Perder el juicio, ganar la escena
El director del cortometraje que se estrena a fin de mes reflexiona cómo fue meterse en una historia dura, pero necesaria.
El proyecto llega de manera inesperada. Serán un llamado, o dos. Algún encuentro para armar la propuesta de un concurso que celebraba el retorno a la democracia, y luego vernos, así, en pleno invierno, grabando escenas en el frío de la noche puntana.
Sara es un viaje, un encuentro con la obra de Aurora Garro. Esa obra que he descubierto en retazos, en grabaciones en la ex ESMA, representada luego para que pudiera entenderla de la voz de su autora, y luego compartida en los ensayos grupales.
Hacer Sara fue uno de los hechos más extrañamente fortuitos, y a la vez desafiantes para narrar los años del horror de la dictadura cívico militar de 1976. Un viaje que me remontó a la adolescencia, cuando escribí una novela en el mismo contexto, cuya edición llegó de la generosidad y confianza de Marta María Pereyra González. Por ello, todo se conecta en Sara, y esos retazos de vida, convicciones, que fueron encontrando un formato narrativo para convertirse un material atravesado por el dolor de un país en permanente tensión.
Sara llega de la mano de la Fundación Sol de Noche. Y llega de Aurora y Juliana Saravia. Y luego se suma la música de Abelardo. Una familia en pantalla, una historia, y nuestro compromiso para conducirla. Comenzamos a producir este proyecto con el sueño de un largometraje, y el germen de esta historia previa. Un relato atravesado por muchos relatos, que es uno, y a la vez es todos. La historia de las mujeres que fueron llevadas a la ESMA, y cuyos hijos les fueron arrebatados al nacer. Es la historia del ultraje, de las vejaciones, del horror. Y también es la historia del encuentro, de la sororidad, de las contenciones, de los silencios acompañados entre compañeras. Es la historia de esas mujeres.
Nuestra producción comenzó a comienzos de año, y se extendió hasta el frío invernal, donde grabamos entres jornadas este cuento casi sin diálogos. Recorrimos locaciones, nos trasladamos a otras épocas, de la mano de los vestuarios y maquillajes de Roxana Ledesma y Marcela Chari. Pudimos adentrarnos en locaciones de gran poder e imaginería visual, en el edicifio de la familia Ponce Latino, quien generosamente nos abrieron sus puertas. A la par, el CCM La Vía nos revelaba un sótano desconocido, un anden de otra época, y un edificio que nos trasladó al clima necesario para cada escena.
Fueron tres días de grabación, junto a un equipo de profesionales de cercanía. Compañeros/as de vida que seguimos eligiendo esta profesión como un mantra que no sostiene. Actores y actrices en sus primeros pasos, y aquellos que con devoción nos entregaron un talento cultivado en años de profesión. Por ello, todo en Sara es un regalo, que nos trasciende. Una entrega a la profesión, un espacio de amistad profesada, un aliento al oficio de crear sosteniendo ideales.
Cuando llegue el momento del estreno, todo habrá comenzado. El camino de un filme, el que quizás soñaron Aurora Garro y la Fundación. El que soñaron las actrices que dieron vida a la celda donde sucede la historia. El de técnicos y las artistas que nos confiaron su hacer de manera despojada, sin limitaciones.
John Cassavetes sostenía que el cine era un acto de convicción, de preguntas más que respuestas. Un acto de fe sin religión pero con profesantes. Cada mañana me cuestionaba, antes de salir al rodaje, y al borde de los nervios por no saber cómo iba a resolver cada problema que se presentaría, cada pregunta de una actriz buscando su personaje, o cada técnico definiendo el clima de una escena. Y cada mañana me detenía frente a una foto Cassavetes dirigiendo una escena del filme Faces, como pidiendo no perder el juicio. Un acto de profesar una forma de vivir en las preguntas, sabiendo que en el fondo, en medio del set, con los problemas de cada rodaje, con los mismos miedos e incertidumbres, todos nos acompañamos en el mismo sueño.


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