SAN LUIS - Miércoles 08 de Mayo de 2024

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Agua, ese derecho vital

Por redacción
| 06 de septiembre de 2015
El Gobierno construyó 25 plantas potabilizadoras en tres departamentos del noroeste provincial.

Para quienes viven en las ciudades, abrir la canilla y que salga agua es lo más normal del mundo. Tan normal que muchas veces no tomamos conciencia de lo valioso que es el recurso y de los cuidados que hay que tener para no derrocharla. Giramos el grifo, usamos y cerramos. Incluso lavamos el auto o regamos las plantas, encendemos el lavarropas y nos olvidamos porque se llenará de agua sin que lo notemos. Pero no todos nacen con esta posibilidad y no hay que irse muy lejos de San Luis para conocer historias de vida en las que el agua es casi una obsesión y un artículo de lujo.

 


Basta tomar la ruta nacional 147 rumbo a San Juan y hacer no más de 30 o 40 kilómetros, apenas pasando San Jerónimo, para apreciar el paisaje árido, la tierra cuarteada y la necesidad de contar con agua para vivir y para sostener pequeñas economías familiares basadas en la explotación de algún rodeo de cabras, un gallinero, un apiario o unas pocas vacas. Los animales necesitan agua y muchas veces se los prioriza por sobre el consumo humano, porque en ellos descansa la subsistencia.

 


Tránsito Moreno llegó hace 16 años a San Pedro con aspiraciones módicas: tener una vida tranquila y poder ejercer su profesión de gomero aprovechando el terreno que se compró a la vera de la ruta 147, por la que si bien el tráfico no es intenso, se pueden ver muchos camiones que van y vienen de San Juan a San Luis.

 


Como todos sus vecinos, está feliz de poder tener agua potable en la casita que tiene detrás de la gomería y que comparte con su pareja. Tanto que no tiene inconvenientes en dejar por un rato la cómoda posición en la que lo encontramos, sentado en una pila de gomas, para abrirnos la puerta de su hogar. Claro, va derecho a la canilla.

 


"Antes comprábamos el agua y la traían en camiones cisterna. No teníamos idea del origen, así que le poníamos lavandina a ojo y llenábamos una pileta que tenemos en el fondo", cuenta. Para sus magros ingresos, los $700 que debía pagar por un camión, que con suerte duraba un mes, eran un gasto enorme.

 


Ahora puede abrir la canilla de la cocina y disfrutar de un agua más pura, bien potabilizada y con excelente presión. Llena un vaso y le da a probar a sus visitantes, con la seguridad de que iban a aprobar el gusto. Y es así nomás, es agua corriente como la de cualquier casa de San Luis, incluso bastante mejor que la que viene en las épocas de lluvia.

 


"Antes nos arreglábamos con el camión y una represa pública, que tenía una bomba, pero había que acarrear los baldes hasta las casas. Y la del camión se nos pudría si por uno de esos milagros llegaba a llover", recuerda. Ahora todo eso es parte de un pasado que no volverá. "Es muy linda la sensación de tener agua permanente, bañarse como Dios manda. No es que estábamos sucios, pero costaba mucho más".

 


“Pueden estar sin comer unos cuantos días, pero sin agua ni uno”, reconocía un productor ganadero del sur de San Luis a este periodista en una visita reciente a Nueva Galia, cuando la falta de precipitaciones ya comenzaba a ser tema de conversación diario en el interior.

 


Pero por estos días hay sonrisas multiplicadas en ese oeste puntano en el que la lluvia es noticia cuando aparece porque suele retacear sus bondades durante meses enteros. El gobierno provincial ya tiene listas 25 plantas potabilizadoras de agua, a las que hay que sumar el arreglo de otras cuatro, una obra que permitirá que unas 300 familias rurales de los departamentos Pueyrredón, Belgrano y Ayacucho también puedan girar el grifo y ver salir agua en sus casas. El líquido sale del dique Nogolí y se transporta por el acueducto del mismo nombre a través de tres ramales troncales, que luego se van subdividiendo en conexiones más pequeñas, atravesando primero la ruta 146 y luego la 147, hasta las puertas de las humildes viviendas próximas a ambos trazado. La ejecución de esta obra demandó una inversión de $27.901.472 e incluyó la construcción de 44 kilómetros de cañerías de alta presión.

 


El origen de todas las cosas

 


El acueducto Nogolí abastece 658 kilómetros con agua cruda y filtrada, lista para potabilizar. Tiene influencia sobre 20 localidades de los tres departamentos, en una superficie estimada en 770 mil hectáreas. Tal como sale del lecho es apta para la hacienda y ahora, a partir de las plantas potabilizadoras, también para consumo humano. Tiene una presión de hasta 10 kilos por centímetro cuadrado en las zonas donde aprovecha las pendientes del terreno, y no menor a los dos kilos en ninguna parte del trayecto. Cruza la ruta 146 a la altura del paraje La Escondida para perderse rumbo al oeste, casi en el límite que impone el río Desaguadero, que separa a San Luis de Mendoza. El tramo 1 va del dique hasta Represa del Carmen, pasando por Los Araditos; el 2 cubre la región noroeste de la provincia y la 3 el centro-oeste hasta Desaguadero. Es una zona donde los años “buenos” caen 350 milímetros de agua como máximo.

 


El equipo periodístico de la revista El Campo hizo un recorrido completo de la ruta 147, desde la capital de San Luis hasta La Chañarienta, donde el trazado pasa a ser la ruta 20 y sigue hacia El Encón, en el límite con San Juan. A simple vista hay algo que modificó el paisaje. Parecen hongos blancos aquí y allá que sobresalen entre el paisaje chato, pleno de monte nativo, con vegetación achaparrada compuesta de breas, chañares y algarrobos sobre una superficie de tierra tirando a colorada a medida que nos acercamos al Parque Nacional Las Quijadas.

 


Esos hongos son los tanques de 4.000 litros de capacidad de las 25 plantas que instaló el gobierno. Están montados sobre una superficie de hierros cruzados, a unos 10 metros de altura para lograr presión en la caída. La construcción, que tiene un vallado de alambre tejido y un portón cerrado con candado, tiene además una sala de cloración en la que el proceso es automático, una cisterna, llaves de comando y, en algunos casos, un tanque adicional.

 


La camioneta del gobierno provincial en la que viajamos devora kilómetros y ni el paisaje ni las historias varían.

 


La memoria de Lucía Calderón guarda pocas cosas que no tengan que ver con el paraje San Antonio. Es que la mujer llegó a los cinco años a este confín del oeste puntano y ya no se fue más. Por eso conoce de sobra lo que es vivir sin agua y, al revés de quienes vinieron de poblados más grandes, no tenía idea del confort que puede significar tener el líquido vital dentro de su casa.

 


"Mis padres eran hacheros, vine de muy chiquita acá y ahora estar viviendo este momento es increíble. Si mi papá hubiera visto la llegada del agua a su casa se desmayaba", reconoce con una sonrisa que parece eternizada en el rostro curtido por el duro sol y las tareas de campo.

 


Lucía tiene unas gallinas y un Plan de Inclusión que le permiten vivir con lo justo, por lo que gastar el escaso dinero en un camión cisterna con agua no era negocio. Ahora es otra cosa. "Traían el agua en los camiones o en carretela, para ahorrar combustible. Y la guardábamos donde podíamos: tachos, piletas o aljibes. Había que cuidarla mucho", dice la mujer, que luce una remera con la leyenda "Adolfo presidente".

 


Por ahora no hizo la conexión interna a su casa construida por gente de Inclusión, apenas tiene una canilla en la puerta, a la que el agua llega por una manguera negra. Pero parece ser suficiente para empezar con su nueva vida. "Sacó todo el tiempo de acá, porque la vivienda no tiene tanque en el techo y me falta una cisterna para guardar el agua. Para bañarme tengo un calefón eléctrico que se llena de arriba. Es más que suficiente".

 


En el mojón que marca el 859 está San Pedro, un paraje de no más de 70 habitantes de los cuales no se divisa ninguno porque el sol de las 9 de la mañana pega fuerte, a lo que hay que sumar un viento endemoniado que levanta remolinos de polvo. Allí había una planta potabilizadora, pero ya está en desuso porque con los años las cañerías de salida se fueron llenando de yeso y ya no tiene caudal. Además, el agua viene con algo de arsénico, por lo que es indispensable una potabilización prolija y con detalles, no basta con las gotitas de lavandina que suelen usar los vecinos.

 


En el confín del paraje, apenas a 300 metros de la ruta, está la primera planta que divisamos en primer plano. Todavía no hubo inauguración oficial e incluso las empresas contratistas están ultimando detalles y haciendo pruebas, pero el agua llega del dique y sale potabilizada rumbo a las casas. El agua cruda sigue siendo para los animales, por eso hay dos llaves distintas, una azul para la potable y otra roja. El compromiso del gobierno es llevar el agua hasta cada puerta, de allí hacia adentro se encarga cada familia de la conexión domiciliaria. Algunos tienen la habilidad para hacerlo por su cuenta, otros necesitan de la asistencia de algún vecino o bien un conocedor de los secretos de la plomería. Cuando la obra esté terminada, se la van a traspasar a San Luis Agua para su manejo técnico y administrativo.

 


Pendiente natural

 


“Todo se maneja por gravedad, no hay bombeo en ningún tramo. Aprovechamos los desniveles del terreno para llevarla del acueducto a los tanques y de los tanques a las casas”, dice Fernando Yanzón, del programa Grandes Obras Hídricas y guía de lujo de la recorrida.

 


Omar Ledesma es un optimista incurable, que vive al ritmo que le ofrece San Vicente, un paraje que está en el kilómetro 887 de la ruta 147. Hasta se da el lujo de bromear con su edad: "Tengo casi 80 en la espalda, pero apenas 32 en el pecho...", dice mientras ofrece un mate "cebado con agüita nueva", mientras cabecea señalando el tanque blanco que luce enhiesto a sus espaldas, detrás de la pequeña represita con la que juntó agua toda la vida, hasta hace dos meses.

 


"Había una represa a 12 kilómetros de acá, traíamos el agua en sulky, con unos tachos, y hasta en los hombros cuando era urgente. Pero era agua verde, la teníamos que purificar con hojas de penca", recuerda. Ahora, con la llegada de la planta potabilizadora, tiene lleno el tanque australiano del fondo de su casa. "De allí al aljibe y del aljibe al tanque de 500 litros del techo. Es una sensación nueva", reconoce.

 


Lo acompaña su suegro, Alejandro Lucer, que vive en San Antonio unos días y otros allí, en la casa de Omar. "Es una gran cosa el agua. La luz fue el primer progreso del paraje cuando llegó el tendido en los '90, y ahora esto. El gusto es muy lindo", califica cual si fuera un enólogo del H2O. "Se acabó eso de ir a buscarla a La Calera y pagar caro a los camioneros, ahora la tenemos dentro de casa. ¿Qué tal?".

 


Lorena Funes conoce lo que es vivir en una ciudad y contar con agua corriente en toda la casa. Ella es de La Toma y llegó a Hualtarán hace 17 años, siguiendo a su marido que es guardaparque en Sierra de las Quijadas. Esa mudanza implicó dejar atrás el agua potable y comenzar a depender de otras formas de subsistencia en un paraje que es conocido sólo por el parque nacional que tiene a sus espaldas, con sus riquezas antropológicas y las leyendas de los dinosaurios.

 


"El agua venía en una cisterna desde La Calera, el camión nos cobraba los 60 litros de gasoil que gastaba en llegar hasta acá, así que con cada aumento de la nafta, se nos encarecía el contenido, pero durante años fue la única manera de tener con qué bañarnos y hacer las cosas de la casa. El último camión lo contratamos en enero y nos salió 400 pesos, pero el agua no duraba ni un mes", relata Lorena, quien hace dos años encaró casi una epopeya comercial, teniendo en cuenta el lugar donde vive: puso un comedor turístico.

 


"Aprovechamos que viene gente al parque nacional para ofrecer el almuerzo, ya se hicieron famosos nuestros chivitos al horno de barro", pasa el aviso, mientras Ciro, su empleado, va prendiendo los leños con los que alimentará la parrilla. "El agua potable es sólo para uso familiar, la cuidamos mucho, para los baños y para regar usamos agua salada que tomamos de una represa que está a tres kilómetros. Nos cuestan 300 pesos los tres mil litros", detalla.

 


Para Lorena, el agua implicó un importante avance en las tareas domésticas. "Lo primero que hice fue comprarme un lavarropas automático, ese mismo día que nos habilitaron el agua potable", confiesa, mientras abre gentilmente la puerta de su casa para mostrar que es cierto, que no está exagerando. Para ella se acabaron los días de romperse las manos con la tabla de lavar.

 


"La cañería la instalaron hace dos años, pero teníamos agua dos o tres días y se cortaba, era frustrante. Claro, entendíamos que estaban trabajando, pero una vez que te acostumbrás la querés para siempre. Por suerte desde hace unos meses abrís la canilla y sale sin problemas", agradece. Ahora sólo falta la luz: "Tenemos un generador, porque sólo llega hasta San Antonio. Somos 20 familias que esperamos otro pequeño milagro".

 


El viaje sigue luego de unas fotos, pero la realidad es la misma: poca gente sale a nuestro encuentro, pero esos pocos, apenas preguntamos por el agua, camina presuroso hacia la canilla de bronce lustroso que tienen en la puerta, conectada a una manguera negra. Abren, ven el agua y sonríen. Para ellos es oro en estado líquido.

 


Parajes beneficiados

 


Pasamos por San Vicente, San Antonio, Bella Estancia, Hualtarán (la planta la levantaron dentro de Las Quijadas), Lomas Blancas y en la ruta 20 doblamos a la derecha como quien va para la cárcel de Pampa de las Salinas para internarnos en un camino de tierra en el que resalta el salitre que inicia en la reserva natural Quebracho de la Legua y desemboca en Santa Rosa del Cantantal, donde la planta está pegada a la escuelita. Se nota que debe ser peligroso en caso de una lluvia fuerte porque el agua se mete por los conductos que hacen los quirquinchos, pero no es el caso, porque la sequedad es lo que domina la escena en estos meses de invierno sin precipitaciones.

 


No hace falta seguir hacia el desierto blanco que se divisa más allá del complejo penitenciario de Pampa de las Salinas, ya metido en la difusa frontera que separa a San Luis de San Juan, no habrá nada distinto a lo que vimos, pero vale la pena nombrar al resto de los parajes beneficiados: Santa Rosa del Gigante, Naranjo Esquino, San Pablo, El Rambloncito, Represa Del Carmen, Cabeza de Vaca, El Balde, Las Lagunitas, El Ramblón, Tres Lomas, La Tranca, Puesto Balzora, Balde de Azcurra, La Salvadora, San Roque de Chipiscú, Santo Domingo, Chosmes, Alto Pencoso, Jarilla y Desaguadero.

 


Para todos ellos se acabó la odisea de esperar el camión cisterna, de sacar tachos y vigilar las pequeñas represas caseras o de simplemente mirar el cielo implorando por una lluvia salvadora. Ahora giran el grifo y sale agua, un acto que para el común de los mortales es de rutina y para ellos es una maravillosa y flamante novedad.

 


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