El perfecto oxímoron de Samanta Schweblin
Como si fuera una estrella del mundo rockero o un cineasta de renombre internacional que tiene demorado su último estreno, Samanta Schweblin generó muchísima expectativa en el ambiente literario alrededor de su nuevo libro, “El buen mal”. A principios de marzo, la notable narradora argentina radicada en Berlín lanzó la primera edición que se convirtió, como era de prever, en un éxito instantáneo.
Parte de una camada de excelentes escritoras nacidas en el país que componen, entre otras, Agustina Bazterrica, Tamara Tenembaun, Mariana Enríquez, Gabriela Cabezón Cámara, Dolores Reyes, Selva Almada, Camila Sosa Villada, Belén López Peiró; Samanta está un escalón por encima de todas ellas gracias a una imaginación inigualable, a una técnica literaria de intrincados movimientos y a una obra muy potente (valga la cacofonía), todavía en potencia.
“El buen mal” es el sucesor de “Kentukis”, la novela distópica que en 2018 consolidó a Samanta en el lugar de privilegio dentro de la literatura hispana al que había llegado con “Distancia de rescate”, su primera novela, editada cuatro años antes. Y retoma el cuento como género de expresión diez años después, tras el imprescindible “Siete casas vacías”.
En su nueva obra la autora presenta solo seis cuentos que da tan potentes, de tan perturbadores, parecen el doble. En ellos, Schweblin vuelve a instalarse en muchos de los temas que trató en “Distancia…”, que tiene una película en Netflix que no respeta ni el espíritu ni el ritmo conseguidos en el libro. Las relaciones familiares, la muerte, los animales, la contaminación humana, las enfermedades, la soledad y las fallas en la comunicación son elementos que están a lo largo de toda la obra de la argentina.
El gran mérito de Samanta radica en la elección siempre correcta del rumbo que puede tomar una historia determinada a partir de un disparador. La sensación que le queda al lector es que la escritora los conducirá, sin margen de error, por el mejor camino, que no siempre es el más feliz, ni el más deseado, ni -mucho menos- el más obvio. El sendero que sigue, de entre la infinita cantidad de posibilidades, es el que mejor le queda a la historia contada.
En “William en la ventana”, el tercer cuento del libro, que Samanta calificó como lo más autobiográfico que escribió en su carrera, una escritora le pregunta qué es lo que más le gusta de su marido. Al difícil interrogante, ella responde que es la marca de la mano en el azulejo del baño que deja su pareja cada vez que se apoya para hacer pis.
Además de ser una respuesta muy original que está desarrollada en el resto del cuento, la imagen abre una gran cantidad de posibilidades de prosecución. Como casi siempre, Schweblin consigue el golpe certero y la vinculación inesperada, sobre todo si se tiene en cuenta que el William del título es un gato que vive en Serbia.
“Bienvenida a la comunidad”, el primer cuento de “El buen mal”, empieza con la descripción detallada de la inmersión al lago de una mujer que quiere suicidarse. La culpa y la maternidad -otra vez, como en “Distancia…”- conviven en una narración ágil que podría linkear con el segundo relato, “Un animal fabuloso”, sobre un caballo callejero y una muerte cercana.
El cuarto cuento, “El ojo en la garganta”, es el más perturbador del libro. Otra vez el concepto de distancia de rescate -la distancia que una madre considera que es la prudente para rescatar a su hija en caso de una amenaza- se materializa y llega a un punto difícil de explicar sobre todo si se tiene en cuenta que quien lo escribió no tiene hijos.
Para el final, Schweblin se dejó “La mujer de Atlántida”, de nuevo sobre la familia, la infancia y la muerte; y “El Superior hace una visita”, de nuevo sobre la relación madre hijo, las enfermedades y la muerte. Ambos, el segundo más que el primero, tienen acercamientos al policial.
Una buena manera de describir la personalidad de Samanta, toda una incógnita debido a sus escasas apariciones públicas, se puede buscar en X, la red social en donde un usuario inventó la muerte de la escritora en febrero de este año. Como pasaron muchos meses sin que Schweblin postee, alguien publicó la noticia falsa. En ese momento, la escritora regresó a la red social para desmentirla. “Porque no estoy más por acá es que puedo asegurar que estoy más viva que nunca”, dijo.


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