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Comidas, colores y bailes de una felicidad que contagia

Por redacción
| 18 de septiembre de 2016
Dignas representantes. Las chicas de la colectividad en la última fiesta del inmigrante.

La pasión por el fútbol -que se alimenta por televisión o por el típico picadito entre connacionales- no es la única que guardan en sus genes los ciudadanos bolivianos diseminados por todo el mundo. El aprecio por la cultura boliviana atraviesa el idioma, las comidas, las danzas y la música y tienen una fuerte influencia en los argentinos.

 


Es prácticamente imposible encontrar a algún miembro de la comunidad que no hable el quechua, el idioma que dominan de manera especial quienes vivieron en las zonas rurales. Algunos alimentan su fama políglota con el aimara y el guaraní, al que suman el castellano, fundamental para convivir en el país que eligieron para residir.

 


En cuanto a los platos típicos, un tema siempre interesante cuando se conocen nuevas culturas,  el picante de pollo, la sopa de maní, el chicharrón, el fricase -un alimento hecho a base de cerdo- el escabeche y las suculentas empanadas son parte de cualquier mesa que precie.

 


Pero la vedette de la gastronomía del altiplano es sin dudas la papa. Las empanadas bolivianas tienen una semejanza con  las tucumanas, con papa, zanahoria, carne, arvejas y huevos. Y si bien pueden freírse u hornearse, lo más llamativo es su tamaño.

 


Para el picante de pollo se cuece la carne en pedacitos, se muele un ají picante con cebolla y luego se cocina en una sartén. La mezcla final, como no podía ser de otro modo, es con papa.

 


Ninguno de esos platos típicos puede estar ausente en los bautismos o casamientos de los miembros de la comunidad, las reuniones que  son consideradas festivas.

 


Otras comidas características son el chuñu, que es el tubérculo deshidratado, y el mote, o maíz hervido, la comida preferida de los chicos. Los ingredientes para la preparación los traen de Buenos Aires, Mendoza, o cuando hacen alguna escapadita a Bolivia.

 


Otro punto imprescindible de la cultura boliviana son las tradicionales melodías, sinónimo de alegría que se enfatiza con la colorida vestimenta artesanal.

 


En la comunidad tienen varias danzas según la región donde surgen. Algunas de las que todavía perduran son el tinco, el potolo, la morenada y los caporales.

 


“Son bien distintas una de la otra. Los pasos, los sonidos y los instrumentos difieren según cada departamento, que tiene su propio estilo", dijeron los dirigentes, que hicieron una relación con lo que sucede en las regiones argentinas.

 


Los sonidos que prevalecen son los de los instrumentos de viento como el sikus y la zampoña. Los charangos y los bombos también hacen bailar a los festivos.

 


Los atuendos también son un gran atractivo por las telas, los hilados, los colores vivos y el trabajo de confección que requieren. La tradición señala que en cada familia

 


hay un uniforme de cholitas, los hilados de lana de oveja confeccionados por las esmeradas madres que pugnan por mantener viva la idea. "También usamos los sombreros de la misma lana, de acuerdo al departamento que se represente”, indicaron las mujeres de la comunidad.

 


El espectáculo maravilloso que presentan los miembros de la colectividad puede apreciarse en cada edición de la Fiesta del Inmigrante, que este año no será realizada en noviembre como todos los años. La comisión organizadora esperará a que terminen la obra de refacción del complejo Calle Angosta para llevarlo a cabo.

 



El tema más difícil de soportar

 


Si bien en líneas generales la adaptación no les costó a los ciudadanos bolivianos radicados en Argentina, hay casos de bolivianos que fueron discriminados en los ámbitos de la salud privada y el escolar.

 


Una anécdota que recuerdan en Villa Mercedes tuvo como protagonistas a una mujer que quiso sacar turno con un médico en la clínica de una obra social, pero la mujer que atendía la increpó al preguntar:  “¿Para qué vienen ustedes? El Gobierno los debería sacar y no dejar entrar".

 


En algunos colegios hay antecedentes de chicos que reciben motes despectivos y dolorosos.

 


"Yo les digo que tenemos que seguir con la frente en alto, hemos colaborado a hacer la patria grande. Estamos agradecidos de que nos hayan cobijado, pero no estamos viviendo tirados sino que con nuestros trabajos aportamos al país, porque queremos que prospere más”, reflexionó Alejandro Vilca, el directivo de la comunidad boliviana en Villa Mercedes.

 


Pese a esos hechos aislados, las fuentes consultadas sostuvieron que en la provincia no sienten la discriminación como en otros lados. Hay algunos bolivianos que tuvieron que huir de Buenos Aires o Mendoza por el constante atosigamiento que sufrieron.

 

"Menos mal que acá nos trataron muy bien", dijo Abraham Callejas, quien reconoció que en ocasiones son los mismos compatriotas los que se autodiscriminan al callar por miedo a la intimidación de sus agresores.

 

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