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Un ejemplo: a los 83 años, Ramón tiene asistencia perfecta en el gimnasio

Se levanta a las seis de la mañana y a las ocho está listo para empezar su rutina. "Me ayuda a estar bien y ya bajé 10 kilos", afirmó.

Por Ayelen Anzulovich
| 01 de octubre de 2017
Consciente y muy disciplinado. Tres veces por semana, Ramón le dedica tiempo al cuidado de su salud. También aprovecha para relacionarse con nuevos amigos. Foto: Alejandro Lorda.

L a edad no es un impedimento para Ramón Sosa. El robusto y enérgico hombre de 83 años,  cumple con disciplina su rutina y va tres veces por semana al gimnasio: hace bicicleta, cinta y de paso le dedica tiempo a las relaciones sociales. Alejado del sedentarismo, su profesor dice que  es un ejemplo a seguir para sus amigos, compañeros y para la juventud.

 

“Hace cinco años que vengo y no me gusta faltar. A veces me despierto media hora tarde, me visto apurado y salgo corriendo para poder empezar mi rutina”, contó Ramón. Mientras pedaleaba en la  bicicleta fija aseguró: “Venir acá es lo mejor que hay en el mundo. Esta es como mi casa, y cada dos semanas comemos asados”. Al darse cuenta de lo que había dicho, rápidamente se corrigió y con una sonrisa pícara aclaró que “en realidad son cada tanto”.

 

A paso lento, pero con ganas de seguir con sus actividades, Ramón se levantó y se dirigió hacia la cinta del gimnasio Pulso. “Yo vine porque en una oportunidad iba caminando y casi me caí, no podía ni levantar los pies y ahora ando livianito, me muevo por todos lados sin ningún problema. Esto me ayudó a estar bien y he bajado 10 kilos, así que estoy chocho”, dijo.

 

Haciendo una pausa para descansar sentado en un banco, buscó una botella de agua para hidratarse y de paso tomar aire para empezar a contar un poco de su historia, que nada tiene que ver con sentadillas, pesas y fuerza.

 

 

Hace cinco años que el profesor Marcos Ojeda y Ramón disfrutan de una mañana de ejercicios.

 

 

“En mi vida he hecho de todo. Cuando tenía catorce años empecé a trabajar como panadero en una de las tradicionales panaderías de San Luis, que era Odicino. En ese momento estaba ubicada en Rivadavia y Pedernera, ahí estuve hasta 1957. Después me fui a la policía también de panadero, y estuve 30 años seguidos. Me jubilé como suboficial mayor y con todos los honores”, recordó. Orgulloso remarcó  que en todos esos años no faltó ni un solo día y que hasta cuando se casó fue puntual. “También cumplí”, dijo con complicidad.

 

Al momento de hablar de su familia, el hombre no pudo contener las lágrimas. Se levanto rápidamente y fue hacia el costado del gimnasio donde nadie lo podía observar. A su vuelta más sereno pidió disculpas y continuó con su relato. “Tengo tres hijos y seis nietos. Me casé el 8 de diciembre de 1957 justo el día de la Virgen, en la Iglesia Catedral. En ese momento tenía poco dinero y le pedí al cura que me cobrara más barato. Por suerte me dijo que sí”, afirmó.

 

Ramón contó sonriente que el día de la gran boda, él fue el primero en llegar: “Para mí fue como una película, llegué y todo estaba deslumbrante. Apenas terminé de subir los escalones de la catedral pude observar una alfombra roja interminable, no podía creerlo, seguí camino y vi claveles blancos de un lado y del otro de las bancas, era impresionante. No cabía en mí tanta felicidad. Ahí estaba yo esperando a mi mujer, nervioso, ansioso, pero emocionado de poder recibirla con esta gran sorpresa”. En tono jocoso y conteniendo el llanto dijo: “Al final me terminé casando como si hubiera tenido dinero. Cuando el cura me dio la libreta me dijo hasta que la muerte los separe y así fue, hoy ya no la tengo a mi María Magdalena”.

 

“Con mi mujer estuvimos juntos 50 años, vivíamos en el barrio San Martín y teníamos una finca repleta de verduras. Mi señora era la encargada de venderlas juntos con los huevos caseros.  Los vecinos hacían cola para comprarnos las cosas”, rememoró. El hombre, acongojado, agregó: “Ella me cuidaba en las comidas y me hizo bajar 30 kilos, estaba hecho una pinturita, después de que falleció aumente mucho de peso”.

 

Apurado por seguir con su rutina, Ramón se fue hasta la barra y tomó una pesa, mientras subía y bajaba los brazos contó que una de las razones por las que también decidió empezar con las actividades físicas fue para poder salir de su casa y mantenerse ocupado. “Mi día comienza a las seis y media de la mañana. Muchas veces mi hermana viene de visita de Mendoza y se enoja porque me levanto tan temprano. Pero a mí me gusta tomar unos mates tranquilos, salir al patio y estar relajado”, dijo. 

 

Marcos Ojeda, profesor de Pulso Entrenamiento,  contó: “El es uno de los primeros en llegar. Antes de los ocho que abre el gimnasio está en la puerta esperando. Siempre está atento con el tema de los feriados porque quiere venir”, agregó sonriente. Mientras observaba al resto de los alumnos aclaró: “Ramón es el mejor alumno que tenemos, es perseverante y demuestra que cuando uno quiere estar bien no hay excusas que valgan. Todos tendrían que seguir el ejemplo de él”, finalizó.

 

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