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Calmar la sed del oeste puntano

Por redacción
| 24 de agosto de 2014

Desde el corazón del departamento Belgrano, a las puertas del Dique Nogolí, se desprenden las venas y ramificaciones que llevan el agua de la cumbre de las sierras a más de 40 localidades y parajes. El tramo central llega hasta “Los Araditos”. Allí el acueducto toma tres caminos distintos: hacia el norte hasta llegar a Balzora y Balde de Azcurra, al oeste que pasa por Santa Rosa del Gigante, San Pablo hasta Cabeza de Vaca, y rumbo al sur en dónde pasa por Alto Pencoso para terminar en el límite provincial, a las puertas del Desaguadero.

 

Ya se han licitado 28 plantas potabilizadoras y la mayoría terminarán de construirse este año, pero para que empiecen a funcionar, el conducto tendrá que pasar a manos de San Luis Agua.


El recorrido empieza en los ríos Los Molles y Chico, que entregan en promedio unos tres hectómetros por segundo al dique. Esta obra de ingeniería se erige en altura y está rodeada por las sierras, con un área de cuenca de 182 kilómetros cuadrados capaz de contener 22 hectómetros cúbicos, es decir unos 20 mil millones de litros o para visualizar mejor, un lugar en donde podrían entrar unas ocho mil piletas olímpicas. Una cifra muy difícil de dimensional.

 


Pero este valioso tesoro, no sólo fue hecho para refrescar el imponente paisaje de las sierras centrales y atraer el turismo, sino también para abastecer con agua al oeste puntano, desde Belgrano hasta Ayacucho y hacia el sur hasta tocar el departamento Pueyrredón. Una vía para llevar al progreso a las zonas más áridas de la provincia y para potenciar la capacidad productiva del oeste puntano.

 


“Estás hablando de un área de influencia de 770 mil hectáreas”, aseguró el jefe de Subprograma de Grandes Obras Hídricas del Ministerio de Hacienda, Aníbal Falcón, que agregó que la obra costó 172.997.439,83 de pesos. La cañería que se desprende del pie del dique extrae unos cien litros segundos, que pasan por una planta de filtrado, hasta llegar a dos cisternas que almacenan unos 2.200 metros cúbicos.

 


Este paso es fundamental porque tiene varios propósitos: por un lado,  el prefiltrado cuida los elementos mecánicos del acueducto porque evita que las cañerías se llenen de tierra, rompan válvulas, entre otros inconvenientes. Por el otro, “es el trabajo previo que facilita y ayuda a la potabilización posterior para uso humano”, indicó el ingeniero.

 


Ese es el inicio de los 660 kilómetros que aún le quedan al agua por recorrer. Viaja por gravedad. “En ningún caso se usan bombas para llegar a los extremos. Eso es un beneficio de la topografía local”, agregó aunque detalló que por esa razón también tuvieron que poner válvulas para regular la presión en las cañerías, porque trasporta agua desde una altura de  871 metros sobre el nivel del mar -la altura del pie del embalse- hasta  un nivel tan bajo como los 430 metros que tiene la localidad de Balde de Azcurra o las Salinas del Bebedero.

 


Así, el agua pura de lluvia que corre por los ríos de las sierras, pasa por el dique, se filtra en la entrada del acueducto y sale para llegar con fuerza  a zonas rústicas y desoladas, en donde hay escasez de agua o en donde quizás la que hay disponible no es apta para el consumo humano.

 


Arraigo rural y el progreso económico 

 


En realidad, el espíritu del acueducto fue justamente desarrollar un departamento que no había crecido al mismo ritmo que lo hizo la provincia. De hecho, en el último censo demostró que hubo un descenso poblacional tanto en Belgrano como en San Martín (Ver Otro Acueducto para el progreso…).

 


De ahí que sobrará con que el 20 por ciento del agua del acueducto sea destinado para el consumo humano –previa potabilización-. “Estos acueductos vienen a hacer un aporte para ayudar al desarrollo económico y al arraigo rural de la gente que habita estas localidades. Con ese porcentaje se puede llegar a más de las 3.500 personas que habitan los pueblos que atraviesa el acueducto”, explicó Falcón.

 


El resto podrá usarse para la ganadería, con un leve margen con restricciones para el riego. Según señaló el ingeniero, el ochenta por ciento sobrante tendrá un potencial de producción de hasta 77 mil cabezas, un cálculo crudo que no tiene en cuenta las aguadas adicionales ni los reservorios de los campos particulares. Por supuesto que el aprovechamiento depende de cada establecimiento, su infraestructura y disponibilidad de pasturas, pero a simple vista el dato revaloriza una región árida y rústica.

 


“Es una obra largamente esperada. No puedo disimular que soy agropecuario y que esta obra va a ser muy interesante para el desarrollo del noroeste, porque nos va a permitir usar el campo, cualquiera sea la dimensión, todo el año”, aseguró Guillermo Belgrano Rawson, miembro de Cambio Rural y ganadero del departamento Belgrano.

 


Para él, la zona es “potencialmente importante” para la cría de hacienda. Sin embargo, por la falta de infraestructura, actualmente tiene un déficit productivo muy grande. “Hay índices muy bajos de preñez y el departamento tiene los índices más bajos de producción de carne, que está en los cinco kilos por hectárea”.

 


Por eso detalló que para que haya un salto cualitativo en lo económico tiene que combinarse con un adecuado manejo de los pastizales naturales. “Ésa es una tarea pendiente de los productores y el Estado. Son tierras muy frágiles y el material forrajero es tan malo que muchas veces los esfuerzos se minimizan”, comentó.

 


Además, consideró que el cambio va a llegar pero va a ser lento, porque  “la mayoría de los campos de este departamento son de pequeños productores que no tienen el respaldo para hacer las obras necesarias para complementar el acueducto”.

 


En ese sentido, otro productor de la zona de Jarilla coincidió en que el acueducto “viene a saldar una deuda pendiente a todos los puntanos que vinieron a poblar los campos del oeste, décadas atrás”, aunque dijo que quizás el impacto no sea inmediato. “Tiene que combinarse con otras estrategias complementarias de infraestructura para que nos ayuden a no abandonar estos campos. Desde ya, el acueducto es bienvenido. Ojalá pueda ponerse en funcionamiento y seguir en marcha con una buena gestión que lo mantenga para que podamos proyectar a largo plazo”, sentenció.

 


Piedras en el camino

 


La construcción del acueducto comenzó hace unos años. Recién volvió a retomarse a fines de 2011. A partir de ese año, la Unión Transitoria de Empresas (UTE) de Rovella Carranza y Green, las encargadas de llevar adelante la obra,  fueron cumpliendo distintas metas. La obra terminó a fines de 2013. Sin embargo, si bien los vecinos y productores vieron llegar el tan valioso recurso, aún no pueden usarlo porque a la megaobra todavía le falta pasar una etapa: el período de prueba.

 


“Aún no se hace el traspaso oficial de las constructoras al Estado porque estamos evaluando que todo esté en funcionamiento. Es un período en el que se prueba la estanquedad, las presiones, se controla en algunas válvulas se hace correr el agua para limpieza”, explicó el ingeniero del Ministerio de Hacienda, Aníbal Falcón.

 


Para que Obras Hídricas reciba el acueducto, tiene que estar en funcionamiento al cien por ciento. De ahí que hacen las verificaciones para corroborar que se hayan cumplido las exigencias del pliego de licitación. Pero esta etapa viene demorada. De hecho, ya pasaron ocho meses desde la finalización de la obra.

 


“Antes de que recibamos el acueducto, se nos pidió que la supervisemos durante un tiempo”, aseguró el ingeniero Antonio Benticuaga, gerente operativo de San Luis Agua. Y ahí, de a poco, empezaron a detectar una serie de problemas: “Estamos viendo una infinidad de roturas. Hay problemas con las pendientes del terreno, que son muy grandes, que llegan a los 170 metros de altura y agregan 170 kilos de presión en las tuberías; se tuvieron que poner cámaras rompecargas, válvulas reguladoras y calibrarlas”, detalló. 

 


Además, hubo otros inconvenientes. Muchos vecinos vieron que el agua llegaba a sus campos, y en época de sequía metieron mano para aliviar la falta de agua. “Nosotros entendemos la ansiedad, pero esto dificulta el traspaso final, porque abren las llaves y no saben cómo funcionan, rompen candados para abrir las cámaras,  han tocado las válvulas de manera inadecuadas, han hecho pinchaduras y otras cosas que rompen el caño quizás no en ese punto, pero sí kilómetros abajo”.

 


Con todo esto, a ocho meses de terminada la obra, todavía “no ha pasado una sola semana en que el acueducto haya funcionado correctamente”.  Cada dos o tres días aparecen fallas, que en algunos casos implican el cambio total de uno de los caños: “Tenemos que cortar ese tramo, cambiar los tubos, poner los nuevos que miden seis o siete metros, encastrarlo con el conducto, y todo eso lleva tiempo”, explicó Benticoaga.

 


Para el ingeniero, si reciben la obra bajo estas condiciones, el mantenimiento de arranque le va a exigir a San Luis Agua un “esfuerzo muy grande, le va a desligar responsabilidades a la constructora y nos va cargar a nosotros. Y ese no es nuestro trabajo. Nuestro trabajo es distribuir el agua y hacer que llegue a los vecinos de la provincia”, comentó.

 


Señaló que el tramo más complicado es el “Troncal I”, porque es el que mayor presión tiene. El problema es que es el que distribuye el recurso hídrico al resto de los ramales y, en caso de inconvenientes, afecta inmediatamente al resto del trazado.

 


Agregó que aunque técnicamente su grupo de control no está convencido de que “esté andando como corresponde”, dio un guiño y dijo que quizás en cuarenta días lleguen a terminar de pulir todos los inconvenientes, para recibir la obra de la UTE y empezar a operar el acueducto.

 


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