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Maní, un cultivo no apto para cualquiera

Por redacción
| 28 de febrero de 2016
Ignacio Pernas alquila parte de su campo La Elisa para que el Grupo Cavigliasso haga maní.

Hay algo que está claro: el maní no es el cultivo más desarrollado en la provincia. Ese lugar de predilección se lo reparten la soja y el maíz, una realidad que se repite en el resto de la geografía argentina. Sin embargo, con el tiempo ha ido ganando adeptos que apuestan a sembrarlo y aunque la temporada pasada no fue la mejor, es una plantación sobre la que más de uno posó sus ojos. Para no ser menos, en la revista El Campo pusimos la mirada sobre el mundo del maní en San Luis, un fenómeno que tiene pros y contras casi al mismo nivel y que necesita de productores con ganas de arriesgar.

 

De las 350 mil hectáreas anuales que se hacen de maní en el país, 320 mil están en Córdoba. San Luis aporta entre 12 y 15 mil.


La del maní es una industria que apunta más allá de las fronteras. Casi el ciento por ciento de la producción se exporta a la Unión Europea y a Rusia. Argentina es el tercer vendedor a nivel mundial, detrás de China y Estados Unidos. De las aproximadamente 350.000 hectáreas que se siembran en el terruño nacional, 320.000 están dentro de la provincia de Córdoba, mientras que el porcentaje restante se divide entre La Pampa y San Luis.

 


Gustavo Del Bosco, asesor técnico de muchos productores de la región, afirmó que la superficie destinada a la siembra en San Luis se ha estabilizado entre las 12.000 y 15.000 hectáreas anuales. Sin embargo, la temporada pasada “fue especial porque bajó mucho la producción. Ha habido una reducción muy importante a causa de las desalentadoras perspectivas económicas que había antes de las elecciones, por el atraso cambiario y el incremento de los costos. Además en 2014/15 hubo una cosecha récord en China y Estados Unidos y eso hace que se depriman los precios internacionales de manera muy brusca”, explicó el ingeniero agrónomo.

 


De esta manera, en la campaña actual (2015/16) se sembraron 6.533 hectáreas, un número mucho menor al promedio, cuyo descenso se explica en la existencia de excedentes de producción del período pasado. “A las empresas maniceras les costó mucho vender y tienen stock que no comercializaron. Ellos planifican la superficie de siembra en función de lo que necesitan o de lo que van a poder colocar en el mercado. Si tienen mucho volumen acumulado del año anterior, al siguiente necesitan sembrar menos, para cubrir ese cupo establecido”, agregó.

 


A pesar de estas mermas, el maní ha ido ganándose un lugar entre los cultivos alternativos en los últimos años y San Luis se ha posicionado como un blanco al que apuntan las industrias maniceras para obtener su materia prima. El núcleo productivo en la provincia se concentra en el Departamento Pedernera, en los alrededores de Villa Mercedes, Juan Jorba y Justo Daract. “Los maniceros fueron probando hasta donde podían llegar con este cultivo. Hace algunos años se sembró hacia el oeste, pero en función de los rendimientos se volvió a esta zona que es donde existe un alto potencial para desarrollarlo. Después hay un bolsón aislado en el norte, en Quines, pero es bajo riego. Acá es en secano”, amplió Del Bosco.

 


El maní es una oleaginosa, es decir una planta de la cual puede extraerse aceite. Una de sus características distintivas es que el fruto crece de forma subterránea, encerrado en una cáscara que lo protege. Por ello, los agricultores prefieren los suelos blandos que permitan que el vegetal pueda profundizar sus raíces sin obstáculos y con mayor facilidad. Al ser arenosas, las tierras de la región se vuelven ideales para esta siembra y es uno de las razones que motiva a las empresas maniceras a invertir en San Luis.

 


“Además son cosechas muy limpias. No sale con tierra pegada como suele pasar en varias partes de Córdoba. De esa manera, llevás menos suciedad a la planta de acopio. La caja del maní también se desarrolla más grande porque no tiene impedimentos en el subterráneo y se desarrolla bien”, sostuvo Lucas Lepore, encargado del cultivo local de Maniagro, una de las empresas argentinas más fuertes en el rubro. A esas ventajas de la zona le sumó que el clima seco facilita el arrancado y la cosecha. “En años lluviosos, en Córdoba, el arrancado se complica porque hay mucho barro, cascotes que se hacen junto con el maní. En cambio en San Luis, si llueve cincuenta milímetros, al otro día se puede trabajar igual”, completó.

 


Por otra parte, Del Bosco dijo que “lo que se busca también es que tengan buenos niveles freáticos y que el agua esté cerca del suelo. Con la aparición del río Nuevo, las napas han aumentado y están a uno o dos metros de profundidad. Esto es beneficioso para el maní. De todas maneras, es una planta muy rústica, es decir que soporta períodos de sequía. La cutícula es gruesa y evita la transpiración”. Tal es así que su contextura le permite resistir eventos de granizo sin recibir grandes daños.

 


Los riesgos

 


A todas las facilidades que supone el cultivo del maní, se le contrapone un peligro que requiere atención y cuidados especiales. El ciclo dura alrededor de cinco meses, desde que se siembra hasta que se arranca la planta, se invierte para que el fruto se oree y hasta que finalmente se cosecha. Esa última etapa se desarrolla entre los meses de abril, mayo o junio, dependiendo del clima y de la fecha en la que se haya iniciado la siembra.

 


Lo que sucede es que luego de la cosecha, “llegan las épocas en las que habitualmente no llueve y en las que predominan mucho los vientos. Entonces si se deja el suelo desnudo se corre el riesgo de que se vuele todo y haga desastres en campos vecinos, o incluso en la ruta, como sucedió hace varios años”, explicó el agrónomo. 

 


Por ello, el Ministerio de Medio Ambiente, Campo y Producción regula la siembra de esta oleaginosa e impone una serie de requisitos para permitir a los productores incorporarla en sus suelos. Una de las principales exigencias es la realización de un cultivo de cobertura de manera obligatoria que disminuya los riesgos de “voladura”. “Es una técnica que se ha ajustado muy bien. Consiste en hacer un voleo de semillas de verdeo de invierno antes de hacer el arrancado. Entonces en el momento de sacar el maní, la tierra que queda suelta cae encima de las semillas desparramadas y las pone en condiciones de germinar. Después, cuando se seca el maní, ya va naciendo el cultivo de cobertura y el suelo no queda suelto”, detalló Emiliano Colazo, técnico en suelos del Ministerio del Campo.

 


Otra exigencia de la autoridad competente es que en un lote se puede hacer maní una vez cada tres años, para evitar daños en la superficie. El verdeo que más se utiliza para salvaguardar la tierra suelta es el centeno. Ante un suelo suelto con poca humedad, se arraiga muy bien por su rusticidad. Luego también puede ser aprovechado como forraje para hacienda. Realizar franjas de maíz que rodeen los lotes es otra técnica que suelen usar los trabajadores para disminuir el peligro. Cuando la planta alcanza altura se convierte en una barrera para el viento que impide que llegue a la tierra suelta y la vuele.

 


Por otro lado, una vicisitud que también hay que atender, es la necesidad de realizar rotación de cultivos. “Como el suelo queda muy suelto, no se puede repetir maní todos los años porque se iría agravando el problema. En agronomía se dice que el suelo va perdiendo estructura. Por eso, después del maní, hay que recuperar esas partículas con un cereal como el maíz, o algún verdeo de invierno”, aclaró Colazo.

 


“Uno tiene que tener en claro que hay que hacer un año maní y luego otra cosa: maíz, soja, trigo, lo que sea. Con cada año de maní hay que esperar tres años para poder volver a hacerlo”, manifestó Ignacio Pernas, un joven productor que arrienda sus campos al “Grupo Cavigliasso”, una fuerte empresa manicera.

 


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