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El encantador de caballos de Paso Grande

Por redacción
| 20 de marzo de 2016

Un campo sin caballos es como un cielo sin estrellas”. En la voz de Guillermo Gómez Rueda, la frase adquiere su sentido pleno. Mientras prepara con paciencia las monturas para ensillar a “Payador”, su compañero de aventuras, el sol del mediodía recorta la silueta de las sierras. El jinete apoya un pie en el estribo y con un salto certero sube al lugar donde más le gusta a estar: arriba de un caballo, desde donde el horizonte se otea de otra manera y el cuerpo se siente como parte de un combo inseparable. En los umbrales de Paso Grande hay una estancia donde la pasión por los equinos se respira en el aire e impregna de recuerdos cada pedacito de esa tierra dura y pedregosa del Departamento San Martín.

 

A caballo hizo de todo: jugó partidos de polo en Europa, compitió en certámenes de equitación y recorrió la extensa geografía nacional.


El establecimiento se llama “Los Pimientos” y está emplazado apenas a un kilómetro de distancia del pueblo. En esos suelos, que pertenecen a su familia desde hace más de doscientos años, Guillermo se especializa en la cría de caballos criollos de pedigrí. La raza se caracteriza por formar un animal equilibrado y rústico, virtudes que lo habilitan tanto para los duros trabajos ganaderos, como para lucirse en exposiciones. “Hoy tenemos tres padrillos en producción. He tratado de formar una sangre que sea buena, tanto en lo morfológico como en lo funcional. Es decir, que tengan una correcta conformación física y a la vez sean aptos para el deporte”, explica el hombre con una sabiduría que parece infinita.

 


Con una clara preferencia por lo autóctono, Gómez Rueda opta por los pastizales naturales del paisaje serrano para alimentar a sus tropillas. En el proceso cuida puntillosamente que todos los animales tengan las características indicadas. “Las yeguas se inscriben y se les hace el ADN, entonces no hay riesgo de error de padre o madre. Cuando van naciendo los potrillos se venden chúcaros o se amansan, eso depende de cómo los quieran los compradores”, detalló. Esa dedicación les ha permitido a sus caballos ser premiados en múltiples exhibiciones y que sus jinetes sean campeones de pruebas ecuestres.

 


En las 2.500 hectáreas que conforman la estancia, habitan cerca de cien ejemplares equinos. “Todos los criadores y productores dicen que tengo que tener menos, porque es mucho gasto que requieren. Pero perdería más plata en el psicólogo, así que prefiero tener los caballos, que son mis psicólogos. Salgo a andar y me da una tranquilidad y una calidad de vida que en otros lados no se consigue”, sostiene.

 


Es que Gómez Rueda es mucho más que un criador. A sus 62 años, el hombre nacido en la ciudad de San Luis sabe reconocer la nobleza de un mamífero, que no sólo fue parte de muchas páginas de la historia de nuestro país, sino que tuvo un lugar privilegiado en la escritura de su propia biografía.

 


El vínculo estrecho que lo une con los caballos nació cuando Guillermo era un niño. Su padre, Héctor Gómez Rueda, era militar y como tal su lugar de residencia cambiaba en función de sus obligaciones laborales. “Aprendí a montar gracias a él. A los 5 años cabalgábamos en Neuquén y me enseñó mucho a andar en el campo, a cruzar un río. Después, cuando era un poquito más grande, le salió el pase a Mendoza y ahí empecé a jugar al polo. Cuando arranqué la facultad estudiaba más a los caballos que Derecho Civil. En el primer examen me bocharon y decidí que primero me tenía que dedicar a mi carrera”, recordó entre risas.

 


Así fue que se recibió de Contador y ejerció durante quince años. Pero en simultáneo a la actividad profesional, Guillermo desarrollaba su verdadera pasión. A caballo hizo de todo: jugó partidos de polo en Alemania, Estados Unidos, España, Grecia, Italia, Chile y Uruguay. Hasta el día de hoy organiza esporádicamente encuentros en la cancha que tiene en sus tierras. Además, compitió en certámenes de saltos hípicos y equitación, organizó cabalgatas y muestras, participó de pruebas ecuestres y domó en las jineteadas.

 


“En Mendoza empecé a saltar en 1972 en la tercera categoría y escalé a primera, gané la copa de los cien años del Diario Los Andes. Fui seleccionado para representar a Argentina en Chile, en una Copa del Mundo, en el año 1983. En 1979 salí subcampeón nacional en el club alemán de equitación y me dieron el premio Huarpe, que es como el Martín Fierro que el Círculo de Periodistas Deportivos otorga a los mejores atletas en Cuyo”, enumeró  sin disimular su orgullo ante tal trayectoria.

 


Guillermo es el director de la escuadra ecuestre “Los Pimientos”. El equipo está formado por hombres y mujeres de varias provincias y ha realizado más de 120 presentaciones en las que combinan destrezas y figuras con música folclórica. En 2007 acompañaron la repatriación de los restos de Juan Crisóstomo Lafinur, han exhibido sus coreografías en el Festival de Jesús María y muchas otras fiestas camperas en las que han obtenido distinciones. 

 


Además, el jinete forma parte de la comisión de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos, que organiza cabalgatas en distintas partes del país, una de sus actividades preferidas. Hace casi dos años, Gómez Rueda junto a tres amigos realizaron una excursión desde Salta hasta Catamarca a caballo, por el simple placer de montar y recorrer los bellos paisajes del norte argentino. “Hicimos 600 kilómetros y nos tocó pasar zonas de monte, por cauces de ríos, pantanos, partes muy áridas, de todo. Tardamos 16 días y los caballos adelgazaron cerca de cincuenta kilos cada uno. Andábamos entre ocho y diez horas por día”, relató.

 


La próxima, hasta San Luis

 


De esa travesía entre amigos, Gómez Rueda conserva un libro repleto de fotografías y anotaciones diarias. Pero lejos de quedarse estancado en recuerdos, prepara otra marcha similar, pero con una distancia mucho mayor. Ahora planean partir desde Salta y arribar a Paso Grande sobre el lomo de sus animales, un camino de más de mil kilómetros de recorrido.

 


Cada vez que evoca la aventura, se alegra con la misma intensidad con la que rechaza la idea de reemplazar los caballos por vehículos en los campos. Es que todas sus actividades tienen que ver con revivir esas tradiciones gauchescas de antaño, de hombres de semblante duro y temple sereno.

 


Algo de esa admiración por las raíces fue la que heredaron sus dos hijas. Ambas eligieron profesiones afines a la tarea rural para vivir. La mayor, María Paz, es ingeniera agrónoma y enóloga, vive en Cafayate y se especializa en la producción de uvas para una importante empresa. Lucía, la menor, está a poco tiempo de graduarse como veterinaria y aunque vive en Río Cuarto colabora con sus conocimientos al trabajo de su padre e interviene activamente en el proceso de la cría de los caballos.

 


En “Los Pimientos”, además, producen ganado de la raza Aberdeen Angus. La hacienda se comercializa en ferias o de manera directa con destino a feed lot o faena. “Con el ganado es con el que realmente se sostiene la estancia porque los caballos, aunque se venden, muchas veces no dan ganancias suficientes. Pero yo los tengo por gusto, porque soy un enamorado de los caballos”, sentencia Gómez Rueda.

 


Cuna de los deportes ecuestres

 


El dueño de casa aprecia toda actividad que requiera subirse al lomo de un equino. Así ha competido en distintos deportes hípicos y, desde hace doce años, su estancia es sede de dos clasificatorias anuales para el Campeonato Nacional de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos.

 


El certamen que tradicionalmente se realizaba en Palermo y que en los últimos años se trasladó a Jesús María, reúne a los mejores jinetes de Argentina. A lo largo de todo el país se organizan clasificatorias en las que el jurado asigna un puntaje al desempeño de cada participante. Con la suma de los puntos, se arma un ranking nacional que determina quienes competirán en Córdoba.

 


En Paso Grande, en mayo y diciembre, eligen los jinetes en las pruebas de “Corral de aparte”, “Prueba de rienda” y la denominada “Roberto J. Dowdall”, en tres niveles de categorías. Los Pimientos cuenta con las instalaciones necesarias para desarrollar las destrezas y tiene un equipo propio que concursa y por lo general obtiene buenos resultados.  

 


El corral de aparte es una prueba que se realiza en un espacio ovalado de 9 metros por 16, con paredes de casi dos de alto. El desafío se divide en dos partes. Primero ingresan dos vacas y el jurado le indica al jinete cuál de los dos bovinos debe apartar. El participante debe separar los animales y mantenerse de frente al indicado y trabajar con el caballo para evitar que se junten durante 30 segundos. La segunda etapa consiste en apretar una vaca contra el rincón de ambos lados.

 


En la prueba de rienda, el concursante y su caballo deben efectuar ocho ejercicios: andares, rayada, troya, ocho, bola pie, vuelta en las patas, desmontar y montar, y retroceso. El desafío Roberto J. Dowdall consiste en un recorrido por la pista esquivando 11 tambores en zig-zag, en forma de cuadro, en vueltas.

 


“Hace 12 años que se hace la clasificatoria acá. En esas pruebas viene gente de todas partes del país. Hace cuatro años se hizo el regional del norte-centro del país y vinieron muchísimos jinetes. Yo también soy jurado nacional y he estado varias veces en Palermo”, contó.

 


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