Hay tantos interrogantes abiertos sobre el asesinato de Eduardo Mario “Cusa” Morales como impunidad. Sin embargo, en estos casi 13 años, los investigadores y peritos arrimaron algunas certezas. Una es que lo habrían matado en las últimas horas del jueves 25 de julio de 2002, posiblemente de noche. Lo degollaron. Por el tipo de herida, presumieron que estaba parado o en cuclillas, con el torso inclinado hacia adelante y un poco hacia la derecha. Estimaron que tenía el vientre apoyado en el borde de un recipiente –un tacho, por ejemplo– o una superficie plana. Concluyeron también que estaba vivo cuando le arrancaron la cabeza a tirones. Murió desangrado por la decapitación. Luego le cortaron el pene.
“Cusa” no se defendió: no tenía lesiones que lo indicaran. Calcularon que no intentó salvaguardarse, pues fue sorprendido. Además, estaba muy alcoholizado. Tal vez el o los homicidas lo hayan hecho beber a propósito, para no tener resistencias.
Por la magnitud de la tarea criminal, estimaron que actuaron cuanto menos dos personas. Y presumen que son lugareños: arrojaron el cuerpo en un campo situado cuatro kilómetros al oeste de Santa Rosa del Conlara, a unos tres mil metros del balneario. “Cusa” solía ir a ese monte a juntar la leña que después vendía. De eso vivía. Según los especialistas, no lo ejecutaron allí. Ése fue sólo el sitio donde depositaron el cuerpo mutilado.
Quien hizo el estudio que permitió llegar a esa conclusión fue el doctor en biología Néstor Centeno, de la Universidad Nacional de Quilmes. Trabajó con la colaboración de su colega Bárbara Espeche, en ese momento perito de la Policía Provincial. Hicieron una prueba con carne de cerdo, cuya piel es similar a la humana. Comprobaron que en el campo donde encontraron el cadáver las piezas se descompusieron de modo más rápido que en un sitio cerrado. Razonaron, entonces, que los restos de la víctima estuvieron escondidos en otro lugar. Las livideces permitieron inferir que antes de que pasaran 18 horas de su muerte, lo colocaron en dos posiciones distintas.
Días después del crimen –presumen que fue la madrugada del domingo 28–, lo cargaron en un vehículo, lo tiraron, lo arrastraron un par de metros, le bajaron los pantalones y lo dejaron a la intemperie. Ese día, cerca de las 12, un lugareño que recorría la zona se topó con él. Estaba a unos 400 metros de la casa rural de la familia Sierra, ahora libre por el beneficio de la duda. La cabeza –o lo que quedaba de ella– apareció el 20 de agosto, a un kilómetro de donde estaba el cuerpo. El órgano sexual nunca fue hallado.
“Cusa” pasó toda su existencia en Santa Rosa del Conlara. Era el segundo de cuatro hermanos, todos hijos del carpintero Ramón Vicente de San José Morales y de Juana Rosa Rodríguez. No sabía leer ni escribir. A la tercera, se venció: abandonó la escuela luego de repetir tres veces el primer grado inferior. Tenía un retraso madurativo que lo hacía tener, aún a sus 45 años, reacciones propias de un niño. Si en algo coinciden los vecinos es en que no tenía maldad, era inofensivo. En eso, y en que no merecía morir.
Esa insuficiencia mental, sumada a ciertas carencias, marcó su vida y vinculaciones. A los 12 años tuvo que salir a ganarse el pan. Trabajó en dos corralones del pueblo, uno era de los Sierra. Mario Morales no se fue en buenos términos del negocio de ellos: según algunos testimonios, trabajaba por la comida y a veces no se la daban. Un amigo declaró que "Cusa" le dijo que en una oportunidad Javier Sierra, el hijo del patrón, le había tirado aceite caliente. Cuando lo mataron, él ya vivía de la venta de la leña que recolectaba y de hacer changas: cortar el pasto, limpiar algún jardín, bajar alguna carga, hacer un mandado.
El hallazgo de sus restos echó a rodar versiones sobre el móvil y nombres de presuntos autores. Un rumor indicaba que había policías implicados en el crimen. Al final, perdió fuerza. Pero lo que no aminoró fueron los cuestionamientos de los vecinos a los uniformados por la falta de resultados, por el no esclarecimiento del caso.
Hay una fecha que en el pueblo no se olvida: el día que apareció la cabeza de la víctima. Una multitud se plantó frente a la Comisaría 25ª, en una esquina de la plaza principal de la localidad. Apedrearon con furia la seccional, quemaron cubiertas y casi dieron vuelta un patrullero estacionado en frente. El jefe de la dependencia era el comisario Jorge Palma.
La gente también se manifestó marchando por las calles del pueblo. Más de una vez, inclusive, se movilizaron desde la localidad hasta el juzgado de Concarán, para hacerle sentir su reclamo al juez Penal Guillermo Gatica, hoy integrante de la Cámara del Crimen Nº 2 de Villa Mercedes. Aunque buena parte del expediente se engrosó con las pruebas que él ordenó, claramente entendió que no había elementos suficientes para disponer algún arresto.
A fines de 2010, después de leer todos los cuerpos, sumar prueba y sopesarla, la jueza que lo sucedió, Patricia Besso, consideró que correspondía ordenar la detención y el llamado a indagatoria del dueño del corralón, Mario Sierra, de su mujer, Susana Elena Ramos de Sierra, y de su hijo Javier. Todos llegaron a juicio, pero sólo madre e hijo fueron condenados. En diciembre de 2012, el jefe de la familia fue absuelto por el beneficio de la duda y recuperó la libertad.
Según se reconstruyó en el debate, la relación laboral entre Mario Morales y sus patrones había concluido en malos términos y él había entablado una demanda laboral contra Susana y Mario. Pero ese conflicto de trabajo, en realidad, no habría sido el motivo de la aversión que la mujer, en particular, sentía por la víctima.
“Cusa” era homosexual. Y, según las averiguaciones, se había obsesionado con Javier. Un año y medio antes del crimen, Mario le había comentado con preocupación al comisario Gregorio Páez, por entonces jefe de la comisaría del pueblo, que su empleado quería llevar a su hijo “por el mal camino”.
Un año después de ese comentario, Susana denunció a Morales de apedrearle el auto. Pero el comisario Páez notó que la abolladura parecía antigua. En esa ocasión, ella dijo que estaba harta de los acosos de “Cusa” a Javier y que les iba a poner fin de algún modo. El mismo día, según recordó el jefe policial, la víctima y otro hombre que andaba con él por el callejón que conduce a la casa de campo de los Sierra, aseguraron que Susana los había querido atropellar con el auto.
Morales recorría a diario ese camino. Creen que si bien iba a recoger leña, era una excusa para asediar a Javier. Ésa fue, según la Cámara del Crimen de Concarán, la razón por la que Susana decidió matar a Morales, arrastrando a Javier en su plan. El tribunal les dio prisión perpetua. Hace un año, Susana accedió a la prisión domiciliaria, para cuidar de dos hijos discapacitados. Sólo Javier permanecía encerrado, hasta ayer.
Lo cierto es que el paso del tiempo no ha menguado la inquietud que provocan las preguntas sin respuestas: quién mató a “Cusa” y por qué lo hizo.
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