Hugo Varela llenó sala en San Luis

Las funciones a sala llena de Hugo Varela en su gira sanluiseña, honraron su título oficial.
En su show, “Explosivo”, apeló a un humor apto para todo público, lo que permitió el ingreso a menores, lo que destacó apenas prendieron las luces en la sala, a pedido suyo, porque quería ver las caras de su audiencia, “éste es un público lindo, bueno, sin entrar en detalles” peleó.
El gag de la falla técnica con micrófono al aire disparó las primeras risas, y el telón abierto antes de tiempo mostró al dúo “Los gorgojos” (Lucas Varela y “Tato” Cayón), los asistentes que eran nexo entre las escenas, terminando detalles del decorado.
Alto, flaco y barbudo, la única maldad de este "Rasputín" del buen humor era para consigo mismo, o con algún incauto, pero por el bien de la risa. “¿Ustedes se preguntarán porqué se llama ‘Explosivo’ el show?”. La respuesta se descubriría al final.
“Gracias por venir al teatro, si es por mí: ¡ni mamado vengo!”, se sinceró. En su nuevo espectáculo, el humorista cuenta con la participación de “Tato”, y su hijo Lucas, que le daban aire al acto mientras se perdía detrás del tablado. Como con los “Globerwindows”, unos viejos acróbatas con una rutina de hace 60 años (por eso son “acróbatas viejos”).
El humor es una pantalla, sólo quería vender su libro de “explotaterapia”, y con las bolsas de papel que entregaron con el programa, hizo una terapia de relajación. Después se explayó sobre las mujeres que cocinan poco o nada, y compran libros de cocina moderna para mujeres fáciles, “no: es al revés”, aclaró.
Los de la primera fila fueron el ejemplo a seguir por el resto de la concurrencia, y con todos hizo ejercicios para soltarse, cantó boleros y las maracas fueron las gargantas populares.
Declaró su odio a los cantantes melódicos carilindos, “ponete en mi lugar” aclaró como si hiciera falta. Y con ayuda del hip hopero la gente se prendió a las señas.
Amo y señor de la pausa, ocupaba el silencio con gestos, que lograban el cometido de un buen remate, de repetidas risas con tos y muchos ojos llorosos con pañuelos al auxilio. Satán era la palabra clave (trampa) para que el público se desmayase como castigo por los que llegaron tarde. Hubo dos butacas vacías (que no se llenaron nunca) y lo preocupaban.
Tampoco faltaron sus instrumentos estrambóticos, como la primera flauta capicúa. El luthier también usó el paraguas-silbador, una mini-guitarra y el guitarrón.
En un sketch volvió guapo, pero como tanguero no de fachero, y cantó del romancero malevo “Cómo ha cambiado mi barrio” y la “Milonga dadá” (con dos sílabas iguales). Un espectador que conocía el repertorio se las recitaba a su pareja. “¿Están ahí todavía?” consultó, asustado ante un silencio que quedó pendiente de remate.
El cierre lo tuvo como hombre bala, arriesgando su vida y la de los presentes, “¡porque este cañón explota para cualquier lado!”, advirtió. Y así fue, el hombre salió despedido y volvió rengueando. En la recta final utilizó la “guitarracordeón” a puro cuartetazo y el coro gritando “guacantá” con tonada cordobesa.
La tribuna pedía más y volvió. “Voy a cantar otra porque soy débil de carácter”, y todos se coparon con los coros del himno inmortal: “Corbata Rojo Punzó”. La sala se desalojó al ritmo del tunga tunga.
Hugo es tal cual se lo ve en escena, tranquilo, divertido y sencillo, tanto que al terminar de cambiarse salió por el Hall de entrada, donde lo esperaban varios, y con ellos dialogó, se sacó fotos y abrazó como si los conociera desde siempre. O tal vez desde una hora atrás, cuando ellos mismos le llenaron el espíritu de aplausos.