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El maíz cierra con buen semblante y optimismo

La revista estuvo en un campo en La Petra para vivir por dentro un día de cosecha. Entre maquinarias y camiones, también hay que pensar en barbechar las malezas.

Por Marcelo Dettoni
| 20 de agosto de 2017
El campo de La Petra se muestra muy activa durante la cosecha.

Contrarreloj. Así están trabajando las máquinas cosechadoras sobre el maíz en San Luis. La campaña gruesa está dando sus últimos estertores y ya se acerca el momento de cuidar los rastrojos, barbechar con mucha responsabilidad, sacar cuentas, aprovechar la experiencia que dejaron tantos meses de trabajo y comenzar a programar la campaña 2017/18, porque en el campo nunca hay descanso.

 

Antes de que el último maíz sea arrancado de la tierra, revista El Campo aprovechó para visitar un campo en la zona de La Petra y poder así contar cómo se trabaja durante la cosecha. El elegido fue el establecimiento ‘San Eduardo’, una prolija extensión que este año hizo 240 hectáreas de soja y 260 de maíz, lo que deja en claro que la rotación está muy vigente, que los suelos se cuidan y que la producción es sustentable.

 

Además, en ‘San Eduardo’ hay 600 hectáreas de monte con sierra, por lo que es posible adivinar algunas vacas pastando, con una carga baja, que está en alrededor de 8 o 9 hectáreas por cada animal. La hacienda suma unas 150 cabezas, que además reciben una buena suplementación. Pero la ganadería es una actividad secundaria todavía, que aprovecha parte del maíz, lo principal es la agricultura y con un rinde promedio que seguramente se va a acercar a los 8.500 kilos por hectárea, con picos de más de 10 mil en los bajos, se puede considerar que fue una buena campaña, ya que el promedio histórico es de 7.000 para la zona.

 

Claro, ayudaron las lluvias, que estuvieron por encima del promedio, que en la zona suelen ser unos 620 milímetros según los datos relevados en la última década. Como cayó poco más de 800, resultó una bendición tanto para la soja como para el maíz, que ya luce seco y marrón, en un estado fenológico justo para ser cosechado. Este fenómeno de las precipitaciones abundantes se viene repitiendo desde hace dos o tres años, pero los ingenieros agrónomos predican todo el tiempo, al mejor estilo de los evangelistas, con que no hay que confiarse, que es mejor guardar agua en los dos primeros metros del perfil para cuando vuelva el clima seco, tan característico de San Luis.

 

Para llegar al campo hay que hacer un tramo de unos 20 kilómetros desde El Volcán por la autopista Nº 20, camino a Saladillo. Luego de pasar Cuatro Esquinas y recorrer un tramo más que está plagado de lotes muy productivos, que pertenecen a reconocidos empresarios del agro puntano, hay que doblar a la izquierda, pasar la Escuela Nº 238 ‘Maestro Clodoveo Alfonso’ de La Petra, e internarse por un camino de tierra en buen estado hacia el norte. Cuatro kilómetros después, justo en una curva cerrada, una tranquera blanca nos indica que llegamos a destino.

 

Nos acompaña Ramiro Goncálvez, quien es el asesor agronómico de ‘San Eduardo’ y el encargado de que la campaña gruesa arribe a buen puerto. Allí espera Nicolás Ysaguirre, el joven (30 años) encargado del campo, quien hace 10 años trabaja para su dueño y en realidad pasó toda la vida dedicado a las actividades rurales desde que nació en Paso Grande, en San Martín.

 

Nicolás está arriba de un tractor, supervisando la carga de soja desde un silo bolsa a un camión que envió la firma Sinteplast. La oleaginosa servirá para hacer aceite de soja, un producto que sirve para fabricar pintura, un caso más de diversificación de la materia prima que sale de los campos. Venía de alimentar la hacienda y enseguida nos hace seña para partir hacia donde está la máquina cosechando maíz. Son días de mucha actividad los de cierre de campaña, aunque nada tiene que ver ésta con la que están encarando los políticos argentinos. Acá sobran las palabras, es todo trabajo y ruido de motores.

 

En San Luis la siembra de maíz se suele hacer a mediados de noviembre. Es una tendencia generalizada en el semiárido hacer maíz tardío, porque es más estable el rinde.

 

Con buena napa y 900 milímetros de lluvia anuales sería más fácil implantar temprano, porque la planta cosecha más radiación. Hay ciclos cortos (variedad 112) y largos (127), números que marcan los días de madurez relativa. En San Luis es mejor el corto porque siempre está la amenaza de las heladas de marzo, que aunque hace tres o cuatro años no aparecen, están siempre latentes. En ‘San Eduardo’, el ingeniero eligió el Dekalb 670, que ya lo venía usando, y agregó por primera vez la variedad 7310 en algunos lotes de ensayo, que luego van a evaluar a través de un mapeo cómo rinde, ya que el campo utiliza un servicio de agricultura de precisión contratado especialmente en Córdoba.

 

La amplitud térmica, con días calurosos y noches frescas debido a la altura sobre el nivel del mar, es beneficiosa porque la planta gasta menos energía. Y la máxima expresión de este fenómeno se da en El Amparo, muy cerca de La Petra, ubicaciones serranas muy codiciadas, con campos que multiplicaron su valor gracias a la productividad demostrada.

 

 “La idea es escaparle lo más posible a enero, que la planta no llegue muy grande al momento más álgido del verano, porque es un mes deficitario, en el que la planta demanda mucha agua, más de la que es capaz de llover”, explica Goncálvez, quien lleva una carpeta llena de cartas de porte que luego distribuirá entre los camioneros que esperan estacionados, listos para partir con la carga de maíz. Ese documento, junto con el DoPro que exige el Gobierno provincial, es indispensable para circular con la carga por las rutas.

 

Justamente un chofer apurado, y algo irresponsable, había querido ganar unos kilómetros, por lo que salió del campo rumbo a un encuentro anticipado con el ingeniero agrónomo. No tuvo suerte, zafó en el control de Cuatro Esquinas, pero en el peaje de Los Puquios una patrulla del Cosafi lo detuvo y no tuvo los papeles para justificar el movimiento del maíz. Si bien Goncálvez presentó luego la carta de porte y el DoPro, al acta se la hicieron igual y seguramente recibiría en su destino final un buen reto, e incluso quizá una quita de la paga si es que la multa se hace efectiva. “No son fáciles los muchachos…”, dice con una sonrisa resignada.

 

Episodios como ese son comunes a lo largo de una campaña desgastante, que comienza en marzo y recién se cierra en agosto, en la cual no hay sábados ni domingos para descansar. Pero para eso están los asesores agronómicos, para que el dueño del campo no sufra sobresaltos, que el contratista trabaje tranquilo, la mercadería llegue a destino y cada uno reciba lo que le corresponde. Su trabajo va más allá de los conocimientos sobre biología, siembra o cosecha. Juegan como los número cinco de toda la cancha. Y no es sencillo.

 

El camionero impaciente, como todos los demás que esperaban dentro del campo su turno para recibir la documentación y salir, tienen como destino final Mendoza. Al maíz lo compró este año Agroin Las Piedras Ltda, una empresa de capitales chilenos que se dedica a fabricar alimento balanceado para abastecer a campos de cría y feedlots. Para los productores agrícolas puntanos es una buena salida, porque bajan costos de flete respecto de los largos viajes al puerto de Rosario y, sobre todo en el caso del maíz, evitan tener problemas con el estado de la materia prima, ya que es muy sensible a la humedad, lo que produce fuertes pérdidas en algunos destinos.

 

“Hacer maíz es caro en la actualidad, el costo está más o menos en los 350 dólares por hectárea, sin contar lo que sale pagar la cosecha, pero sí reponiendo los nutrientes del suelo, que se pierden en buena cantidad, sobre todo fósforo. Y si no prestás atención a reponerlos, vas a perder rinde en la próxima campaña”, calcula el ingeniero agrónomo. La comparación con la soja da una idea de las dificultades económicas que plantea el cereal: hoy cuesta unos 250 dólares la hectárea, cien menos que el maíz. Sobre todo porque no requiere de nitrógeno y porque la semilla es más barata.

 

Hoy el maíz ya está listo para ser cosechado, pero tiene un largo proceso que incluye una parte vegetativa y otra reproductiva. Termina con entre 18 y 22 hojas, pero cuando transita entre las 12 y las 14 aparece la flor y a partir de allí el estado fisiológico va evolucionando desde R-1 a R-6. “El período crítico es entre 15 días antes y 15 días después de la floración”, reconoce Goncálvez.

 

A lo lejos se observa a la cosechadora envuelta en polvo, que va y viene en forma recta por un lote bajo, liso, ideal para ganar unos puntos de rinde. Es una Don Roque 150, de 11 surcos, algo pequeña y lenta en momentos en los que el tiempo apremia, pero no afloja. Según el contratista, puede hacer hasta 30 hectáreas por día, aunque el ingeniero menea la cabeza en señal de que los números son más cortos. Lo importante es que ya queda poco por cosechar, es el último lote, las 47 hectáreas finales luego de un arduo trabajo.

 

Vamos con una camioneta en su búsqueda, cortando en diagonal un campo ya cosechado, con rastrojos que pegan en la carrocería y una alfombra de marlos. A la izquierda, un lote de soja ya recolectada un mes atrás. “Fijate que asoman ortigas mansas, es síntoma de fertilidad”, apunta el ingeniero.

 

Es una clara señal de que hay que comenzar a barbechar, un proceso químico de pulverización entre la cosecha y la próxima siembra que sirve para eliminar las malezas, porque si no competirán por el agua del perfil, indispensable reserva para arrancar la campaña siguiente. Poniendo atención al camino de rastrojos se observan que lo verdean algunas malezas: altamisa, perejilillo, salvia, oenothera, gamochaeta (peludilla), sonchus y la temida rama negra.

 

El agua es otro tema para tener muy en cuenta. El suelo guarda unos 100 milímetros por metro y en esta zona se utilizan los dos primeros, por lo que es ideal poner primera en noviembre con 200 milímetros, que es más o menos lo que llueve en San Luis entre marzo y noviembre. “Yo siempre pongo el ejemplo de un viaje en auto y la relación con el combustible. Si sabés que hacés 500 kilómetros con un tanque y cargás los 500 antes de salir, ya estás asegurado. Si salís con un cuarto, vas a tener que parar enseguida. Con el agua del perfil pasa lo mismo, vas a necesitar 500 milímetros en total y si no guardás estos 200 empezás mal, quedás muy dependiente de la lluvia”, asegura Goncálvez.

 

Pero son momentos para pensar en el agua, ni en el barbecho y sí en el grano, la carga de los camiones y la salida hacia el destino fijado. En una de las puntas del recorrido, la cosechadora espera por este cronista, que pidió ser testigo de primera mano de una pasada. Coincide que es un momento de descanso del maquinista titular, así que es el propio contratista el que maneja mientras su empleado toma un té en el carromato que les sirve de vivienda dentro de una vida nómade que eligieron para ejercer esta profesión.

 

Raúl Balari vive en Bulnes, Córdoba, y este año se vino a San Luis en marzo, contratado por Goncálvez para cosechar en varios campos dentro de la zona de El Amparo y La Petra. Maneja con mano diestra el aparato, mientras va controlando una pantalla de computadora que le indica la cantidad de hectáreas que lleva cosechadas, el rinde promedio al segundo (en ese lote en específico está por encima de los 10 quintales) y la humedad del maíz que entra al proceso de desgranado, que está fijo en 12,9%, apenas un poquito por debajo del ideal, que es de entre 14% y 14,5%. Si supera ese tope, el maíz será rechazado en destino y si está por debajo el problema es que va a pesar menos, lo que merma el número económico final. Pero el 12,9% lo aceptan como bueno tanto el contratista como el ingeniero.

 

Al lado de la cosechadora viaja el segundo empleado de Balari a bordo de un tractor que tira una monotolva. Cuando el tubo de descarga está abierto es la señal precisa para que se ponga bien a la par, porque significa que le va a transferir los granos de maíz. Es una movida que requiere precisión y conocimiento mutuo entre ambos choferes, aunque para ellos parece ser una rutina. La tolva de la cosechadora puede guardar hasta 3.000 kilos y la que lleva el tractor, más grande, tiene capacidad para 10 mil. Así que tras algunas pasadas, el tractor debe dirigirse a la zona donde esperan los camiones, para a su vez pasarles el maíz. Cada uno de ellos, con doble acoplado, puede recibir hasta 30 toneladas. Otra parte de la carga irá a una embutidora, para luego armar los silobolsas con lo que quedará en el campo, o guardar al amparo de la humedad y los pájaros lo que aún no ha sido vendido.

 

 La visión desde adentro de la cosechadora es difusa. Hay mucho polvo en la cabina y también saltan pedazos de chala y palillos. Se observan adelante los 11 cabezales, con terminación en punta, que encajan justo entre los surcos del maíz, con los dos que están en los extremos que van por fuera de la última línea. Está planeado de antemano, por algo Goncálvez ordenó sembrar con surcos de 52 centímetros entre hileras. Lo que van tragando los cabezales con sus cuchillas pasa por dos sinfines que separan el maíz del resto de la planta y luego la materia prima utilizable va a un embocador para terminar en la tolva.

 

“Son campos díficiles los de las serranías de San Luis, desparejos, con lomadas. Yo estoy más acostumbrado a las planicies de Córdoba, donde los lotes son un billar”, acota Balari mientras conduce la cosechadora a 5 kilómetros por hora. El viento es otro jugador, muy fuerte, tanto que sacude la cabina y levanta remolinos de polvo que se meten por los ojos y obligan a achinarlos. La Petra sin viento no sería La Petra.

 

 Va cayendo la noche y la luna aparece con su blancura para ganarle por unas horas la batalla al sol. El viento amaina un poco y es momento de volver a cambiar de piloto. Carlos Aguilera se hace cargo de los controles y Balari invita a pasar a su casa rodante para empezar la ronda de mate. Es un ambiente austero, con una cocina a garrafa y cuatro sillas de plástico. A un costado está la cisterna de combustible, pegada a un carromato que contiene las  herramientas básicas para hacer cualquier arreglo mecánico a la cosechadora o la camioneta. Una vida sacrificada, lejos del lujo, bien de campo. Entre todos -encargado, ingeniero agrónomo y contratista- repasan cómo fue el día, qué harán mañana y cómo viene la cosecha. Charlas simples, de campo, en un día más de la cosecha de maíz. Uno de los últimos, la primavera que asoma los llevará a emprender nuevos retos a todos.

 

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