquitectura de su sala casi sin modificaciones. Allí fue la función de apertura de la 24ª edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici), donde proyectaron “Último Recurso” de Matías Szulanski.

 

Junto con otras salas emblemáticas del centro que se aggiornaron a los nuevos tiempos o se convirtieron en espacios para el público más específico al séptimo arte, como lo son el Lorca, la Sala Lugones o el Cosmos UBA, por casi dos semanas los espacios se volvieron el centro de la cinefilia en el país.

 

El contexto siempre parece ajeno a la experiencia de cineastas, estudiantes de cine y público en general que se acercaron a las salas del 19 de abril al 1º de mayo. En las calles de la ciudad porteña uno notaba “arbolitos” negociando cotizaciones de dólar con los turistas, que solían expresarse en portugués o inglés, en plena corrida cambiaria. A su vez, el Presidente de la Nación anunciaba que no iría por la reelección.

 

Nada de esto se sentía a la hora de iniciar las películas. De toda la programación que ofreció este año el Bafici, entre homenajes a directores hindúes, especiales de terror inglés y estrenos independientes, el género documental ofreció múltiples producciones interesantes, de países tan disímiles como Colombia e Irán y narrados con decisiones estéticas llamativas.

 

El más notable de los documentales que se presentaron fue “And, Towards Happy Alleys” de Sreemoyee Singh, que participó en la Competencia Oficial Internacional. Joven directora hindú, Singh llega a Irán, su país de origen, para averiguar sobre la vida de la poeta Forugh Farrojzad, quien tiene una legión de seguidores. Donde uno esperaría una descripción aséptica de quienes conocieron a la artista en vida y la recopilación de archivos disponibles, la directora opta en cambio por mostrar pequeñas viñetas de un país en el que no reside, pero al que está conectado por sus raíces familiares.

 

Ver el documental es como repasar un álbum de fotos en movimiento, con breves pero impactantes escenas. Pasamos de una mujer con velo, preguntando si está siendo filmada en un transporte público, a un novio cabalgando a la orilla del mar mientras lo fotografían para una boda. De un grupo de fanáticos de la selección de fútbol del país, a la pura alegría en un shopping de una joven que se operó la nariz y muestra con orgullo los pedazos de cartílago que le extrajeron.

 

Lo que más sorprende del documental es que todos aquellos a quien Singh entrevista o muestra, cuentan con un humor y una conexión con el arte que va a contramano de las condiciones en que viven por expresarse en contra del régimen islámico, que con estrictas normas limita las libertades de mujeres y disidentes. Los fragmentos que se muestran, representan un acto de resistencia increíble.

 

Hubo documentales que también tuvieron su estreno mundial y fueron muy bien recibidos por el público que asistió al festival. “El hombre más fuerte del mundo” de Fernando Arditti, fue proyectada a sala llena en La Lugones, que queda en el décimo piso del Complejo Teatral de Buenos Aires. El punto de partida del documental parece inventado. Durante años, Darío Villaroel, un hombre oriundo de Jujuy que mide 1,24 metro, participó de competencias de fisiculturismo y llegó a levantar hasta cuatro veces su peso, más o menos 200 kilos.

 

El documental nunca infantiliza a Villaroel, algo poco usual para el trato hacía las personas con discapacidad, y tiene una fotografía, que inspirada en el fotoperiodismo, destaca en los colores de la cultura norteña y el cuerpo bronceado de los fisicoculturistas que aparecen en las competiciones. “El sueño mío es ir más arriba y voy a lograrlo y me tengo mucha fe. Ojalá esta película se viralice y dé un mensaje de que las cosas malas te hacen más fuerte”, dijo Villaroel tras la proyección. El atleta fue aplaudido tanto en pantalla como fuera de ella y el evento terminó siendo la celebración de un hombre poco común con una historia de superación extraordinaria.

 

Otros documentales optaron por recursos limitados y más abstractos. “Nuestra película” de Diana Bustamante, toma como base el archivo de los noticieros colombianos de la década de los 80 y la cobertura de estos de las masacres de campesinos y asesinatos de líderes políticos. Solo con una voz en off y revisando más de 600 horas de archivo, Bustamante eligió fragmentos de VHS con fallas, que se cortan y se repiten de los informativos, con imágenes de una crudeza pocas veces vista en la televisión abierta.

 

Allí se puede ver cómo se apilan cajones en una funeraria, o cómo la caja de una camioneta rebalsa de sangre y mancha racimos de bananas. Hay literalmente charcos rojizos que bajan por la vereda y se ve a niños caminar casi sin inmutarse. Todo adquiere un aura entre terrorífico y ridículo y es todo material, aseguró la realizadora, sin edición.

 

“No sé cómo una sociedad puede sobrevivir a esas cosas. A lo que va la película es a la normalización que hicimos de la violencia y a la pervivencia de nosotros con ese sinsentido, que hemos perpetuado hasta el día de hoy. No es algo que se puede explicar con sentido común. Esa banalización que genera la mediatización, el exceso, tiene que ver con la situación actual”, reflexiono la directora, tras la proyección en la sala Arthaus, como parte de la sección Políticas del festival.

 

 

Directores reconocidos

 

Hay un saber popular entre los cinéfilos que hace varias ediciones asisten al Bafici. Y es que la sección “Trayectorias”, no importa la película, siempre tiene funciones casi agotadas. La explicación es simple: se trata de directores ya consagrados de los que el festival trae sus últimos trabajos. Ahí entonces, los que ven películas con un poco más de frecuencia que el público normal, subrayan rápidamente los estrenos de la sección y esperan conseguir entradas.

 

Por segundo año consecutivo como parte de “Trayectorias”, proyectaron una película de Paul Schrader, a sala llena y con funciones agotadas. "Master Gardener" es el tercer film de su trilogía de “Hombres solitarios”. La primera de ellas fue "First Reformed" de 2017, con Ethan Hawke; la segunda, del año pasado, fue "The Card Counter", con Oscar Isaac; mientras que la tercera está protagonizada por Joel Edgerton.

 

Schrader suele contar lo mismo, pero de diferentes formas, como si se tratara de un pintor obsesionado con los atardeceres y buscara conseguir su mejor versión pintando —o en este caso filmando— una y otra vez con los mismos colores. Los elementos que se repiten en estas tres películas son la narración en primera persona por parte del protagonista, que suele escribir en un diario íntimo; la especialidad de dicho personaje en algún área, al borde de la obsesión y la descripción de alguno de los grandes problemas de la Norteamérica moderna, ya sea el cambio climático, la guerra contra el terrorismo o la supremacía blanca.

 

Si en "First Reformed", Schrader se concentraba en un sacerdote con una crisis de fe y en "Card Counter" en un apostador con cargo de conciencia, en la novedosa "Master Gardener" seguimos a un jardinero experto con un pasado neonazi. ¿Qué hace tan fascinante ver más o menos lo mismo, pero con escenarios y personajes modificados en algunos aspectos, pero no en su personalidad?

 

Es que quizás, a su edad, experiencia y con varios fracasos en su haber, Schrader parece haber encontrado el tono justo para contar historias con cierto aire de redención, que tratan de temas gravísimos, pero sin ser solemnes, con diálogos punzantes y actuaciones de primer nivel, que se encuentran entre las mejores de esta triada de actores.

 

Schrader viene contando historias de hombres solitarios con sus diarios desde que hizo el guion de Taxi Driver de su colega y amigo Scorsese. Y está profundamente inspirado en el cine de Robert Bresson. Pero hoy ya es un director con sello propio, que atrae a los cinéfilos por su cuenta.

 

 

La obsesión y la experiencia de las salas

 

¿Cuántas películas puede llegar a ver un cinéfilo? En este Bafici se proyectaron más de 250, de todas las duraciones. Alguien con mucho tiempo y ganas entre sus manos podría ver hasta 3 o 4 películas por día y en 10 días de festival, del 20 al 30 de abril (el 19 y el 1º de mayo se hacen las funciones de apertura y cierre respectivamente), puede llegar a haber presenciado entre 30 y 40 filmes.

 

Hay una línea muy fina entre pasión y obsesión que se puede ver tanto entre espectadores, como críticos y realizadores. Los críticos Matías Orta y Fredy Friedlander presentaron en el Bafici el segundo volumen de “El canon del cine norteaméricano”, una ambiciosa recopilación de reseñas de las películas más importantes salidas de Hollywood. Allí, Friedlander detalló que hace 30 años surgió la idea de hacer un libro de esas características.

 

De las 3 mil películas que Friedlander se propuso revisar para la realización del libro, llegó a ver 2.995 y la última, “Los juegos del hambre” la vio el día antes de la presentación del segundo tomo. Mientras que en el primer volumen abarca desde el cine mudo a 1959, el segundo irá de los 60 al 89 y el último, de los 90 al 2022, incluyendo estrenos recientes como la ganadora del Oscar “Everything everywhere all at once”. Solo en el segundo tomo, reseñaron 640 películas y mencionaron 160.

 

“Para quienes seguimos buscando la verdad, creemos que está en este tipo de trabajos, búsquedas y actos de amor por el cine. Esto es la custodia del legado de las películas, para que se puedan seguir viendo en fílmico, para que se puedan guardar, cuidar y no se pierdan para siempre, como se han perdido tantas. La memoria de Fredy y Matías, intergeneracionalmente, lo consiguen”, reflexionó el crítico Marcelo Stiletano, que formó parte de la presentación.

 

 

Una experiencia única

 

Breves clips de una entrevista que el director artístico del festival Javier Porta Fouz le hizo a Adolfo Aristarain eran proyectadas previo a cada película, con diversas opiniones sobre el estado actual del cine. “La experiencia colectiva no es lo mismo que ver en casa. Uno se detiene para ir al baño, para tomarse un whisky, detiene la película y lo deja para el otro día porque no tiene tiempo. No se compara con la experiencia de ir a una sala y quedar atrapado por la historia que se cuenta”, apuntaba el célebre director de "Tiempo de Revancha", entre otros clásicos nacionales.

 

El Bafici, como adoptó desde tiempos de pandemia en 2021, ofreció parte de la programación en la página web del gobierno de la ciudad. Sin embargo, uno no puede dejar de pensar en las palabras de Aristarain al asistir a un festival. Claramente no es lo mismo ver una película en un televisor o un celular, que acercarse a una sala como el Lorca o la Lugones, verdaderos templos de luces tenues y paredes de madera; sentarse en una butaca y comenzar a sentir el llanto, la risa, la incomodidad colectiva de una sala llena de desconocidos. Es la experiencia de ver historias que ocurren en Irán, en Colombia, o en un mundo animado y ver la condición humana a través de una pantalla que a veces es espejo de la propia vida y en otras, ventana de la ajena. El cine cierra su círculo allí, como arte colectivo.

 

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