Nélida Mónica Quiroga tenía planificado cómo iba a pasar el Día de la Madre desde la tarde del sábado. Le había dicho a su yerno que el domingo, en el horario de visita a los pacientes de terapia intensiva, sólo ella iba a entrar a ver a Verónica. Quería pasar la única hora de visita, que el policlínico regional de Villa Mercedes permite por día para los pacientes graves, al lado de la joven de 35 años. Aunque ella no pudiera verla porque estaba sedada, ni pudiera hablarle porque aún no había recuperado esa facultad. Eso iba a ser de 15 a 16. “Nunca me hubiera imaginado que, en lugar de estar haciendo eso, iba a tener que estar sepultando a mi hija…”, le confiesa a El Diario. Lo que Nélida vive desde la noche del sábado, cuando los médicos le informaron que Verónica había muerto, le resulta tan irreal que tiene que recordárselo a cada momento para ubicarse en tiempo y espacio. No puede asumir que su hija, una mujer que vivía para su hijo, estudiaba porque quería progresar y nunca tuvo inconveniente con nadie, haya desaparecido de su vida de un segundo a otro porque el jueves 6, en uno de sus tantos viajes en bicicleta, dos “motochorros” intentaron robarle la mochila y, en el violento tirón, ella cayó y se fracturó la cabeza contra el asfalto.
El sábado, al caer la tarde, cuando Nélida compraba en el supermercado de su barrio sonó su teléfono. Atendió. Era un médico del policlínico regional. Le avisó que fuera urgente al hospital. Ella dedujo que el estado de su hija se había agravado, porque los especialistas le habían advertido que cuando la joven se descompusiera ellos iban a estabilizarla y después iban a llamarla por teléfono. Pero no creyó lo peor.
Al llegar al centro de salud, el personal de guardia le permitió ver a Verónica fuera de la hora de visita y comenzó a preocuparse. Pensó: “Mi hija está mal. Mi hija está mal…”. Cuando escuchó llorar a su hija Gabriela y salir a su nieto Marcos, el único hijo de la víctima, de la sala de terapia intensiva lo supo. “Vero” había muerto.
A las 21:45 sufrió una falla orgánica múltiple, detalló el subcomisario Martín Estrada, el jefe de la Comisaría 10°.
Cuando eso pasó, a Nélida se le vino abajo una de las pocas cosas que la mantuvieron en pie: la esperanza de que la joven despertara y saliera adelante. “Ella se complicó con el pulmón (derecho), porque de la parte neurológica estaba bastante bien. Movía las manos y las piernas. Le daban analgésicos y antibióticos, pero la fiebre no le bajaba” cuenta.
La ilusión de que se recuperara se fortaleció el martes, cuando Marcos entró a verla. El chico de 15 años le acarició el brazo y le dijo a su madre: “Vero, te amo. Vero, te amo”. Mientras repetía eso las palpitaciones de la mujer empezaron a acelerarse. Una enfermera le aclaró a Nélida que se quedara tranquila, que eso no era nada malo, su corazón se aligeraba porque sabía que el que la tocaba era su nene.
“Ella era una chica fuerte. No tomaba y nunca fumó. Entonces, pensé que eso le iba a favorecer el pulmón. Pero no…”, expresa.
No sólo era fuerte físicamente, también lo era en lo anímico. La mayor de seis hermanos. “Si tenía problemas con su marido o con alguien no los demostraba. Era callada. Reservada con su vida personal”, recuerda. Era una persona de pocas palabras, de respuestas cortas, pero concretas.
“Era tranquila. Sana. No se metía con nadie y sólo se dedicaba a su hijo”, agrega. Hacía dos años había empezado a estudiar a través del Plan PIE. Había terminado los dos últimos años del nivel primario que le faltaban y cursaba el secundario. “Quería progresar. Hoy (ayer) las compañeras y las maestras me decían: ‘Verónica tenía una fuerza de voluntad’. Le ponía mucho esmero, porque como tenía problemas de memoria se le complicaba cuando tenía mucho que estudiar. Pero no bajaba los brazos”, dice. Quería demostrarle a Marcos que si ella podía, él también podía. “Tenía un hijo y un futuro, y se lo truncaron”, asegura con la voz desgarrada por la tristeza.
De hecho, el jueves del arrebato fue atacada cuando volvía de la casa de una compañera. Se había juntado a estudiar porque al día siguiente tenía que rendir.
Un rato antes o un rato después -no pudo precisar- había estado en lo de su suegra, en el barrio Las Mirandas. La mujer le había pedido que fuera a ayudarla con un trámite. Alrededor de las 21:30 partió hacia su domicilio del barrio 960 Viviendas. En la solitaria cuadra de Guayaquil al 500 se topó con dos delincuentes en moto.
Según las averiguaciones, la joven circulaba a contramano, de norte a sur, y los “motochorros” lo hacían en sentido contrario. Aunque, en un principio, la Policía difundió que trataron de robarle la cartera, la madre aclaró que eso es imposible porque su hija nunca usó cartera. “Toda su vida se manejó con mochila. Tenía una que era negra y chiquita”, aclara.
Los investigadores dijeron que la tira del bolso se le enredó en el manubrio de la bicicleta y eso hizo que perdiera el equilibrio y cayera. Pero Nélida cree que es probable que Verónica se haya resistido al robo y, en eso, los ladrones le pegaron una patada en el pecho. Eso, para ella, explicaría la fractura del tórax.
Para la madre todos esos interrogantes quedarán sin respuesta con la partida de su hija. "Cuando me tranquilice, voy a ir a la Comisaría 10ª a preguntar cómo va la causa. No me voy a quedar con esto", asegura.
"A Vero ya no me la van a devolver. Pero, por lo menos, quiero que se haga justicia, que a esa chica de 20 años que tienen presa no la dejen salir más", comenta. Se refería a Celeste "La Piojito" Delgado, que junto a su amigo o novio de 16 años están imputados de haber atacado a Verónica y a otras dos mujeres en la calle.
"No me importa que tenga una nena de dos años y esté embarazada, porque para salir a robar no se fijó que lleva un hijo en el vientre", recalca.


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