Vivimos la pasión de los "Millonarios" de San Luis

Se juntaron para esperar la caravana rojiblanca que al filo de las 23 partiría de Tomás Jofré, en el corazón central del club GEPU, hasta plaza Pringles, para festejar la clasificación a cuartos de final de la Copa Libertadores. El pasaje conseguido en la casa de su rival de siempre... En eso andaba el pensamiento de los hinchas de River cuando a las 20:30 comenzaron a llegar al salón de pelota a paleta.
El lugar de encuentro riverplatense fue un amplio espacio con pantalla gigante en la pared de frente, una bandera de la anfitriona “Filial Juan Gilberto Funes”, con el logo del club dentro del contorno de la Provincia de San Luis, en el extremo izquierdo, y el rostro dibujado del “Búfalo”, en el derecho. Muchas sillas en las primeras filas y más filas humanas, algunos sentados y la mayoría de pie, cual si fuera la tribuna popular que da al Río de la Plata.
Raúl Puerta administra un esmerado, pero a la vez medido, servicio de cantina. Hay poco más de doscientos hinchas. La mayoría promedia no más de veinte años. Hay grupos de chicos y otros de chicas, parejas, amigos del trabajo y del barrio, familiares.
Es verdaderamente una banda. Bombos y redoblantes. No paran de cantar. Apenas detienen un segundo cuando a los 9 minutos Driusi gira en el área, desacomoda a la defensa y remata alto.
Se va el primer tiempo sin pena (apenas mete suspenso un remate de Osvaldo a las manos de Barovero) ni gloria.
En el entretiempo todos afuera. A seguir cantando mientras algunos apuran un choripán. Las gargantas se lubrican para el segundo acto.
Pero el segundo tiempo apenas sirve para abrir otro lamentable capítulo del fútbol argentino.
“Alguien abrió la manga y tiró una bomba de gas pimienta cuando River estaba por salir a la cancha”, dice Maxi Gómez (23), vicepresidente de la filial, quien llegó hace instantes porque estaba trabajando en el parque industrial. Su novia, paciente por él pero impaciente por River, lo esperaba junto a la puerta de acceso.
El sonido de la tele es tapado por la banda que sigue tocando y cantando. Algunos tienen radio y transmiten lo que se dice al que está al lado. La mayoría prefiere seguir cantando. Cual si fuera un festival de rock; hasta se arma un pogo “Millonario”.
A las 23:20 el silencio gana la escena. Se prenden las luces, hasta entonces tenues, y se apagan las gargantas para escuchar que el partido se suspende, no sigue, se acabó sin terminar.
Se van todos, o casi todos. Los integrantes de la filial, que preside Jorge Pereyra (42) y que es oficial desde hace siete meses, se quedan a juntar lo que parece ofrenda a la Difunta Correa, y también a acomodar las sillas y limpiar el lugar.
Todos se van tranquilos…. No, no es tranquilidad, en realidad se van con rostros que no demuestran estar sorprendidos.
No hay nada para festejar, ni siquiera hay fastidio por una supuesta alegría ajena.
¡No es que en fútbol y en la Copa se gana o se pierde, porque aún si hay empate uno sigue y otro queda en el camino!
Cómo es que se van caminando a la plaza Pringles y en el santuario de las celebraciones populares de los puntanos no hay nadie. “Ni ellos, ni nosotros”, dicen Gabriela y Anita… ni azul y amarillo, ni rojo y blanco. Perdieron los dos.
Les dije que la mayoría de los doscientos hinchas de River, que desde hace tres partidos se juntan en el GEPU del centro, promedian veinte años. Ellos no están sorprendidos —también les dije—.
Anoche lo supe... para ellos el fútbol que ven tiene cuatro resultados: se puede ganar… perder… empatar… y también se puede suspender. Es el fútbol del Siglo XXI.