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Las damas de Malvinas

Ellas son las mujeres de nuestros veteranos, quienes con enorme dedicación, paciencia y, sobre todo, con mucho amor, han sabido sostener en pie a los ex combatientes después de la guerra. A ellas se aferraron al volver de Malvinas y allí comenzó una nueva batalla: superar la tristeza, los recuerdos y la desolación.

Por Florencia Espinosa
| 05 de abril de 2018
Las mujeres de los ex combatientes formaron una comisión para participar activamenteen el centro "2 de Abril" de la ciudad de San Luis. Fotos:Leandro Cruciani

Ninguna estuvo en Malvinas, pero conocen las islas a la perfección. Las tienen grabadas en sus mentes con detalles, nombres y descripciones. Las han visto en las retinas de sus maridos, en la mirada perdida que llevaron durante tanto tiempo; en cada palabra que a largo de estos 36 años han podido escuchar, de a poco, a cuentagotas. Ellas son las “Damas de Malvinas”, las mujeres de nuestros héroes, de los veteranos que defendieron la patria allí y que volvieron a casa para comenzar una nueva batalla, la más dura: luchar contra los recuerdos y miedos, contra la desolación y el olvido. Ellas son heroínas anónimas, son nada menos que quienes se encargaron de mantener en pie a esos soldados valientes, que no eran más que hombres jóvenes, padres de familia que debieron reconstruirse después de un hecho atroz.

 

Flaco, piel y hueso, y el rostro “desfigurado”. Así volvió el marido de Susana Rodríguez a su casa. Era fines de junio de 1982. Recuerda cuando abrió la mirilla de la puerta y lo vio: lo reconoció por sus ojos. “Solo pude agradecer. Agradecerle a Dios que mi marido estaba ahí”, contó. La mayoría de las mujeres que habitaban Punta Alta, la ciudad militar de Puerto Belgrano, se habían quedado viudas. Tres meses pasó sola con sus dos niños, sin noticias de él y la recuerda como la época más dura y difícil de su vida. En el jardín de infantes sus hijos aprendían las técnicas para defenderse y saber cómo actuar en caso de un bombardeo, al igual que los adultos. Por la noche no podían prender luces, por seguridad, y dormían los tres juntos en la cama.

 

Susana escuchaba la radio de Chile, y dice que a través de una emisora del país vecino se enteró que habían atacado el buque hospital Ara Sobral en el que estaba su marido, Ángel Candia y que no había sobrevivientes. “Un día tocan a la puerta unos civiles de la zona. Venían a avisarme que unos familiares de Puerto Deseado se habían encontrado con su marido y él les había pedido que se comuniquen con ella para avisarle que estaba vivo, y que emprendería el regreso a casa. Ahí respiré un poco, si él había dado mi dirección, es porque efectivamente estaba vivo”, explicó.

 

Norma Stancich, otra de las mujeres que participa activamente en la comisión que se formó en el centro de veteranos, escucha atentamente. No puede evitar las lágrimas. En 36 años no las pudo evitar, y no lo podrá hacer por el resto de su vida. Malvinas queda presente para siempre. Su marido, José Orellano, se fue un día de la casa donde habitaban en la base de Resistencia casi sin aviso, y sin demasiada información de a dónde iba. Estuvo dos meses en las islas y ella, esos mismos sesenta días, sin nada de información. Sus dos hijos, de 6 y 5 años, le dieron fuerza. Todo lo hizo por ellos. “Ellos me veían llorar, sabían todo porque en la escuela de la base le explicaban. Trataba de que no me vieran sufrir, yo quería que siguieran su vida de niños. Pero en medio de una guerra, es imposible. Tuve mucho miedo de que él no volviera, había noches que no podía dormir”, recordó emocionada.

 

“Cuando llegó mi marido estaba flaco y con el pelo largo. No podía escuchar el ruido de una moto, me pedía ayuda. Ahí empezó otra etapa, tenía que ser fuerte, él se aferró a mí. Mañana, tarde y noche destinada a acompañarlo y ayudarlo. No sé de dónde saqué fuerzas, creo que Dios me iluminó en ese momento y pudimos”, explicó. El rostro perdido, de pocas palabras y casi sin ingerir alimentos. Así fueron los primeros meses. Y hasta después de muchos años Norma supo poco y nada de aquellos días en las islas, es que hablar de eso era casi como revivir el infierno. Después de tres años llegó su tercera hija, María José, una promesa que hicieron antes de la guerra. Querían tener “la chinita” y apareció, con todo lo que trae un bebé al mundo: paz, amor y vida. Un tesoro.

 

Antonia Sosa conocía a Ofaldo Lucero del barrio, vivían sobre la calle Centenario, en San Luis capital. Se pusieron de novios después de la guerra, pero no fue hasta varios años después que ella se enteró que era veterano de Malvinas. “Él no hablaba de eso, nunca. Yo no sabía. Y fueron así los años siguientes, me fue contando cosas de a poco y así pude dimensionar realmente todo. De hecho, ahora que estamos más involucrados en el centro, ya que él es el presidente, me fui enterando de muchas cosas más que no sabía. Le cuesta un montón hablar, le cuesta exteriorizar ese dolor y esa experiencia tan triste”, contó. En el año 1988 se casaron, tuvieron cinco hijos y dos nietos. “Las secuelas son permanentes, pero el orgullo también. Es un orgullo para él y para mí que haya defendido la patria. Es un héroe. Me gusta que la gente lo reconozca, que la sociedad los valore. Eso es muy importante, pero falta mucho todavía”, dijo con pesar. Su marido estuvo en el Bahía Paraíso, otro de los buques, y todos los años realizan un encuentro entre la tripulación. “Él no iba nunca, yo no sabía que hacían esa reunión. Hasta que un día me enteré y lo alenté a que fuéramos. Le hizo muy bien, se cuentan anécdotas o recuerdos y eso lo ayuda a hablar. Ahora lo espera con ganas todos los años”, expresó.

 

El dolor y la impotencia ante la falta de reconocimiento está siempre vigente. Sus hombres regresaron, como todos, en medio de la oscuridad, del silencio, del anonimato. Y pareciera que desde aquella noche de 1982 poco cambió. “No sé por qué hubo tanta hostilidad hacia ellos, era una época muy dura. Después de la guerra estuvieron muy mal, cuesta recomponerse, y aún hoy no tienen el reconocimiento que merecen”, destacó Antonia.

 

La guerra los acompaña para siempre y Graciela Vigliola lo sabe. Ella es la más “nuevita” de las damas de Malvinas, como se define. Está en pareja desde hace cuatro años con Carlos Sager, otro veterano. “Para mí es un honor compartir mis días con un héroe. A él le cuesta mucho hablar, prácticamente no dice nada. Se emociona mucho. Hemos ido a un montón de reuniones, yo lo acompaño a todo. Es fundamental involucrarse en algo así porque es una parte muy importante de su vida”, explicó. Nancy Suarez es hija del ex combatiente Juan Suarez y también integra la agrupación. Es que los niños también lo vivieron, quizás con menos recuerdos, pero allí estaban, acompañado a sus padres y dándoles toda la fuerza necesaria. Ella, como muchos otros chicos, seguro fue en quien pensaba sus papá durante las largas y frías noches en Malvinas. Esa razón para volver a casa. “Es algo que siempre está presente en mi casa, yo tenía dos años y no me acuerdo mucho, pero sí de todos los años siguientes. Mi papá es mi orgullo”, contó Nancy, quien tiene dos hijas y la menor, Antonela, tiene la particularidad de tener a dos abuelos veteranos. 

 

Mujeres fuertes y valientes, que llevan la responsabilidad y el honor de acompañar a los veteranos. Con historias y recuerdos, con lágrimas, muchas lágrimas. Tristezas y batallas que han sabido sortear, con paciencia y dedicación. Ellas son la otra cara de una misma moneda. La otra parte del famoso dicho, de que tanto en la guerra como en el amor, todo vale. Y este último, todo lo puede.

 

 

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