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Un complejo aprobado por la ONU para presos con condena firme

Por redacción
| 20 de julio de 2014
Entrada. Para llegar a la penitenciaría hay que recorrer 9 kilómetros de tierra una vez que se deja de circular por la ruta nº 46.

El Complejo Penitenciario Pampa de las Salinas es conocido popularmente como La Botija, debido a que queda a sólo 10 kilómetros del paraje que lleva ese nombre. Es una cárcel de mediana y máxima seguridad, un ambiente austero, de encierro, con amplias medidas de precaución para evitar fugas, con una notable evolución edilicia y tecnológica respecto de las prisiones tradicionales.

 

Dos días por semana el Gobierno se hará cargo de llevar a las visitas de los detenidos. Será los sábados y domingos.


 El monitoreo visual es constante, hay una separación adecuada entre pabellones y también de los sectores según su seguridad, sensores de movimiento para detectar cualquier anomalía, cerraduras electromecánicas a distancia y el tradicional sistema de esclusas en todas las puertas (no se abre una hasta que se cierra la anterior), para impedir que cualquier negligencia o error provoque un problema inesperado.

 


Ningún detalle escapará a la vista de los guardias, que tendrán a mano todas las herramientas para evitar desmanes, peleas o discusiones porque el software es de última generación. Cuentan en total con 116 cámaras de vigilancia más siete domos que giran 360 grados. Hay tableros enormes en los que se observa todo el plano de la cárcel y se encienden luces de colores que marcan la presencia humana y los desplazamientos. También están las siete torres de vigilancia establecidas en el perímetro desde las que se observa todo el complejo.

 


Luego de atravesar el portón principal, el primer edificio que aparece es el de Servicios Generales. Varias oficinas y salas en las que hay locutorio (el sector donde los internos pueden hablar, vidrio de por medio, con sus abogados), capilla, salones de visita, escuela, talleres, cocina, lavadero y un centro de salud con enfermería, sala de rayos equis, de curación, consultorio, odontología e internación, más un espacio para aislamiento en caso de presentarse alguna enfermedad contagiosa.

 


Luego de recorrer dos esclusas con el sistema ‘aguas abajo’, que significa que la apertura de puertas es siempre hacia adelante y a la vista del operador que queda detrás, están los pabellones de máxima seguridad. Son dos módulos de cuatro, con 24 celdas cada uno, lo que permite albergar a 192 reclusos. La primera de cada sector está equipada para recibir a discapacitados. Son espacios de nueve metros cuadrados que tienen una cama metálica, dos estantes para ropa y un baño con equipamiento antivandálico, de acero macizo tanto el inodoro como la pileta, que se acciona con un botón. En el fondo cuelga un espejo. Cada celda tiene un número con el que se identificará al preso.

 


En el espacio común hay mesas con taburetes amarrados para compartir las comidas y espacio para colgar un televisor. Frente a las celdas están las duchas y más piletas. Y un poco más allá un patio interno, de altas paredes pintadas de colores flúo (dos pabellones verdes y dos anaranjados), pero sin techo. Es el único espacio para ver y recibir un poco de sol. Todos los sectores están calefaccionados con losa radiante.

 


 El complejo está certificado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) porque cumple con su protocolo, que entre otras cosas establece que debe haber un preso por celda y éstas deben tener al menos ocho metros cuadrados.

 


El sector de máxima seguridad, que como todo el resto no posee barrotes, está rodeado por una doble hilera de alambrado perimetral con sensores de contacto al más mínimo apoyo. La que da al exterior tiene además alambre tipo concertina, con cuchillas de doble filo. Está enrollado sin tensionar, para que no lo afecte cualquier intento de corte. La misma disposición y calidad de construcción tienen los pabellones de menores (18 a 21 años según la ley), en los que caben 24 internos, y el de mujeres, preparado para una docena de personas.

 


El edificio será ocupado en forma progresiva. Según Oscar Papaño, jefe del Servicio Penitenciario, primero llegará el personal para familiarizarse con las innovaciones tecnológicas. Muchos ya fueron capacitados y continúan los cursos sobre requisas de visitas, ya que habrá scaners para revisar pertenencias y detectores de metales a través de pórticos. “Buscamos lograr una situación normal y no traumática en el ingreso", dice Papaño.

 


La mayoría de los agentes será de la zona, ya que el Gobierno sumó efectivos de los departamentos Ayacucho y Belgrano, para evitar el desarraigo familiar. También, para los familiares de los internos está garantizado el transporte hasta Pampa de las Salinas. “No se perderá el vínculo necesario con la familia,  que hace a la reinserción social del interno”, aseguró el jefe penitenciario.

 


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