11°SAN LUIS - Lunes 29 de Abril de 2024

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“Aprendí de los mejores periodistas de El Diario en San Luis”

Por redacción
| 25 de abril de 2016
FUNDADOR. MARIO HERNANDO PÉREZ, UN VISIONARIO PARA LOS MEDIOS.

En agosto de este año voy a cumplir 48 años en la empresa. Ingresé “a prueba”, a fines de 1967 y estuve ocho meses en esa condición. Quien me llevó a El Diario de San Luis fue Eduardo Brovarone, con quien trabajaba en la distribuidora de diarios que tenía en Las Heras y San Martín, de la ciudad capital.

 


No tenía ni idea de lo que era un diario. Soy maestro bachiller y tenía un diploma de dactilógrafo que me había otorgado el instituto Mendoza. Eso, tal vez, me abrió las puertas de El Diario de San Luis. Entré como fotógrafo, (la fotografía es una de mis pasiones, me había enseñado el oficio Roberto Lima, el padre de "Pocho" y de Robertito, ambos fotógrafos). En esos años se preparaban los líquidos de revelado de papel, detenedor y fijador, lo mismo que para revelar negativos. "Prepará las drogas", se decía, (cómo han cambiado las circunstancias, hoy sería una mala palabra).

 


En El Diario se trabajaba de una manera artesanal, lo principal para nosotros era utilizar mucho el ingenio. Con los aportes que hacía cada uno, conocimientos o sus ideas, conseguíamos grandes trabajos.

 


El jefe de Redacción en ese momento era Rubén Isaías Pérez Muñoz, hermano del dueño. Le seguían Eduardo Brovarone y Rubens Lavandeira, con quienes manteníamos un fluido diálogo. También estaban Carlos Emilio Bassi y Jorge Alberto Gómez Pérez, entre otros.

 

RUBENS LAVANDEIRA. PERIODISTA Y PUBLICISTA DE EL DIARIO DE SAN LUIS.

Juan Domingo Parejas (bohemio y soñador por definición) estaba a cargo de Publicidad. Oscar González, Darío Ferramola y Raúl Hazuoka eran los hacedores de los avisos; lápices Faber, tinta china (Rotring) de diferentes trazos, tijera y buen pulso eran las herramientas principales. Muchas veces los avisos eran enviados a San Juan para hacer el cliché en plomo o acá –si no era grande la urgencia- en la Ludlow que únicamente manejaba don Julio Pérez.

 


Recuerdo que manejaba una cámara Minolta A5, con visor directo, y cuando cubríamos una nota, no debíamos sacar más de cinco fotos. Había que ahorrar, nos daban un rollo de 36 exposiciones por día, todos los artilugios dispuestos para hacer maravillas con la película. Más que ahorrar, era un arte.

 


Me enviaron a La Toma, había que sacarle fotos a una fábrica de artesanías en mármol ónix, que, si mal no recuerdo, era de la familia Milleli. La recuerdo como una buena experiencia, no conocía ese material y ni el interior puntano.

 


El Diario tenía una interesante metodología de trabajo para el interior de la provincia. A la falta de comunicación la suplía con un enviado especial por mes, muchos de esos viajes los hacía Rubens Lavandeira. El recorrido abarcaba todo el norte provincial llegando hasta Candelaria, pasando por Villa de la Quebrada, Nogolí, Leandro Alem, Luján y Quines. En varios de esos viajes fui su acompañante, íbamos en un Siam Di Tella negro y tenía una bomba de nafta eléctrica (lo que era todo un adelanto tecnológico para la época). Los polvorientos caminos eran verdaderas huellas donde, de tanto en tanto, aparecía un camión cargado con leña o carbón o viejos carros tirados por mulas.

 


No había banquinas, viejas empalizadas reemplazaban el alambrado donde los cuises trataban de esconderse ante el sonido uniforme del motor del auto.

 

FRANCISCO WENCESLAO TRANI. UNO DE LOS DIRECTORES PERIODÍSTICOS.

Una de las paradas obligadas era la casa de don Ricardo Eduardo (ese era su apellido), corresponsal de El Diario en San Francisco. Recuerdo que su casa estaba cerca del río y se llegaba atravesando una gran arboleda. Allí almorzábamos unas cazuelas o pucheros preparados por su esposa, en una hermosa galería con sombra fresca  y con un inmenso patio lleno de flores y plantas frutales. Una buena siesta daba por concluida la visita para luego partir a Quines, pero no sin antes una merienda con dulces caseros.

 


Don Eduardo era un personaje muy querido y respetado en el pueblo. Hoy, su hijo Juan Carlos es el actual  intendente de la localidad.

 


Así conocí el norte, el sur, el oeste, Merlo y todo el Valle del Conlara. Siempre por caminos de tierra que cuando llovía eran imposibles de transitar, aún así nada amedrentaba las ganas de crecer y de hacer conocer El Diario. Esos viajes servían para todo, para vender publicidad, cobrar los ejemplares a los distribuidores o diarieros, tomar nuevas fotografías y hacer notas, sobre todo políticas y turísticas.

 


Con los años y en esa función fui conociendo La Sierra de las Quijadas, la laguna de Guanacache, lugares que con el tiempo fueron declarados Patrimonio de la Humanidad. Me fui haciendo de conocidos y amigos que aún hoy sigo viendo y que con los años fueron facilitando mi trabajo.

 


Me fui alejando de la fotografía y me incliné por el periodismo deportivo. Me sentaron en una vieja Olivetti que le faltaban las teclas, quedaban sólo las varillas que cada vez que se apretaban nos acordábamos de toda nuestra familia. Siempre había que buscarle la solución.

 

EDUARDO BROVARONE. JEFE DE REDACCIÓN Y CORRESPONSAL DE TÉLAM.

Pasé a depender de don Bassi, el jefe de Deportes. Era un capo el viejo. En una Ford “A”, repartía leche por las mañanas; en las tardes tenía un reparto de vino en damajuanas. Pero él siempre estaba. Don Bassi fue enviado especial al Mundial de 1978, y probablemente haya sido el único representante del periodismo puntano. El Diario de San Luis lo autorizó y él se pagó los gastos.

 


Tenía una voz finita y chillona. Como los fines de semana no le daban plata para el transporte se iba caminando a las canchas. Tenía un itinerario: primero la cancha de Estudiantes. Usando las vías del tren acortaba el camino hasta la cancha de San Luis, y después a la cancha de la liga (hoy de Juventud) –también por la vías- muchas veces llegaba tarde y preguntaba los resultados, los “pícaros” se lo cantaban al revés y así salían publicadas, las puteadas que se llevaba don Bassi no tienen nombre. Era una injusticia tremenda. Don Bassi, mis respetos.

 


Me solía decir: “Vos te vas en la cancha del partido de la fecha y nada más”. Me salvaba de caminar. Era un capo, estaba en todos lados, hablaba de boxeo, automovilismo o atletismo, leía la revista Goles, El Gráfico o Así es Boca, de quien era un fanático hincha. Siempre estaba informado, siempre discutía por algo, vivía rabiando.

 


Eduardo Brovarone, el jefe de Redacción, me decía: “Poder de síntesis, Johnny… poder de síntesis. Cinco renglones punto y aparte”. Brovarone era, además, el corresponsal de Télam, la agencia tenía un pequeño manual donde en uno de sus párrafos indicaba esa regla de escritura y él quería que se aplicara en El Diario. Y no estaba mal. Así fui aprendiendo.

 


En la Redacción teníamos como compañero de trabajo a Enrique Capella, encargado de manejar la receptora de los cables de información UPI (United Press International). Siempre se pedían por teléfono los principales, no más que eso, Capella luchaba como un demonio para que la recepción fuera nítida en el grabador de cintas, y después desgrabar.

 


Era todo un tema, el pobre gordo era un calentón de aquéllos que había llegado a San Luis casado con una hermana de Rubens Lavandeira, como dato anecdótico, Capella, había sido arquero de las inferiores de Banfield. Puteaba a más no poder, siempre le pasaba algo, se cortaba la luz, fallaba o se cortaba la cinta del grabador o se cortaba la comunicación, la verdad era un trabajo ingrato.

 


Otro de los compañeros difíciles era “El Negro” Gómez Pérez, solterón, hincha fanático de Juventud, estaba a cargo de la sección Policiales. Se había ganado la antipatía de todos, no hablaba con nadie y era un verdadero “cascarrabias”. Tenía buenos contactos y eso le facilitaba el trabajo, pero él siempre se encargaba de complicarlo, estaba en su personalidad.

 


“Pueblo chico, infierno grande” dice un viejo dicho por ahí. Lo cierto es que hubo una época muy complicada, la década del '70. Según versiones nacidas en los bares y en los comentarios que circulaban en los almacenes barriales, por las noche aparecía “la mujer perro”, siempre por la zona de Constitución y Balcarce, la cancha de la Falucho o por esos barrios. Todos decían que la habían visto pero la realidad era otra, nadie tenía una referencia sobre su fisonomía, rumores nada más. El Diario se hizo eco de eso y allá fuimos con Rubens Lavandeira, Gómez Pérez y Brovarone, pasábamos largas horas recorriendo calles aledañas, nos quedábamos en el interior del auto, pero no sucedió nada.

 


El Diario me había provisto de un flash antiguo con pantalla redonda y dos baterías, muy pesado y poco funcional. Cuando lo encendía parecía un bicho zumbador y todos se daban vuelva a mirar. Era espantoso.

 


Continúa el próximo domingo

 

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